30/10/2016, 18:32
El tren había salido a medianoche. A pesar de lo intempestivo del horario, la tormenta apretaba con más fuerza que nunca. Quizás porque había pasado tiempo fuera del País y había perdido costumbre, quizás simplemente porque de verdad hacía más frío que otros días atrás, estaba acurrucado junto a una capa marrón en el vagón restaurante del tren, con un café con leche y caramelo, bien calentito. Su capa, la habitual, descansaba a su lado, completamente empapada.
Hasta ahora sólo un hombre con ropa lustrosa le había acompañado, en la mesa del otro lado del vagón. Silencioso, comía de un plato de estofado fervientemente, en la otra mano sujetando un trozo de pan.
Hasta ahora, claro.
Tres desconocidos más se sumaron a la cena de aquél señor. El uno tenía el pelo negro y los ojos más negros, y llevaba el pelo desaliñado y sin cuidar. Otro era moreno también, pero tenía el cabello mucho más largo. Ambos eran de Takigakure a juzgar por sus bandanas. Daruu se irguió y se removió, un poco incómodo.
El tercero llevaba una espada que llamaba más la atención incluso que su cabello plateado y sus ojos grises. El muchacho de Amegakure pegó un sorbo de su café y se colocó la capucha de la capa.
Estuvo un rato observándolos, hasta que todos habían pedido lo suyo y el camarero se había marchado. Se aclaró la voz, exagerándolo un poco.
—Vaya, qué agradable compañía shinobi —dijo—. ¿Qué hacen dos ninjas de Takigakure y un... samurai, tan cerca de Amegakure?
Hasta ahora sólo un hombre con ropa lustrosa le había acompañado, en la mesa del otro lado del vagón. Silencioso, comía de un plato de estofado fervientemente, en la otra mano sujetando un trozo de pan.
Hasta ahora, claro.
Tres desconocidos más se sumaron a la cena de aquél señor. El uno tenía el pelo negro y los ojos más negros, y llevaba el pelo desaliñado y sin cuidar. Otro era moreno también, pero tenía el cabello mucho más largo. Ambos eran de Takigakure a juzgar por sus bandanas. Daruu se irguió y se removió, un poco incómodo.
El tercero llevaba una espada que llamaba más la atención incluso que su cabello plateado y sus ojos grises. El muchacho de Amegakure pegó un sorbo de su café y se colocó la capucha de la capa.
Estuvo un rato observándolos, hasta que todos habían pedido lo suyo y el camarero se había marchado. Se aclaró la voz, exagerándolo un poco.
—Vaya, qué agradable compañía shinobi —dijo—. ¿Qué hacen dos ninjas de Takigakure y un... samurai, tan cerca de Amegakure?