6/12/2016, 21:40
Los tres shinobi se sentaron alrededor de la mesa. Ayame, con todo el cuerpo en tensión, se había decidido a clavar la mirada en la mesa. Como si lo más interesante que hubiera en aquella posada fueran las cicatrices que surcaban la superficie de la madera oscura. No debería haberle extrañado, pero no pudo evitar sorprenderse cuando miró por debajo de las pestañas a su hermano y vio que seguía tan calmado como siempre. Como si en lugar de una amenazadora y tenebrosa posada se encontraran en la misma pastelería de Kiroe. De hecho, Kōri clavó sus ojos en los dos muchachos y a Ayame le invadió una sensación de frío que le hizo hundir los hombros y olvidarse del lugar en el que se encontraban.
Tres panfletos cayeron súbitamente sobre la mesa, sobresaltándola.
—¿Qué os pongo? —El encargado del local era un hombre de voz rasposa, escasos cabellos y cuerpo fondón. El uniforme que vestía estaba tan mugriento como el local que regentaba—. ¿Es que tengo monos en la cara, mocosa?
Ayame apartó rápidamente sus ojos al darse cuenta de que se había estado fijando con demasiada evidencia en las múltiples manchas de grasa que cubrían las ropas del hombre.
—No... no, nada, señor. Perdone.
Igual de imperturbable que siempre, Kōri tomó una de las hojas. Sus ojos apenas se posaron en él durante unos segundos.
—Para mí un ramen especial de la casa.
—Para mí también —confirmó Ayame, aunque ni siquiera le había echado un ojo al menú. Después de ver aquel antro, dudaba mucho que pudiera encontrar algo mejor que un caldo que le hiciera entrar en calor.
Tres panfletos cayeron súbitamente sobre la mesa, sobresaltándola.
—¿Qué os pongo? —El encargado del local era un hombre de voz rasposa, escasos cabellos y cuerpo fondón. El uniforme que vestía estaba tan mugriento como el local que regentaba—. ¿Es que tengo monos en la cara, mocosa?
Ayame apartó rápidamente sus ojos al darse cuenta de que se había estado fijando con demasiada evidencia en las múltiples manchas de grasa que cubrían las ropas del hombre.
—No... no, nada, señor. Perdone.
Igual de imperturbable que siempre, Kōri tomó una de las hojas. Sus ojos apenas se posaron en él durante unos segundos.
—Para mí un ramen especial de la casa.
—Para mí también —confirmó Ayame, aunque ni siquiera le había echado un ojo al menú. Después de ver aquel antro, dudaba mucho que pudiera encontrar algo mejor que un caldo que le hiciera entrar en calor.