12/12/2016, 18:14
Mientras Uchiha Akame se perdía entre las sombras de la noche notsubeña, tratando de encontrar algún punto de referencia que pudiera usar para orientarse y así determinar el camino hasta la posada donde se hospedaba, las chicas emprendieron un rumbo algo distinto.
Ayame encabezaba la comitiva, seguida —quizá sin saberlo— por Katomi. Mientras que la primera buscaba desesperadamente cobijo, la segunda sólo tenía una intención: seguirla.
Caminaron durante largo rato hasta que, por azares del destino, la jinchuuriki acabó dando con sus huesos en una calle algo más amplia y definitivamente mejor iluminada que la mayoría de las que había dejado atrás. Aunque no parecía una de las arterias principales de Notsuba —calles anchas y transitadas incluso por la noche, todas ellas— sí ofrecía lo que Ayame necesitaba: una posada.
Se trataba de un edificio de dos plantas, de arquitectura similar al resto del trazado urbano de Notsuba, con una fachada estrecha y un par de ventanas en cada superficie a través de las cuales se filtraba la luz amarillenta procedente de las lámparas del interior. Sobre el marco de la puerta principal, de madera oscura, colgaba de una barra de hierro un cartel de madera que rezaba...
A nadie se le escapaba la ironía del sitio, pero la madrugada ya se cernía sobre Notsuba y el frío empezaba a ser demasiado extremo como para soportarlo a la interperie. No había nadie más en la calle, y ni siquiera el canto de las aves nocturnos rompía el silencio de la noche notsubeña.
Ayame encabezaba la comitiva, seguida —quizá sin saberlo— por Katomi. Mientras que la primera buscaba desesperadamente cobijo, la segunda sólo tenía una intención: seguirla.
Caminaron durante largo rato hasta que, por azares del destino, la jinchuuriki acabó dando con sus huesos en una calle algo más amplia y definitivamente mejor iluminada que la mayoría de las que había dejado atrás. Aunque no parecía una de las arterias principales de Notsuba —calles anchas y transitadas incluso por la noche, todas ellas— sí ofrecía lo que Ayame necesitaba: una posada.
Se trataba de un edificio de dos plantas, de arquitectura similar al resto del trazado urbano de Notsuba, con una fachada estrecha y un par de ventanas en cada superficie a través de las cuales se filtraba la luz amarillenta procedente de las lámparas del interior. Sobre el marco de la puerta principal, de madera oscura, colgaba de una barra de hierro un cartel de madera que rezaba...
«El descanso eterno»
A nadie se le escapaba la ironía del sitio, pero la madrugada ya se cernía sobre Notsuba y el frío empezaba a ser demasiado extremo como para soportarlo a la interperie. No había nadie más en la calle, y ni siquiera el canto de las aves nocturnos rompía el silencio de la noche notsubeña.