4/11/2016, 17:44
(Última modificación: 4/11/2016, 17:45 por Uchiha Akame.)
Akame sonrió con suficiencia cuando aquel felino de pelaje azabache reveló su verdadera forma; una chica joven, con una melena del mismo color y ojos avellanados. Parecía sorprendida —«y sin duda tiene motivos para estarlo»— de que la hubieran descubierto. Claro que, un simple Henge no Jutsu no era nada que pudiera engañar a un Uchiha medianamente entrenado. Pero eso no era algo que todo el mundo supiese.
—¿¡Dónde está!? —preguntó la muchacha con aire ausente—. Hey, ¿habéis visto a un hombre con una bufanda roja?
El Uchiha alzó una ceja. ¿Qué clase de ninja se hacía el sueco de aquella manera cuando era descubierto espiando? Akame dió un paso adelante, sin relajar un ápice su postura. La luz que salía de la ventana próxima iluminó su rostro, y ambas chicas pudieron distinguir el brillo rojo de sus ojos.
—Tú... ¿Tú estabas a mi lado en la posada? —le interpeló la joven fisgona.
—No sé quién eres y nunca te he visto. Ahora responde, ¿por qué nos estabas siguiendo? —la cortó, tajante.
De repente, Katomi explotó. Empezó a dar gritos, poniendo voz a todas y cada una de las cosas que Akame había pensado pero que había creído inútil expresar. La espontaneidad de aquella chica de pelo blanco contrastaba con su pragmatismo de una forma tan cómica como interesante, de modo que él simplemente se limitó a mantener la boca cerrada.
Cuanto pudo escuchar Yota por parte de aquellas personas fueron los gemidos de tristeza de la mujer, las tímidas palabras de consuelo de los hombres y el silencio del chico, que tenía la mirada perdida en algún punto de la calzada y la expresión ausente.
Poco después uno de los guardias se acercó al grupo de familiares y amigos y les dedicó unas palabras —probablemente confirmando que ya podían irse, y quizás comunicándoles a dónde llevarían el cadáver para su examen—. Después, la mujer se enjugó las lágrimas con su pañuelo, tomó al chiquillo de la mano y se despidió de los dos hombres.
—Quiero un funeral íntimo, sólo los familiares... Sí, tiene que ser mañana. Él lo habría querido así...
Cruzaron algunas palabras más de despedida y la mujer y el chico tomaron dirección calle abajo, mientras uno de los tipos se acercaba a hablar con el guardia y otro echaba a andar calle arriba.
—¿¡Dónde está!? —preguntó la muchacha con aire ausente—. Hey, ¿habéis visto a un hombre con una bufanda roja?
El Uchiha alzó una ceja. ¿Qué clase de ninja se hacía el sueco de aquella manera cuando era descubierto espiando? Akame dió un paso adelante, sin relajar un ápice su postura. La luz que salía de la ventana próxima iluminó su rostro, y ambas chicas pudieron distinguir el brillo rojo de sus ojos.
—Tú... ¿Tú estabas a mi lado en la posada? —le interpeló la joven fisgona.
—No sé quién eres y nunca te he visto. Ahora responde, ¿por qué nos estabas siguiendo? —la cortó, tajante.
De repente, Katomi explotó. Empezó a dar gritos, poniendo voz a todas y cada una de las cosas que Akame había pensado pero que había creído inútil expresar. La espontaneidad de aquella chica de pelo blanco contrastaba con su pragmatismo de una forma tan cómica como interesante, de modo que él simplemente se limitó a mantener la boca cerrada.
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Cuanto pudo escuchar Yota por parte de aquellas personas fueron los gemidos de tristeza de la mujer, las tímidas palabras de consuelo de los hombres y el silencio del chico, que tenía la mirada perdida en algún punto de la calzada y la expresión ausente.
Poco después uno de los guardias se acercó al grupo de familiares y amigos y les dedicó unas palabras —probablemente confirmando que ya podían irse, y quizás comunicándoles a dónde llevarían el cadáver para su examen—. Después, la mujer se enjugó las lágrimas con su pañuelo, tomó al chiquillo de la mano y se despidió de los dos hombres.
—Quiero un funeral íntimo, sólo los familiares... Sí, tiene que ser mañana. Él lo habría querido así...
Cruzaron algunas palabras más de despedida y la mujer y el chico tomaron dirección calle abajo, mientras uno de los tipos se acercaba a hablar con el guardia y otro echaba a andar calle arriba.