7/01/2017, 17:44
(Última modificación: 7/01/2017, 17:45 por Uchiha Akame.)
La situación se volvió un tanto tensa por momentos. El hostalero, sin abandonar su semblante simpático y afable, enarcó una ceja ante el comentario de aquel muchacho de ojos rojos.
—¡Discúlpame, muchacho, discúlpame! Pero no tengo ni la más remota idea acerca de lo que me estás diciendo. ¿Vienes a por una habitación? Tenemos camas libres, una lumbre caliente y la sopa está deliciosa.
Ayame misma podría corroborar las palabras de aquel hombre; la chimenea desprendía un calor acogedor y la sopa estaba cargada de verduras y especias, dándole un toque exquisito.
Entonces la puerta se abrió una tercera vez, y el hostelero no pudo sino exclamar con sorpresa.
—¡Por los mil escalones de Tengokuhenokaidan! ¡Sí que estamos teniendo clientes esta noche, sí!
El recién llegado era un tipo de mediana altura, complexión media y con el rostro más anodino que se pudiera imaginar. Era castaño, de ojos marrones y piel pálida; como solían ser los habitantes del País de la Tierra. Su semblante era de neutralidadtotal, y su expresión transmitía la más pura indiferencia. Parecía de esa clase de personas que todo el mundo olvidaba a los cinco minutos de haberle conocido.
—¡Buenas noches, Unai, buenas noches! —saludó el hostelero con evidente familiaridad.
—Buenas noches, Hachi —respondió éste con una monotonía somnífera—. Parece que tu hostal está concurrido esta noche —agregó tras echar un vistazo a la pequeña sala que, con tres personas, ya parecía abarrotada—. ¿Te quedan habitaciones libres?
El rechonchete hostelero dio una palmada de júbilo.
—¡Claro, Unai, claro! Siempre tenemos camas libres en El descanso eterno, siempre. ¿Puedo ofrecerte algo de sopa, puedo?
Unai asintió con indiferencia mientras se quitaba su gruesa capa de viaje gris y la colgaba en un perchero cercano a la puerta. Luego tomó asiento en la mesa que no estaba ocupada por Ayame, sacó un pequeño libro y empezó a leer con aire ausente.
—¡Discúlpame, muchacho, discúlpame! Pero no tengo ni la más remota idea acerca de lo que me estás diciendo. ¿Vienes a por una habitación? Tenemos camas libres, una lumbre caliente y la sopa está deliciosa.
Ayame misma podría corroborar las palabras de aquel hombre; la chimenea desprendía un calor acogedor y la sopa estaba cargada de verduras y especias, dándole un toque exquisito.
Entonces la puerta se abrió una tercera vez, y el hostelero no pudo sino exclamar con sorpresa.
—¡Por los mil escalones de Tengokuhenokaidan! ¡Sí que estamos teniendo clientes esta noche, sí!
El recién llegado era un tipo de mediana altura, complexión media y con el rostro más anodino que se pudiera imaginar. Era castaño, de ojos marrones y piel pálida; como solían ser los habitantes del País de la Tierra. Su semblante era de neutralidadtotal, y su expresión transmitía la más pura indiferencia. Parecía de esa clase de personas que todo el mundo olvidaba a los cinco minutos de haberle conocido.
—¡Buenas noches, Unai, buenas noches! —saludó el hostelero con evidente familiaridad.
—Buenas noches, Hachi —respondió éste con una monotonía somnífera—. Parece que tu hostal está concurrido esta noche —agregó tras echar un vistazo a la pequeña sala que, con tres personas, ya parecía abarrotada—. ¿Te quedan habitaciones libres?
El rechonchete hostelero dio una palmada de júbilo.
—¡Claro, Unai, claro! Siempre tenemos camas libres en El descanso eterno, siempre. ¿Puedo ofrecerte algo de sopa, puedo?
Unai asintió con indiferencia mientras se quitaba su gruesa capa de viaje gris y la colgaba en un perchero cercano a la puerta. Luego tomó asiento en la mesa que no estaba ocupada por Ayame, sacó un pequeño libro y empezó a leer con aire ausente.