23/12/2016, 15:00
Cuando Ayame entró en la posada, la invadió una oleada de calor y una sensación hogareña de lo más agradable. El sitio era pequeño pero acogedor, y estaba tan bien decorado que incluso parecía más grande. La estancia principal se componía de una barra de madera labrada con grabados que representaban una historia; tras ella, varias estanterías con botellas de diversa índole. Frente a la barra se extendía una sala con cuatro mesas de madera surtidas de dos o tres sillas cada una. Una chimenea razonablemente grande crepitaba en mitad de la estancia, llenándola con su reconfortante calor. De las paredes colgaban hasta tres lámparas que iluminaban la posada.
—¡Buenas noches, señorita, buenas noches!
El hombre que había respondido al saludo de Ayame era un tipo lo bastante mayor como para tener canas en la base del pelo pero no lo suficiente como para considerarse viejo. Era bajito, un tanto rechonchete, y exhibía una sonrisa de oreja a oreja en el rostro. Parecía de esa clase de posaderos honrados que son difíciles de encontrar.
—¡Desde luego que tenemos habitaciones, desde luego! —anunció a viva voz, a pesar de que allí sólo estaban él y la kunoichi—. Ven a calentarte junto al fuego, ven. ¡Debes estar congelada!
En menos que canta un gallo, el posadero había desaparecido tras el arco de una puerta que había tras la barra —posiblemente daba a la cocina— y había vuelto con un cuenco de sopa humeante cuyo sólo aroma era suficiente para hacerle la boca agua al guerrero más rudo de Notsuba. La dejó sobre la barra, frente a Ayame.
—¡Come, muchacha, no seas tímida, come! —le instó el hombrecillo—. Pareces exahusta, vaya que si pareces! Si no es mucho preguntar, ¿se puede saber de dónde viene una chiquita como tú a estas horas de la noche? Si no es mucho preguntar.
En ese momento la puerta se abrió, y un chico casi idéntico a Akame —mas no Akame— hizo acto de presencia en El descanso eterno. El posadero lo saludó con el mismo júbilo; puede que simplemente aquel tipo fuese así de animado.
—¡Buenas noches, muchacho, buenas noches!
—¡Buenas noches, señorita, buenas noches!
El hombre que había respondido al saludo de Ayame era un tipo lo bastante mayor como para tener canas en la base del pelo pero no lo suficiente como para considerarse viejo. Era bajito, un tanto rechonchete, y exhibía una sonrisa de oreja a oreja en el rostro. Parecía de esa clase de posaderos honrados que son difíciles de encontrar.
—¡Desde luego que tenemos habitaciones, desde luego! —anunció a viva voz, a pesar de que allí sólo estaban él y la kunoichi—. Ven a calentarte junto al fuego, ven. ¡Debes estar congelada!
En menos que canta un gallo, el posadero había desaparecido tras el arco de una puerta que había tras la barra —posiblemente daba a la cocina— y había vuelto con un cuenco de sopa humeante cuyo sólo aroma era suficiente para hacerle la boca agua al guerrero más rudo de Notsuba. La dejó sobre la barra, frente a Ayame.
—¡Come, muchacha, no seas tímida, come! —le instó el hombrecillo—. Pareces exahusta, vaya que si pareces! Si no es mucho preguntar, ¿se puede saber de dónde viene una chiquita como tú a estas horas de la noche? Si no es mucho preguntar.
En ese momento la puerta se abrió, y un chico casi idéntico a Akame —mas no Akame— hizo acto de presencia en El descanso eterno. El posadero lo saludó con el mismo júbilo; puede que simplemente aquel tipo fuese así de animado.
—¡Buenas noches, muchacho, buenas noches!