4/11/2016, 17:54
Mientras Karamaru optaba por darse media vuelta y deshacer el camino andado en busca del tercer miembro del equipo —Akame—, que había desaparecido, Datsue decidió probar suerte con el señor Iwata.
La puerta se abrió lentamente después del cuarto toque, y tras ella apareció un hombre muy anciano, de piel arrugada y mirada penetrante. Era bajito, o al menos más bajito que Datsue, aunque quizás esa percepción se debiese a que caminaba sumamente encorvado, apoyándose en un recio bastón de madera. No tenía ni un sólo pelo sobre la cabeza, pero lo más llamativo era que tampoco había rastro de barba, cejas o bigote. Aquel viejo estaba raso y limpio como una bola de billar.
Del interior de la casa emergía un olor fuerte y amargo, como a té —muy pasado— o verdura podrida. Desde el umbral, el joven Uchiha fue capaz de distinguir que más allá había una pequeña sala de estar, con una mesa de madera y dos sillas, y una estantería repleta de libros al fondo.
El anciano no dijo palabra, sino que se limitó a clavar sus ojos oscuros y profundos en los de Datsue mientras cambiaba el peso de su pierna izquierda al bastón que sostenía con la diestra.
Karamaru empezó a andar de vuelta por la calle que llegaba hasta la casa del señor Iwata, pero no vio rastro alguno de Akame. Era ya pasado el mediodía, y Kawabe estaba un tanto desierto; probablemente, porque a aquellas horas la mayoría de los aldeanos estaban tomándose un descanso para almorzar.
¿Sería capaz de encontrar al escurridizo Uchiha?
La puerta se abrió lentamente después del cuarto toque, y tras ella apareció un hombre muy anciano, de piel arrugada y mirada penetrante. Era bajito, o al menos más bajito que Datsue, aunque quizás esa percepción se debiese a que caminaba sumamente encorvado, apoyándose en un recio bastón de madera. No tenía ni un sólo pelo sobre la cabeza, pero lo más llamativo era que tampoco había rastro de barba, cejas o bigote. Aquel viejo estaba raso y limpio como una bola de billar.
Del interior de la casa emergía un olor fuerte y amargo, como a té —muy pasado— o verdura podrida. Desde el umbral, el joven Uchiha fue capaz de distinguir que más allá había una pequeña sala de estar, con una mesa de madera y dos sillas, y una estantería repleta de libros al fondo.
El anciano no dijo palabra, sino que se limitó a clavar sus ojos oscuros y profundos en los de Datsue mientras cambiaba el peso de su pierna izquierda al bastón que sostenía con la diestra.
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Karamaru empezó a andar de vuelta por la calle que llegaba hasta la casa del señor Iwata, pero no vio rastro alguno de Akame. Era ya pasado el mediodía, y Kawabe estaba un tanto desierto; probablemente, porque a aquellas horas la mayoría de los aldeanos estaban tomándose un descanso para almorzar.
¿Sería capaz de encontrar al escurridizo Uchiha?