Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
16/11/2016, 23:56 (Última modificación: 16/11/2016, 23:57 por Aotsuki Ayame.)
Sus peores temores se confirmaron.
La puerta de la habitación se abrió con un escalofriante chirrido que le puso los pelos de punta. Y, tras ella, vinieron los pasos. Uno. Dos. Tres. Marcados y secos como cuchillos clavándose en sus oídos. Aterrorizada, Ayame vio como aquellos zapatos retorcidos se acercaban hacia la cama de su hermano, y por un momento tuvo verdadero miedo por su vida. Sin embargo, los tobillos se flexionaron y el hombre comenzó a agacharse lentamente.
«Sabe que estoy aquí...» Comprendió, haciendo verdaderos esfuerzos por no chillar de terror. «¿Pero cómo? He... he dejado al clon en mi cama... ¿Por qué...?»
Alzó las manos a la altura del pecho. Entrelazó las manos en un sello. Y entonces...
—¿Pero qué haces, Kabocha-kun? —Se había detenido. Igual que se había detenido el corazón de Ayame al escuchar ese nombre—. No seas idiota, no seas idiota, ¿quién más va a haber por aquí? Estás paranoico, estás paranoico.
«Kabocha...»
Kabocha volvió a incorporarse. Y en aquella ocasión el sonido de los pasos no le acompañó. Y Ayame no se dio cuenta de que había salido de la habitación hasta que cerró la puerta tras de sí.
«Kabocha...» Ayame tiritaba de puro miedo, respiraba entrecortadamente.
Fuera de la habitación, los pasos volvieron a escucharse. De nuevo, se dirigían a la habitación de al lado. A la habitación 301.
«¡Kabocha!» Ayame se agarró el cabello y cerró los ojos ahogando un gritillo. Kabocha. El mismo Kabocha que las había aterrorizado dos años atrás en aquella mansión abandonada del País del Fuego. Kabocha, aquel homicida y violador que las utilizó para escapar de su prisión con palabras dulces como la miel y sangrientas intenciones. «Kinma no ha conseguido acabar con él... ¿Pero por qué nosotras de nuevo...?»
Un nuevo chirrido la sobresaltó. Kabocha había abierto la puerta de al lado...
—♫Uno a uno, todos morirán... Cuatro tripas, mi cuchillo abrirá...♫ —canturreaba—. Jiajiajia...
—Eri... Ryu...
Ayame salió de debajo de la cama, y de manera sincronizada su clon de agua se reincorporó y salió de la habitación. Ayame se quedó junto a la puerta entornada, escuchando atentamente. Sus ojos se dirigieron inevitablemente hacia Kōri y enseguida notó el picor de las lágrimas. Tenía miedo. Muchísimo miedo... ¿Cómo iba alguien como ella a proteger a tres personas frente a alguien tan poderoso y aterrador como Kabocha? ¡Era de locos! La última vez había necesitado la ayuda de Kokuō...
—¡ERI! ¡ERI! ¡¿ESTÁS AHÍ!? —gritaba su clon, aporreando la puerta vecina con el puño.
Y Ayame cerró momentáneamente los ojos. Iba a morir esa noche. Y lo sabía.
Y lo peor era que no iba a conseguir salvar a nadie...
A la par que escuchó que la puerta estaba cerrada a cal y canto y no se abriría sin una llave - seguramente la que tenía Ryu en alguno de sus bolsillos o mano -, resonó en su cabeza fue aquel chillido aterrador. Estaba atrapada, eso era tan real como que su nombre era Mizumi Eri.
Y no le gustaba para nada su realidad.
La falsa Ayame pareció darse cuenta de su intento de huída, pues se dio la vuelta; pero ya no era la dulce chica que portaba dentro una bestia con colas, no; aquella persona, si podía definirlo así, era un hombre con una calabaza por cabeza, vestido en su totalidad de oscuro y una capa adornando su espalda.
En su mano reposaba un cuchillo, posiblemente el que minutos antes había sentido enterrado en sus entrañas, y un escalofrío la recorrió de arriba a abajo cuando escuchó:
—Tú serás la primera... La más joven... La más tierna... Ven con Kabocha, cariño... Eri-chaaAAAAAN
Su terrorífica voz penetró hasta lo más olvidado de su cabeza, y sintió que, aun sin tener nada sobre ella, su frágil cuerpo estaba siendo asaltado en contra de su voluntad, mordió su labio inferior, se sentía indefensa, se sentía toqueteada por aquel ser, se sentía... Violada.
Intentó moverse, llegar hasta la posición de Ryu y arrebatarle la llave, pero, incapaz de mover un solo músculo para encontrarse con lo que podía ser su único escape; miró la sonrisa macabra tallada en la calabaza.
Y volvió a tiritar.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Aquél extraño familiar reptó hasta la habitación donde se hospedaban Eri y Ryu. Arrastró aquellos zapatos retorcidos mientras canturreaba su funesta canción, y cuando estaba frente al picaporte lo giró con la delicadeza de una sábana recién lavada, a pesar de que no habría tenido por qué hacerlo. Dentro, los ocupantes yacían completamente dormidos.
Kabocha pasó de largo la cama del hombre y se relamió mientras se encaramaba a la cama de Eri y ponía las dos piernas abiertas a cada lado de su cuerpecillo. Apartó bien su cabello del color de la paja para disfrutar de la visión de su víctima, volvió a relamerse y lamió también el cuchillo que sostenía. Levantó ambas manos, con el puñal bien agarrado, y lo lanzó en picado hacia...
—¡ERI! ¡ERI! ¡¿ESTÁS AHÍ!? —el grito le sobresaltó y el cuchillo pasó rozando la mejilla de Eri, haciendo resbalar una gota de sangre.
¿Cómo había podido salir del genjutsu aquella mocosa insolente?
Se levantó y se dirigió corriendo a la puerta con su cuchilló, la abrió y atravesó la garganta del clon de Ayame como si fuera mantequilla...
...y Eri, por el dolor del corte, despertó de aquella pesadilla.
El clon seguía aporreando la puerta sin descanso, desgañitándose con cada grito exhalado.
—¡ERI! ¡CONTESTA, ER...!
La puerta se abrió de repente y un cuchillo empuñado por una mano de dedos largos atravesó su cuello. Sin embargo, el hombre no encontró rastro alguno de sangre... Sino de agua. La réplica que Ayame había creado como distracción estalló en una sonora explosión de agua, y, tras respirar hondo por última vez, Ayame salió al pasillo de un salto con las manos entrelazadas en un sello:
—¡Suiton: Suigadan!
La masa de agua en la que se había convertido su clon de agua cobró vida de repente. Se retorció, se alargó y giró sobre sí misma hasta formar un taladro que buscó incesante el cuerpo del monstruo que pretendía matarlos a todos en aquella terrorífica noche.
Ayame cerró la puerta de su habitación tras de sí. Lo último que deseaba en aquel momento era que Kōri pudiera verse involucrado en aquella peliaguda situación.
—¿Qué significa esto? —preguntó, y su voz se vio estrangulada por el terror—. ¡¿Qué le has hecho a Eri, Kabocha!?
1/12/2016, 21:16 (Última modificación: 1/12/2016, 21:56 por Uzumaki Eri.)
Un dolor agudo en su mejilla hizo que despertase de aquella horrible pesadilla que estaba viviendo, un sueño vil y cruel creado por la persona que menos quería ver recién levantada. Pero él estaba allí, el creador de su pesadilla.
Sin embargo, éste se había dado la vuelta para lanzar el cuchillo a algo que ahora explotaba en miles de gotas de agua, cosa que aprovechó rápidamente para intentar deslizarse por entre las piernas de su agresor con las suyas propias temblando cual gelatina, pero no tenía más opción.
Era sobrevivir,
o morir.
—¡Suiton: Suigadan!
Un grito inundó la sala y rápidamente algo se escuchó en la habitación, sin embargo Eri estaba tan metida en su cometido que no quiso girar la mirada para perder unos valiosos segundos de su tan apreciada vida. Su corazón palpitaba a una velocidad ya conocida para ella y sus ojos, incansables en aquellos momentos, miraban hacia todos lados para seguir hacia delante.
Luego escuchó una puerta cerrarse en la lejanía.
—¿Qué significa esto? —la pregunta flotó en el aire a la par que Eri recordaba haber escuchado aquella voz antes, era Ayame—. ¡¿Qué le has hecho a Eri, Kabocha!?
''¡Ayame ha venido a rescatarme!''
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La treta de la kunoichi de Amegakure estalló en una salva de agua que le empapó. Giró el rostro a tiempo para ver a la auténtica, que había salido al pasillo formulando un sello.
—¡MMMMAAALDITAAA...! —casi vociferó.
—¡Suiton: Suigadan!
El resto del agua se retorció y giró a toda velocidad, atravesándole el vientre de parte a parte. Kabocha gimió un aullido gutural y escupió una masa de sangre que se esparció por la pared formando una palabra. Ayame no pudo prestarle atención en ese momento.
—Hija... de...
Kabocha sonrió. Se arrastró hacia ella lentamente, sangrante, con un boquete de muy mal aspecto en el estómago...
...Eri corrió todo lo que pudo, y salió al pasillo justo cuando el de pelo de color de paja se derrumbaba en el suelo del hotel.
Ahora estaban solas. Y las letras de la pared rezaban:
6/12/2016, 00:19 (Última modificación: 6/12/2016, 00:20 por Aotsuki Ayame.)
—¡MMMMAAALDITAAA...! —vociferó Kabocha, y su voz despidió tal ira que Ayame se estremeció de los pies a la cabeza.
Sin embargo, no dejó que aquello la desconcentrara, el taladro de agua formado a partir de los restos de su propia réplica le atravesó de parte a parte a la altura del vientre. Kabocha profirió un aullido de dolor desde lo más profundo de su garganta y cuando abrió impregnó las paredes con una bocanada de sangre.
—Hija... de...
Kabocha se giró hacia una paralizada Ayame, con sus ensangrentados labios curvados en una macabra sonrisa de muerte. Comenzó a acercarse a ella con aquel agujero en su cuerpo, pero aunque quiso moverse sentía que los músculos no le respondían. ¿Cómo era posible que Kabocha sí pudiera seguir moviéndose? Y cuando Ayame ya creía que la atraparía con aquellas manos de largos dedos, el monstruo terminó por desplomarse en el suelo del pasillo.
Incapaz de creerse lo que sus ojos estaban contemplando, Ayame se mantuvo así durante varios segundos. Temblorosa, con los ojos fijos en el cuerpo inerte de Kabocha, sin poder apartarlos de él y esperando a que volviera a levantarse en cualquier instante. Al final no pudo seguir aguantando la respiración, y con la nueva bocanada de aire regresó a la realidad.
—Eri... —susurró, al reparar en la presencia de la peliazul. Aparte de un corte en la mejilla que no recordaba que tuviera antes, la joven parecía estar intacta. Ayame sonrió con suavidad—. Menos mal que estás bi...
La sonrisa había muerto en sus labios. Su rostro se había congelado al reparar en la pared que Kabocha había manchado con su propia sangre y en la que se podía leer una única palabra:
VOLVERÉ
—Oh, no... —susurró, con un hilo de voz—. Tenemos que irnos de aquí, ¡ya mismo! ¡Kōri!
Ayame giró sobre sus talones y se abalanzó de nuevo sobre la puerta de su habitación para volverla a abrir. Ya no le importaba que no encontraran otra posada en todo Tanzaku Gai. De hecho, ni siquiera deseaba volver a entrar en uno de ellos. Ni siquiera le importaba tener que dormir al raso, por mucho frío que hiciera. Tenía que despertar a su hermano. Y tenían que salir los cuatro de allí.
Cuando logró escapar al pasillo fue capaz de ver cómo Ayame acababa con aquella criatura que amenazaba con acabar su corta vida, haciendo que éste cayese al suelo de lo que podía ser su habitación. El corazón acelerado hacía que la joven no dejase de jadear por el momento vivido, y aún sin saber si aquel ser solo fingía o de verdad había caído redondo, se acercó lentamente a Ayame.
—Eri... —Susurró la kunoichi de Ame, haciendo que la pequeña sonriese un poco, la voz de la joven era la misma... —. Menos mal que estás bi...
Pero el amago de sonrisa se borró inmediatamente de los labios de la huérfana, pues en la pared, escrito con sangre, se leía:
VOLVERÉ
—Oh, no... Tenemos que irnos de aquí, ¡ya mismo! ¡Kōri!
— ¡Sí! — Exclamó con voz ronca mientras se apresuraba a meterse de nuevo en la habitación y sacar al otro bulto que reposaba sobre la otra cama, intentando que el tiempo fuese lo más reducido posible.
Lo único que quería era salir de allí, no le importaba dormir en aquellos instantes, ni si quiera descansar o pensar en cerrar los ojos por unos momentos; no, ella necesitaba salir corriendo de aquel lugar y no regresar jamás, al menos no a aquella posada.
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Pero cuando las dos muchachas se disponían a girar sobre sus talones, algo oscuro y pesado las agarró, y tiró de ellas hacia el suelo. Sus pequeños cuerpecillos sufrieron el inevitable empuje de la gravedad y golpearon contra el suelo. Sus ojos pudieron observar entonces como de cada puerta del pasillo trepaban hacia ellas, arrastrándose como serpientes de pura noche, sombras difusas y alargadas, que sin emitir sonido alguno, pues no tenían voz, siquiera boca, parecían reírse, reírse, reírse.
Las sombras les envolvieron, su estómago subió, dio una media vuelta y volvió a bajar. Sintieron que querían vomitar mientras aquella horrible risa inundaba sus tímpanos y resonaba muy dentro, agitando todos sus huesos y haciéndolos vibrar como un instrumento de percusión fuera de control. La cabeza les daba vueltas, ¿aunque cómo sabe uno que la cabeza le está dando vueltas si todo lo que hay alrededor de sí mismo son tinieblas?
Como si algo estuviera succionando de los oídos en un principio y se alejase de golpe, escucharon un estruendo parecido al de una aspiradora que se aleja de golpe de la cabeza, y de pronto las sombras habían desaparecido, y estaban allí, subiendo en el ascensor de aquél hotel...
...junto a Ryu y a Kori, como si nada hubiera sucedido...
...como si todo hubiera sido una horrible pesadilla en la vigilia.
Ayame fue a girar sobre sus talones rápidamente para abalanzarse sobre la puerta de su habitación y hacer despertar a Kōri de una vez por todas para abandonar aquel lugar maldito cuanto antes. Sin embargo, algo tapó su visión momentáneamente y antes de que pudiera siquiera chillar se vio arrojada contra el suelo.
—¡Ah...! —gimió, dolorida. Y en su aturdimiento fue incapaz de reincorporarse lo suficientemente deprisa. Ni siquiera le dio tiempo a comprobar qué era lo que la había tirado o si Eri había sufrido el mismo destino que ella. Algo en la puerta de la habitación 300 llamó la atención de sus ojos, y pronto se arrepintió de haber mirado siquiera. Se había quedado paralizada del más absoluto terror.
Una sombra difusa, alargada y oscura como la noche se arrastraba hacia ella, reptando por el suelo como una serpiente constituida únicamente por oscuridad. Sin embargo, aquella serpiente no siseaba, sino que se reía. Se reía pese a que no parecía tener boca. Y aquellas carcajadas le ponían la carne de gallina. Ayame sollozó para sí. ¿Alguna vez había pasado tanto miedo? Intentó moverse y apartarse, intentó activar su habilidad para licuar su cuerpo, pero ya era demasiado tarde. La sombra la envolvió. Ayame gritó. Y el estómago le dio un súbito vuelco. Como si hubiese sido engullida por un torbellino de oscuridad, se sintió subir, bajar, girar sobre sí misma... Quiso vomitar. Quiso arrancarse los oídos para dejar de escuchar aquella terrible cacofonía que perforaba sus tímpanos y retumbaba en cada uno de sus huesos. Estaba mareada. Terriblemente mareada... Y sollozaba rogando porque aquella pesadilla terminara de una vez y dejara de torturarla.
«Mátame ya, si quieres... Déjame en paz...» Llegó a pensar, en su profunda desesperación.
Y, de repente, todo se detuvo. El sonido que había llenado sus oídos se alejó de ella. Las sombras desaparecieron de sus ojos. Y entonces se encontró de pie, en un pequeño cubículo que traqueteaba con el sonido de un ronroneante rumor de un motor de fondo.
«El... ¿El ascensor...?» Pensó, completamente desorientada.
—¿Qué...?
Ayame miró a su alrededor, con el sudor frío perlando su frente y el corazón aún redoblando en sus sienes. El alivio invadió su pecho cuando comprobó que no estaba sola allí. Eri, Ryu... ¡Kōri estaba también allí! Y todos parecían sanos y salvos...
Sin embargo, lejos de calmar su terror, Ayame se abrazó a su hermano entre renovados sollozos.
—¡Kōri! Estás... ¡Estás bien! —lloraba y lloraba, incapaz de contenerse.
—A... ¿Ayame? —preguntó Kōri, y cuando Ayame se apartó de él y le miró a los ojos vio más allá de su eterna máscara de hielo y vio la duda y la confusión en ellos—. ¿Qué ocurre?
—T... tú... yo... —balbuceó, sin saber muy bien cómo debía explicarse. Ayame giró la cabeza hacia Eri, esperando ver algún tipo de complicidad en sus ojos. Saber que no se había vuelto loca y lo había soñado todo. ¿Pero cómo podía haber soñado todo aquello desde que habían entrado al ascensor hasta aquel instante? Sólo debían haber pasado unos pocos segundos, ¡era totalmente imposible! ¿Acaso se había vuelto loca? Sacudió la cabeza, y se volvió de nuevo hacia su hermano. Le agarró de la chaqueta con gesto implorante—. N... no lo puedo explicar... ¡Pero tenemos que irnos de aquí ya!
—¿Irnos? Ayame, acabo de pagar la habitación. Es el último hostal que debe quedar en toda Tanzaku Gai y no pod...
—¡No me importa! —le gritó, desesperada. Y Kōri se sobresaltó ligeramente. Ayame nunca, jamás, le había gritado—. ¡No me importa dormir al raso! ¡No me quejaré! ¡Te... te pagaré la habitación cuando tenga más dinero! Pero, por favor, vámonos de aquí...
Kōri frunció ligeramente el ceño y miró al resto de sus acompañantes, más confundido que antes si cabía.
Cuando Eri se dispuso a despertar al bulto que reposaba a unos metros de su posición, algo desconocido, algo oscuro; se agarró a ella con fuerza e hizo que cayese al suelo sin pensárselo dos veces, probando de nuevo el dulce dolor del impacto contra la superficie que reposaba bajo su cuerpo, gimiendo de dolor ante el súbito contacto.
Tembló de nuevo, con los latidos de su corazón palpitando en sus oídos, sus ojos, abiertos de par en par; apreciaron entre jadeo y jadeo como del pasillo se asomaban unas sombras con vida propia, oscuras, serpenteantes; y no se detenían a su paso, sino que tenían un destino. La de cabellos azules intentó reptar hacia atrás, alejándose de aquellas extrañas sombras, pero fue más que en vano cuando resvaló su palma y volvió a caer.
Sus ojos se inundaron de lágrimas, cerrándolos con fuerza para intentar evitar ver cómo podría ser su final, ya de tantos que había imaginado ver; cuando las sombras se apoderaron de su diminuto cuerpo, y las risas que éstas profesaban se mezclaron con los latidos desenfrenados de su acelerado corazón. Y cuando se vio envuelta en la mayor oscuridad, se sintió mareada, como si su estómago se hubiese ido de fiesta toda la noche y ahora quisiera expulsar los manjares que degustó como si de comida en mal estado se tratase. Le dolía todo el cuerpo, y no era un dolor constante, más bien un dolor que buscabas cesar de cualquier manera.
Incluso con la muerte.
Y entonces todo desapareció como si de suciedad barrida por una escoba invisible se tratase; cuando ya lo había dado todo por perdido, allí estaba ella, sobre sus dos piernas, vivita y coleando.
''¿Pero...?''
Incapaz de pensar con claridad, sus ojos divagaron por la estancia para darse cuenta de que se encontraba en un ascensor, junto con Ayame y su hermano, además de...
— ¡Ryu! — Chilló abalanzándose sobre el cuerpo del nombrado, ansiosa, temerosa, como si sintiese que de nuevo podrían volver aquellos seres y jugar con su vida. — Estás aquí... Estás aquí... — Murmuró con la cara enterrada en sus ropas.
— Hey, ¿qué pasa, Eri? Si no me he movido de aquí... — Contestó confuso, llevando sus manos sobre los hombros de la joven e intentar calmarla un poco. — ¿Estás bien?
La pequeña levantó sus ojos para encontrarse con los de Ayame, y supo en ese instante que no era una imaginación de su caprichosa mente, al menos no sólamente de ella. La verdadera pregunta era... ¿Cómo? ¿Cómo era todo aquello posible? ¡Con lo poco que entendía de ilusiones como para ponerse a pensar en aquel instante sobre cosas inexplicables!
— N... no lo puedo explicar... ¡Pero tenemos que irnos de aquí ya!
Algo hizo click en su cabeza, ¡Ayame tenía razón! No tenían tiempo que perder, y menos estando en el lugar donde toda esa pesadilla acababa de pasar.
— ¡Tiene razón! ¡Vámonos, rápido! — Exclamó mientras empujaba de Ryu como si la vida dependiese de aquello. — Quiero volver a Uzu, por favor...
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El ascensor frenó, poco a poco, pese a todo lo que había pasado, y paró en el piso correcto con total normalidad. Se abrió entonces la puerta normal de aquél ascensor normal, y se encontraron de frente ante un pasillo de hotel, que pese a todo pronóstico, resultó ser de lo más normal.
Fuera, habían multitud de puertas normales, con su multitud de números de puerta de un color dorado normal. La moqueta, normal, parecía estar completamente limpia. Un señor normal en su bata de patitos dorados, que no parecía, la verdad, muy normal, se paró enfrente del ascensor, y tosió, confuso, llamando la atención.
—¿Disculpen, van a salir del ascensor hoy o mañana? —espetó, malhumorado—. Están a punto de poner la cena en el restaurante, y las salchichas siempre son lo primero que se acaba. Debo darme prisa.
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21/12/2016, 00:25 (Última modificación: 21/12/2016, 00:26 por Aotsuki Ayame.)
Pero lo que Kōri encontró al mirar a su alrededor fue una situación muy similar a la que estaba viviendo él en aquellos momentos. La jovencita de cabellos azules también se había agarrado con desesperación a un confundido Ryu, que intentaba a partes iguales calmarla y comprender qué era lo que estaba ocurriendo.
—¡Ayame! —exclamó, y su voz apática sonó más enérgica de lo que era habitual en él. Incluso Ayame se había sobresaltado al escucharle, pero su repentina debilidad no le amilanó. La agarró con firmeza por los hombros y la apartó de sí para que le mirara a los ojos—. ¿Me vas a explicar de una vez qué está pasando?
Ella no dejaba de temblar y, con los ojos empañados en lágrimas, no tardó en apartar la mirada respirando entrecortadamente. Era como si acabara de despertar de su más terrorífica pesadilla.
—Por favor... por favor... Tenemos que irnos... o... o... —balbuceaba, y Kōri tuvo que hacer un esfuerzo adicional por comprender sus palabras.
—¿O qué? —instigó.
El ascensor se detuvo con la suavidad de una pluma, pero Ayame volvió a sobresaltarse. La puerta se abrió con un característico tintineo, y su hermana se agarró con más fuerza si cabía a él. Por cómo miraba el pasillo que se extendía frente a ellos, con los ojos abiertos de par en par y todo el cuerpo en tensión, parecía que estaba buscando algo que no lograba encontrar allí. Algo verdaderamente terrorífico. Pero allí no había más que una multitud de puertas coronadas con el número de la habitación en dorado.
Y un hombre vestido con una bata con patitos.
—¿Disculpen, van a salir del ascensor hoy o mañana? —espetó, de mala manera—. Están a punto de poner la cena en el restaurante, y las salchichas siempre son lo primero que se acaba. Debo darme prisa.
Pero apenas llegaron a escuchar sus últimas palabras. El simple sonido de la voz del desconocido había vuelto a sobresaltar a Ayame, que no parecía haber reparado en su presencia hasta entonces. Kōri lanzó su mano como una saeta y agarró la muñeca de su hermana justo a tiempo de que se le ocurriera desenvainar el kunai que llevaba oculto bajo sus mangas.
—¡Au! —protestó, pero él tiró de ella para sacarla fuera del ascensor y dejar paso libre.
—Mis disculpas. Mi hermana está un poco... nerviosa —le dijo al hombre.
Kōri esperó hasta que la puerta del ascensor se cerrara de nuevo antes de volverse hacia Ayame con los ojos entrecerrados. Ella había hundido la mirada en la moqueta, profundamente avergonzada pero igual de temerosa que antes.
—No sé qué mosca te ha picado, Ayame. Pero ya hemos pagado la habitación del hotel, así que dormiremos aquí. Aunque tenga que dejarte inconsciente hasta mañana y arrastrarte hasta la habitación.
Ella volvió a morderse el labio inferior, como solía hacer, pero permanecía sumida en un doloroso silencio.
—¿Vosotros qué vais a hacer? —añadió, volviéndose hacia Ryu y Eri—. Si tenéis hambre podríamos ir a probar esas salchichas.
Los ojos de Eri brillaron por un instante para luego volver a posarse en los azules de Ryu, pidiéndole, no; rogándole con la mirada que entendiese lo que acababa de decir. Era imposible de explicar con palabras lo asustada que se sentía en aquel momento, y sabía que con todas las señas y explicaciones, no podría dejar salir todo lo que había pasado, no al menos en su situación.
Se sobresaltó al escuchar al hermano de Ayame intentar sonsacarle la información a la misma, pegando un salto sobre su sitio, pisando a Ryu a su vez. Enterró de nuevo la cabeza en la vestimenta de éste, temblorosa.
— Yo solo me quiero ir... — Susurró de nuevo, con voz entrecortada por las lágrimas que ahora empapaban la camiseta del castaño.
Sin embargo, el ascensor se abrió, y la pequeña se aferró aún con más fuerza - si se pudiese - al de su propia villa, temerosa de virar su vista para toparse con pasillos aterradores con la única iluminación de una luz carmesí, o con un hombre con una calabaza por cabeza... Solo de recordarlo las lágrimas seguían acumulándose en sus ojos verdosos.
—¿Disculpen, van a salir del ascensor hoy o mañana? — Protestó una voz, a la que Eri percibió como lejana aún estando a escasos metros de su posición. — Están a punto de poner la cena en el restaurante, y las salchichas siempre son lo primero que se acaba. Debo darme prisa.
Que no y que no, que ella se marchaba, ¡y el hombre ese que se metiese las salchichas por donde le cabiesen! Sin embargo, Ryu actuó por ella, y tomándola fuertemente por los hombros prácticamente empujó de la de cabellos azulados para sacarla del cubículo en el que se encontraban.
— Lo siento, ¡disfrute de las salchichas! — Alegó sin despegar sus manos de los hombros de la más joven.
Eri, por su parte, se había separado de él como si ahora su ropa a la que tan aferrada estaba segundos antes quemase, por lo que se atrevió a abrir los ojos y darse cuenta de que estaba en una estancia... Normal. Suponía. Al menos no había...
No había nada de lo que había vivido antes.
Tembló de nuevo, pero clavó sus ojos esmeralda sobre los azules de Ryu, con una mezcla de súplica y enfado.
—¿Vosotros qué vais a hacer? — Kōri la sobresaltó por segunda vez. — Si tenéis hambre podríamos ir a probar esas salchichas.
— A mí me parece genial, además no hemos comido nada en un buen rato. — Admitió el mayor. — Venga, Eri, así puedes tranquilizarte de lo que sea que te pase. — Añadió al cabo de unos cortos segundos.
Pero la chica se negaba en rotundo.
— Pero... Pero... — Balbuceó con los ojos bien abiertos. — ¿Y... Y si pasa algo malo? Y... ¿Y si...? — No pudo continuar porque su mente se nubló de imágenes, y tiritó de nuevo.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
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Daruu me ha dicho que continuemos, que no tiene nada más que masterizar. El hotel es completamente normal.
—A mí me parece genial, además no hemos comido nada en un buen rato —replicó Ryu, y Ayame gimió para sus adentros—. Venga, Eri, así puedes tranquilizarte de lo que sea que te pase —añadió, dirigiéndose a la peliazul, que parecía tan angustiada como Ayame.
—Pero... Pero... —balbuceaba—. ¿Y... Y si pasa algo malo? Y... ¿Y si...?
Parecía incapaz de continuar, pero la mente de Ayame no tardó en hacerlo.
«¿Y si vuelve a aparecer Kabocha? ¿Y si nos mata a todos?»
Una mano se posó sobre su hombro, y Ayame volvió a pegar un bote del susto.
—Entonces nos veremos en el restaurante en diez minutos —intervino Kōri, ajeno a los recelos de las dos—. Primero dejaremos las cosas en la habitación y nos asearemos un poco. Con suerte lograremos relajarnos todos.
—Pero... —Comenzó a protestar Ayame, pero Kōri no le dejó continuar.
Aún cogida por el hombro, la empujó con suavidad pero firmeza y la apartó de Ryu y Eri para dirigirla a lo largo del pasillo. Ayame tenía la mirada fija en la moqueta roja, pero todos sus sentidos estaban alerta a cualquier mínimo detalle que pudiera sobresalir de aquella molesta normalidad. Aún así, palideció terriblemente cuando sus pasos se detuvieron y se vio frente a la habitación 300. Su hermano se acercó a la puerta y todo el cuerpo de Ayame se puso en tensión cuando introdujo la llave en la cerradura. La giró. La puerta se abrió con un característico clack. Y entonces la habitación quedó expuesta a su vista. Ayame contuvo la respiración. La habitación era tal y como la había visto en aquella supuesta pesadilla. Con las dos camas colocadas de la misma forma, una junto a la ventana y la otra pegada a la pared; con las mismas sábanas del mismo color, los mismos muebles colocados de la misma forma...
Pero todo era igual de normal.
Nada ocurrió cuando Kōri la empujó dentro de la habitación. Nada ocurrió cuando cerró la puerta tras ella. Nada ocurrió cuando dejaron las mochilas de viaje en el suelo.
—No sé qué cable se te ha cruzado, Ayame. Pero te recomiendo que te des una ducha rápida y te relajes. Ya hablaremos de ello más tarde.
—Sí... —asintió ella, abstraída. ¿Aunque de verdad debería hablar con su hermano de algo que ni siquiera estaba segura de que hubiera ocurrido de verdad? Ni siquiera ella misma lo terminaba de entender...
Sin embargo, obedeció. Tomó sus utensilios de aseo y se metió en el baño. Aunque lo primero que hizo fue asegurarse de que no hubiera nada raro dentro de la ducha, del lavabo o del váter. Nuevamente, todo era normal. Ni siquiera se encontró con una mísera cucaracha muerta.
—Todo... todo está bien... Relájate —se dijo a sí misma, tratando de autoconvencerse.
Pero entonces, ¿no había sido más que una mera pesadilla?