29/11/2016, 20:55
(Última modificación: 29/11/2016, 20:56 por Aotsuki Ayame.)
Y tan despistada iba, sumida en sus propios pensamientos, que ni siquiera se dio cuenta de que ya había alguien esperándola.
—¡Oh, hola! —La voz de Daruu la sobresaltó. Su compañero de misión parecía haber llegado antes que ella al punto de encuentro y la esperaba sentado en la barandilla que salvaguardaba el puente que daba entrada a la aldea.
—¡Ay! ¡Hola Daruu!
—Por fin, ¡hacía tanto tiempo que no salía de misión! Y encima con vosotros. ¡Estoy tan emocionado!
Y tanto que debía de estarlo, porque saltó directamente desde el bordillo y aún siguió botando en el suelo. Ayame jamás le había visto así de feliz, pero no pudo evitar conmoverse al darse cuenta de que parte de aquella felicidad era simplemente porque ella estaba allí. Trató con desesperación de pensar en qué debía responder, aunque por fortuna no fue necesario. La pasión que despedía Daruu era arrolladora como una tormenta.
—¡Una misión de rango C! ¡Qué guay! —exclamó Daruu. Apoyó el peso del cuerpo sobre una pierna y luego miró a su alrededor—. Oye, ¿dónde está tu herma... Kori-sensei? Parece que llega tarde...
De su portaobjetos sacó un pequeño objeto, y Ayame, comida por la curiosidad, no pudo sino ponerse de puntillas para asomarse. Se trataba de un reloj de bolsillo, redondo y que parecía tener orejitas en su parte superior.
—¡Qué mono!
—Las nueve —observó él. Y, efectivamente, tenía razón. Las agujas marcaban justamente las nueve en punto—. ¿Has visto qué reloj más gracioso? No me mires así, me lo regaló mi madre cuando era un crío. Y no he tenido que ajustar la hora ni cambiar la pila nunca, oye.
Pero en esos momentos Ayame estaba pensando en otra cosa. Una sombra se cernió de repente sobre ambos. Y un escalofrío recorrió su espalda cuando una brisa gélida los sacudió.
—Pues yo creo que llego puntual, Daruu-kun —susurró una voz tras su espalda, gélida como un témpano. Ayame se volvió de golpe, a tiempo de ver a su hermano mayor de cuclillas sobre la misma barandilla sobre la que había estado apoyado Daruu hacía apenas unos segundos. Sus ojos pasaron del reloj que había estado contemplando a Ayame directamente, a quien señaló con el dedo índice—. De hecho diría que tú has estado a punto de llegar tarde, Ayame.
Ayame se estremeció ante la gélida mirada de su hermano y después agachó la mirada, mordiéndose el labio inferior.
—Yo... parece que calculé mal el tiempo... Lo siento, Kōri... -sensei —se apresuró a añadir cuando vio que él entrecerraba los ojos mínimamente.
Por suerte, él sacudió la cabeza.
—Que no sirva de precedente —sentenció, y saltó de la barandilla al suelo—. Espero que vayáis preparados. El viaje que nos espera no es precisamente corto, y el tren no pasa por Coladragón así que nos toca ir a pie. Seguramente nos toque acampar alguna noche. ¿Nos vamos?
—¡Sí! —exclamó Ayame, de nuevo entusiasmada.
Aunque, en cierta manera, le preocupaba el tema del viaje y la acampada. Después de leer la nota se había imaginado que algo así sucedería, así que había preparado a conciencia su mochila de viaje con un saco de dormir y algunos utensilios más. ¿Pero llevaría lo suficiente? ¿Y si se le olvidaba algo importante?
—¡Oh, hola! —La voz de Daruu la sobresaltó. Su compañero de misión parecía haber llegado antes que ella al punto de encuentro y la esperaba sentado en la barandilla que salvaguardaba el puente que daba entrada a la aldea.
—¡Ay! ¡Hola Daruu!
—Por fin, ¡hacía tanto tiempo que no salía de misión! Y encima con vosotros. ¡Estoy tan emocionado!
Y tanto que debía de estarlo, porque saltó directamente desde el bordillo y aún siguió botando en el suelo. Ayame jamás le había visto así de feliz, pero no pudo evitar conmoverse al darse cuenta de que parte de aquella felicidad era simplemente porque ella estaba allí. Trató con desesperación de pensar en qué debía responder, aunque por fortuna no fue necesario. La pasión que despedía Daruu era arrolladora como una tormenta.
—¡Una misión de rango C! ¡Qué guay! —exclamó Daruu. Apoyó el peso del cuerpo sobre una pierna y luego miró a su alrededor—. Oye, ¿dónde está tu herma... Kori-sensei? Parece que llega tarde...
De su portaobjetos sacó un pequeño objeto, y Ayame, comida por la curiosidad, no pudo sino ponerse de puntillas para asomarse. Se trataba de un reloj de bolsillo, redondo y que parecía tener orejitas en su parte superior.
—¡Qué mono!
—Las nueve —observó él. Y, efectivamente, tenía razón. Las agujas marcaban justamente las nueve en punto—. ¿Has visto qué reloj más gracioso? No me mires así, me lo regaló mi madre cuando era un crío. Y no he tenido que ajustar la hora ni cambiar la pila nunca, oye.
Pero en esos momentos Ayame estaba pensando en otra cosa. Una sombra se cernió de repente sobre ambos. Y un escalofrío recorrió su espalda cuando una brisa gélida los sacudió.
—Pues yo creo que llego puntual, Daruu-kun —susurró una voz tras su espalda, gélida como un témpano. Ayame se volvió de golpe, a tiempo de ver a su hermano mayor de cuclillas sobre la misma barandilla sobre la que había estado apoyado Daruu hacía apenas unos segundos. Sus ojos pasaron del reloj que había estado contemplando a Ayame directamente, a quien señaló con el dedo índice—. De hecho diría que tú has estado a punto de llegar tarde, Ayame.
Ayame se estremeció ante la gélida mirada de su hermano y después agachó la mirada, mordiéndose el labio inferior.
—Yo... parece que calculé mal el tiempo... Lo siento, Kōri... -sensei —se apresuró a añadir cuando vio que él entrecerraba los ojos mínimamente.
Por suerte, él sacudió la cabeza.
—Que no sirva de precedente —sentenció, y saltó de la barandilla al suelo—. Espero que vayáis preparados. El viaje que nos espera no es precisamente corto, y el tren no pasa por Coladragón así que nos toca ir a pie. Seguramente nos toque acampar alguna noche. ¿Nos vamos?
—¡Sí! —exclamó Ayame, de nuevo entusiasmada.
Aunque, en cierta manera, le preocupaba el tema del viaje y la acampada. Después de leer la nota se había imaginado que algo así sucedería, así que había preparado a conciencia su mochila de viaje con un saco de dormir y algunos utensilios más. ¿Pero llevaría lo suficiente? ¿Y si se le olvidaba algo importante?