12/12/2016, 17:57
El ambiente se tornaba más y más tenso por momentos. Hasta el labriego pudo advertir la sombra de conflicto que planeaba sobre la mesa, porque apenas terminó su cigarrillo —no sin antes asentir reflexivamente a la explicación de Tatsuya—, se puso en pie y se despidió de forma tan lacónica como ininteligible.
«Por fin, maldita sea. El acento de este tipo me estaba volviendo loco, y por si fuese poco, me destrae del problema que se está gestando aquí mismo». No pudo evitar lanzar una mirada reprobatoria a Kazuma, que parecía tan inmune a las reprimendas como a los entresijos de la diplomacia internacional. «Este espadachín va a meternos a los tres en problemas...»
Akame no pensaba esperar a que, en caso de suceder una eventualidad —como por ejemplo una vulgar pelea de bar, solo que a bordo de un tren—, a él, un shinobi de Takigakure no Sato, se le relacionase con todo aquello. De modo que, una vez finalizada su comida, alzó ambas manos en gesto conciliador.
—Como puedes ver, Daruu-kun, los de Taki reconocemos la importancia de las relaciones diplomáticas en toda su amplitud. En la Cascada no tenemos más que buenas palabras para nuestros aliados.
Pese a que Kazuma podía tomarse aquello como una puya —en el mejor de los casos— o como un descarado abandonen el barco —en el peor—, Akame habló con firmeza y convicción. De repente, la idea de juntarse con desconocidos para hacer el viaje más ameno se le antojaba mucho menos inteligente. «Hora de cambiar las cartas». El Uchiha esperó hasta que los demás comensales hubieran terminado y, sin perder un segundo, se apresuró a sugerir.
—La comida estaba muy buena, al menos para haber sido cocinada a cientos de kilómetros por hora. ¿Qué os parece si volvemos a nuestros cómodos asientos? Según creo, estaba a punto de deleitaros con una interesante historia... —miró al shinobi de la Lluvia—. ¿Te unes a nosotros, Daruu-kun?
«Por fin, maldita sea. El acento de este tipo me estaba volviendo loco, y por si fuese poco, me destrae del problema que se está gestando aquí mismo». No pudo evitar lanzar una mirada reprobatoria a Kazuma, que parecía tan inmune a las reprimendas como a los entresijos de la diplomacia internacional. «Este espadachín va a meternos a los tres en problemas...»
Akame no pensaba esperar a que, en caso de suceder una eventualidad —como por ejemplo una vulgar pelea de bar, solo que a bordo de un tren—, a él, un shinobi de Takigakure no Sato, se le relacionase con todo aquello. De modo que, una vez finalizada su comida, alzó ambas manos en gesto conciliador.
—Como puedes ver, Daruu-kun, los de Taki reconocemos la importancia de las relaciones diplomáticas en toda su amplitud. En la Cascada no tenemos más que buenas palabras para nuestros aliados.
Pese a que Kazuma podía tomarse aquello como una puya —en el mejor de los casos— o como un descarado abandonen el barco —en el peor—, Akame habló con firmeza y convicción. De repente, la idea de juntarse con desconocidos para hacer el viaje más ameno se le antojaba mucho menos inteligente. «Hora de cambiar las cartas». El Uchiha esperó hasta que los demás comensales hubieran terminado y, sin perder un segundo, se apresuró a sugerir.
—La comida estaba muy buena, al menos para haber sido cocinada a cientos de kilómetros por hora. ¿Qué os parece si volvemos a nuestros cómodos asientos? Según creo, estaba a punto de deleitaros con una interesante historia... —miró al shinobi de la Lluvia—. ¿Te unes a nosotros, Daruu-kun?