23/12/2016, 14:23
Uchiha Akame escuchó sin perder ni un momento la calma aquella historia tan tenebrosa que les relataba su compañero. Mientras Datsue hablaba, Akame trataba de hilar los cabos sueltos que éste le estaba dando con la madeja que él mismo había elaborado interrogando a algunos de los vecinos del pueblo. Las historias encajaban como un molde, pero había algo que seguía incomándole. Algo que nadie les contaba. «Este pueblo es casi una aldea, es pequeño, alejado y fronterizo con un país extranjero. Es imposible que en Kawabe nadie sepa qué es lo que pasó con la familia Makoto para que dejaran la casa...» Aquel pensamiento llevaba rondando su cabeza desde que empezaran a hacer averiguaciones sobre la Finca Makoto. Tenue al principio, como un susurro, pero que se había vuelto más y más molesto conforme más sabían acerca de aquel caso. Ahora esa pieza del rompecabezas que todos se resistían a darle era como un enjambre de avispas dentro del cráneo, atormentándole constantemente.
Cuando Datsue terminó, el Uchiha de Inaka desvió su mirada inevitablemente hacia el anciano. Concretamente, buscaba aquel tatuaje de una serpiente devorándose a sí misma —que su compañero había mencionado—. «No conozco la simbología, pero todo apunta a algo mucho más oscuro de lo que nos podríamos haber imaginado en un principio... Y, desde luego, más de lo que ese alguacil cabeza hueca esté preparado para afrontar» concluyó el Uchiha. Pero ellos eran ninjas; estaban versados en las artes del Ninshuu, transmitidas desde el origen de los tiempos por el propio Sabio de los Seis Caminos. Puede que ellos sí que pudiesen hacer algo al respecto.
Luego habló Karamaru, y Akame asintió con firmeza.
—Es la hora, sí —respondió, mirando de reojo al shinobi de Amegakure. «A juzgar por su apariencia, este chico debe repartir a base de bien... Algo me dice que me alegraré de tenerlo a mi lado allí dentro».
El Uchiha les señaló el camino hacia la puerta a sus compañeros con un gesto de su mano diestra, mas no se movió del sitio. En lugar de ello, se dio media vuelta y encaró al viejo.
—Señor Iwata —apeló, y el anciano desvió sus ojos todavía enrojecidos hacia el rostro sonriente y tranquilo de Akame—. Hay algo que nadie en Kawabe quiere contarnos. Usted sabe qué es, ¿verdad?
Iwata se revolvió en su silla, aferrándose con fuerza el antebrazo para taparse el tatuaje de la serpiente.
—Ese... símbolo, tuvo algo que ver con lo que le pasó a la familia Makoto —el tono de Akame no dejaba claro si aquellas palabras eran una pregunta o una afirmación. Sacó de alguno de los bolsillos de su capa una libreta y un lápiz—. Ahora va a escribir aquí la respuesta a esa pregunta. Luego le agradeceré su colaboración y me iré.
Los ojos rojos y llorosos del anciano escudriñaron el rostro de aquel Uchiha, luego se desviaron hacia la libreta y el lápiz que éste había puesto sobre la mesa, frente a él, y finalmente volvieron a clavarse en los de Akame. Pero no hizo amago de responder.
—Señor Iwata, debo instarle a que colabore —replicó Akame. Seguía sonriendo, pero su voz se había vuelto un tanto más impersonal—. Ya hemos perdido suficiente tiempo hoy. Y usted ya ha perdido suficientes partes de su cuerpo.
De repente, todos los presentes pudieron ver como el filo de un acero pulido brillaba en el kunai que Akame sostenía con su mano diestra.
—Escriba su respuesta, señor Iwata.
Cuando Datsue terminó, el Uchiha de Inaka desvió su mirada inevitablemente hacia el anciano. Concretamente, buscaba aquel tatuaje de una serpiente devorándose a sí misma —que su compañero había mencionado—. «No conozco la simbología, pero todo apunta a algo mucho más oscuro de lo que nos podríamos haber imaginado en un principio... Y, desde luego, más de lo que ese alguacil cabeza hueca esté preparado para afrontar» concluyó el Uchiha. Pero ellos eran ninjas; estaban versados en las artes del Ninshuu, transmitidas desde el origen de los tiempos por el propio Sabio de los Seis Caminos. Puede que ellos sí que pudiesen hacer algo al respecto.
Luego habló Karamaru, y Akame asintió con firmeza.
—Es la hora, sí —respondió, mirando de reojo al shinobi de Amegakure. «A juzgar por su apariencia, este chico debe repartir a base de bien... Algo me dice que me alegraré de tenerlo a mi lado allí dentro».
El Uchiha les señaló el camino hacia la puerta a sus compañeros con un gesto de su mano diestra, mas no se movió del sitio. En lugar de ello, se dio media vuelta y encaró al viejo.
—Señor Iwata —apeló, y el anciano desvió sus ojos todavía enrojecidos hacia el rostro sonriente y tranquilo de Akame—. Hay algo que nadie en Kawabe quiere contarnos. Usted sabe qué es, ¿verdad?
Iwata se revolvió en su silla, aferrándose con fuerza el antebrazo para taparse el tatuaje de la serpiente.
—Ese... símbolo, tuvo algo que ver con lo que le pasó a la familia Makoto —el tono de Akame no dejaba claro si aquellas palabras eran una pregunta o una afirmación. Sacó de alguno de los bolsillos de su capa una libreta y un lápiz—. Ahora va a escribir aquí la respuesta a esa pregunta. Luego le agradeceré su colaboración y me iré.
Los ojos rojos y llorosos del anciano escudriñaron el rostro de aquel Uchiha, luego se desviaron hacia la libreta y el lápiz que éste había puesto sobre la mesa, frente a él, y finalmente volvieron a clavarse en los de Akame. Pero no hizo amago de responder.
—Señor Iwata, debo instarle a que colabore —replicó Akame. Seguía sonriendo, pero su voz se había vuelto un tanto más impersonal—. Ya hemos perdido suficiente tiempo hoy. Y usted ya ha perdido suficientes partes de su cuerpo.
De repente, todos los presentes pudieron ver como el filo de un acero pulido brillaba en el kunai que Akame sostenía con su mano diestra.
—Escriba su respuesta, señor Iwata.