29/12/2016, 17:46
—A mí me parece genial, además no hemos comido nada en un buen rato —replicó Ryu, y Ayame gimió para sus adentros—. Venga, Eri, así puedes tranquilizarte de lo que sea que te pase —añadió, dirigiéndose a la peliazul, que parecía tan angustiada como Ayame.
—Pero... Pero... —balbuceaba—. ¿Y... Y si pasa algo malo? Y... ¿Y si...?
Parecía incapaz de continuar, pero la mente de Ayame no tardó en hacerlo.
«¿Y si vuelve a aparecer Kabocha? ¿Y si nos mata a todos?»
Una mano se posó sobre su hombro, y Ayame volvió a pegar un bote del susto.
—Entonces nos veremos en el restaurante en diez minutos —intervino Kōri, ajeno a los recelos de las dos—. Primero dejaremos las cosas en la habitación y nos asearemos un poco. Con suerte lograremos relajarnos todos.
—Pero... —Comenzó a protestar Ayame, pero Kōri no le dejó continuar.
Aún cogida por el hombro, la empujó con suavidad pero firmeza y la apartó de Ryu y Eri para dirigirla a lo largo del pasillo. Ayame tenía la mirada fija en la moqueta roja, pero todos sus sentidos estaban alerta a cualquier mínimo detalle que pudiera sobresalir de aquella molesta normalidad. Aún así, palideció terriblemente cuando sus pasos se detuvieron y se vio frente a la habitación 300. Su hermano se acercó a la puerta y todo el cuerpo de Ayame se puso en tensión cuando introdujo la llave en la cerradura. La giró. La puerta se abrió con un característico clack. Y entonces la habitación quedó expuesta a su vista. Ayame contuvo la respiración. La habitación era tal y como la había visto en aquella supuesta pesadilla. Con las dos camas colocadas de la misma forma, una junto a la ventana y la otra pegada a la pared; con las mismas sábanas del mismo color, los mismos muebles colocados de la misma forma...
Pero todo era igual de normal.
Nada ocurrió cuando Kōri la empujó dentro de la habitación. Nada ocurrió cuando cerró la puerta tras ella. Nada ocurrió cuando dejaron las mochilas de viaje en el suelo.
—No sé qué cable se te ha cruzado, Ayame. Pero te recomiendo que te des una ducha rápida y te relajes. Ya hablaremos de ello más tarde.
—Sí... —asintió ella, abstraída. ¿Aunque de verdad debería hablar con su hermano de algo que ni siquiera estaba segura de que hubiera ocurrido de verdad? Ni siquiera ella misma lo terminaba de entender...
Sin embargo, obedeció. Tomó sus utensilios de aseo y se metió en el baño. Aunque lo primero que hizo fue asegurarse de que no hubiera nada raro dentro de la ducha, del lavabo o del váter. Nuevamente, todo era normal. Ni siquiera se encontró con una mísera cucaracha muerta.
—Todo... todo está bien... Relájate —se dijo a sí misma, tratando de autoconvencerse.
Pero entonces, ¿no había sido más que una mera pesadilla?