14/11/2016, 00:50
La quincuagésima ola rompió contra el litoral rocoso del cabo, salpicándola en el rostro con espuma de olor y sabor a puro mar. Se vanaglorió de osadía por sentarse en el alféizar de aquella ventana en ruinas. El riesgo merecía la recompensa, el lamido del agua brava y pura del océano. Pues la sal le purificaba, no como su ausencia en el agua dulce que caía del cielo.
La tormenta era intensa, pero nada para lo que estaban acostumbrados a vivir en alta mar. Ella y Hiyoshi-san habían estado preparando aquél momento durante cinco años: una llovizna para bebedores de zumo no iba a pararle los pies ahora.
—Llevamos unos días ya refugiados en el castillo —dijo—. ¿Estás seguro de que vendrá?
Hiyoshi era un hombre fornido y ya entrado en cierta edad. Por su aspecto nadie podría jamás haber adivinado que se trataba de un ninja, más bien parecía un bandido: esa chaqueta gruesa y desaliñada de pelo de lobo de color marrón claro, esa camiseta de tirantes bajo la chaqueta, de color tierra, oscura; esos pantalones rasgados del mismo color que la chaqueta... Parecía que fuese de camuflaje, entre los cañones de un monte. Pero la bandana que colgaba atada del gran hacha que llevaba a la espalda lo anunciaba a gritos, casi con orgullo. En contraposición, el símbolo de Amegakure estaba tachado, cortado a cuchillo, con mala fe. ¿De qué estaba más orgulloso, de haber pertenecido a una aldea... o de haber renegado de ella? Pero sobretodo era su barba de tres días entre afeitada y no y su media melena desmarañada, castaña, lo que le daba un aspecto tan corsario.
Ella presentaba un aspecto mucho más arreglado, pero era una mujer sencilla, a la que no le gustaba destacar. Vestía camiseta de manga corta negra y pantalones de color gris también corto. Unos guantes gruesos con los espacios para los dedos cortados y unas botas de montaña remataban la faena. Llevaba una melenita corta de color rojo intenso y portaba un pañuelo de marinero encima de la cabeza, atado por detrás, con la placa de Amegakure también tachada.
Había una tercera persona. Una muchachita joven, rubia, atada a un poste, con los ojos vendados y la boca amordazada. Intentaba a gritos hacerse oír, pero allá arriba en aquella fortaleza abandonada del Cabo del Dragón, nadie escucharía jamás sus lamentos. Y menos cuando los hacían ahogar entre el oleaje.
—Vendrá, Minami, vendrá... Y estaremos esperándolo. Llevamos esperándole mucho tiempo ya.
—Sí... Pronto será el día...
—El día en el que mataremos a Aotsuki Kori y nos vengaremos por lo que nos hizo.
Un muchacho de pelo revuelto dormía plácidamente en la cama de su habitación, ajeno a las tribulaciones de la aldea fuera de su ventana y de su hogar. Lo despertó un ruido brusco, como el de un pájaro estrellándose contra el cristal.
...se trataba exactamente de eso.
—¡Ay! ¿Pero qué...?
Se reincorporó de un brusco aspaviento y retiró la cortina. En el alféizar de su ventana parecía bailar, confundido, un búho nival de un pulcro color blanco. Llevaba un pergamino atado a la pata derecha.
—¡Ah, pobrecillo! —exclamó Daruu, en voz alta, y abrió rápidamente la ventana. Desató con cuidado el pergamino de la pata del ave, y fue a acariciarlo para consolarlo, pero cuando puso la mano encima de su cabeza, le arreó un picotazo que casi le hace sangre— —¡¡¡Ay, hijo de...!!! —Maldijo, y se llevó la mano a la boca, siseando de dolor.
El pergamino cayó frente a él, en el colchón, y se desenrolló. Daruu abrió los ojos de par en par, leyó su contenido dos veces para asegurarse, y se levantó de la cama corriendo. El dolor de la mano ya no le importaba.
La tormenta era intensa, pero nada para lo que estaban acostumbrados a vivir en alta mar. Ella y Hiyoshi-san habían estado preparando aquél momento durante cinco años: una llovizna para bebedores de zumo no iba a pararle los pies ahora.
—Llevamos unos días ya refugiados en el castillo —dijo—. ¿Estás seguro de que vendrá?
Hiyoshi era un hombre fornido y ya entrado en cierta edad. Por su aspecto nadie podría jamás haber adivinado que se trataba de un ninja, más bien parecía un bandido: esa chaqueta gruesa y desaliñada de pelo de lobo de color marrón claro, esa camiseta de tirantes bajo la chaqueta, de color tierra, oscura; esos pantalones rasgados del mismo color que la chaqueta... Parecía que fuese de camuflaje, entre los cañones de un monte. Pero la bandana que colgaba atada del gran hacha que llevaba a la espalda lo anunciaba a gritos, casi con orgullo. En contraposición, el símbolo de Amegakure estaba tachado, cortado a cuchillo, con mala fe. ¿De qué estaba más orgulloso, de haber pertenecido a una aldea... o de haber renegado de ella? Pero sobretodo era su barba de tres días entre afeitada y no y su media melena desmarañada, castaña, lo que le daba un aspecto tan corsario.
Ella presentaba un aspecto mucho más arreglado, pero era una mujer sencilla, a la que no le gustaba destacar. Vestía camiseta de manga corta negra y pantalones de color gris también corto. Unos guantes gruesos con los espacios para los dedos cortados y unas botas de montaña remataban la faena. Llevaba una melenita corta de color rojo intenso y portaba un pañuelo de marinero encima de la cabeza, atado por detrás, con la placa de Amegakure también tachada.
Había una tercera persona. Una muchachita joven, rubia, atada a un poste, con los ojos vendados y la boca amordazada. Intentaba a gritos hacerse oír, pero allá arriba en aquella fortaleza abandonada del Cabo del Dragón, nadie escucharía jamás sus lamentos. Y menos cuando los hacían ahogar entre el oleaje.
—Vendrá, Minami, vendrá... Y estaremos esperándolo. Llevamos esperándole mucho tiempo ya.
—Sí... Pronto será el día...
—El día en el que mataremos a Aotsuki Kori y nos vengaremos por lo que nos hizo.
···
Un muchacho de pelo revuelto dormía plácidamente en la cama de su habitación, ajeno a las tribulaciones de la aldea fuera de su ventana y de su hogar. Lo despertó un ruido brusco, como el de un pájaro estrellándose contra el cristal.
...se trataba exactamente de eso.
—¡Ay! ¿Pero qué...?
Se reincorporó de un brusco aspaviento y retiró la cortina. En el alféizar de su ventana parecía bailar, confundido, un búho nival de un pulcro color blanco. Llevaba un pergamino atado a la pata derecha.
—¡Ah, pobrecillo! —exclamó Daruu, en voz alta, y abrió rápidamente la ventana. Desató con cuidado el pergamino de la pata del ave, y fue a acariciarlo para consolarlo, pero cuando puso la mano encima de su cabeza, le arreó un picotazo que casi le hace sangre— —¡¡¡Ay, hijo de...!!! —Maldijo, y se llevó la mano a la boca, siseando de dolor.
El pergamino cayó frente a él, en el colchón, y se desenrolló. Daruu abrió los ojos de par en par, leyó su contenido dos veces para asegurarse, y se levantó de la cama corriendo. El dolor de la mano ya no le importaba.
Queridos Daruu y Ayame:
Ha pasado algún tiempo desde que salisteis del hospital. Lamento que no hayáis tenido noticias mías al respecto del equipo desde entonces, pero los trámites para encontrar una misión adecuada se han alargado un poco. Nos he conseguido una misión de rango C. Se trata de un rescate. Nada demasiado complicado: unos asaltadores de caminos han secuestrado a la hija de un pequeño comerciante de Coladragón y ahora piden una cantidad inaceptable como rescate.
Iremos al pueblo, hablaremos con los padres de la víctima y el resto de habitantes, recopilaremos la información necesaria y buscaremos el paradero de la chica. La rescataremos y la devolveremos a su familia.
Os espero dentro de una hora en el puente de entrada a la villa.
Un saludo cordial,
Kori, vuestro sensei.
Ha pasado algún tiempo desde que salisteis del hospital. Lamento que no hayáis tenido noticias mías al respecto del equipo desde entonces, pero los trámites para encontrar una misión adecuada se han alargado un poco. Nos he conseguido una misión de rango C. Se trata de un rescate. Nada demasiado complicado: unos asaltadores de caminos han secuestrado a la hija de un pequeño comerciante de Coladragón y ahora piden una cantidad inaceptable como rescate.
Iremos al pueblo, hablaremos con los padres de la víctima y el resto de habitantes, recopilaremos la información necesaria y buscaremos el paradero de la chica. La rescataremos y la devolveremos a su familia.
Os espero dentro de una hora en el puente de entrada a la villa.
Un saludo cordial,
Kori, vuestro sensei.