8/01/2017, 00:57
Akame asintió ante las propuestas de sus compañeros. Al fin y al cabo, mientras el reparto estuviese organizado le daba lo mismo ocuparse de una parte o de otra. Así se lo hizo saber a los dos muchachos.
—De acuerdo, veamos si logramos esclarecer el misterio que pesa sobre esta casa...
Así pues los tres gennin se dispusieron a ejecutar aquel sencillo pero potencialmente efectivo plan de ataque. El Uchiha estaba ansioso por indagar en los rincones de la Finca; la información que habían recabado hasta ahora, especialmente el relato que Datsue les había contado, apuntaba a que allí se había estado cociendo algo sumamente oscuro. Quizá tomar aquella investigación fuese algo que llegase a lamentar en el futuro, pero en aquel momento, Uchiha Akame sólo quería llegar hasta el fondo del asunto. Conocer el final de la historia, como si tuviese entre sus manos un libro al que le habían arrancado las últimas páginas.
Abrió la primera puerta de la fila izquierda y arrugó la nariz ante el hedor a humedad y óxido que salió de aquella habitación. Con un rápido vistazo pudo comprobar que aquello era, más bien, un cuarto trastero donde se habían guardado varios muebles en penoso estado. Entre ellos destacaba un armario particularmente viejo y roído, cuyas dos puertas habían sido claveteadas con tablas de madera. «Por Amaterasu, esto sí que es sospechoso», caviló el gennin mientras trataba en vano de abrir el armario. «En fin, habrá que armarse de paciencia...». Y, ni corto ni perezoso, sacó su kunai y empezó a desencajar los clavos de las tablas...
Mientras tanto, Karamaru empezó por registrar lo que parecía la sala de estar de la casa. Era una estancia bastante amplia, con un mobiliario surtido —sillas, sillones, sofás y demás cómodos asientos—, una chimenea en la pared opuesta repleta de cenizas y brasas apagadas, y varias ventanas que daban al patio.
Al instante pudo ver como por toda la estancia había multitud de amuletos y papeles con simbología religiosa; estatuillas con representaciones divinas, sellos pintados con tinta en pergaminos, etc. Parecía que los últimos residentes hubieran sido muy devotos.
Cuando se fijó más detenidamente, pudo ver que entre la parafernalia religiosa predominaban los sellos y amuletos para repeler a los demonios y otra clase de maldades.
Nada más Datsue empezó a subir las escaleras que llevaban al piso superior, pudo ver que estas mismas se prolongaban también hacia abajo, conduciendo a lo que seguramente sería un sótano. Aquella parte no era visible desde la entrada, no obstante, pero no parecía estar oculta de modo alguno.
Al llegar a la planta superior, el joven Uchiha se halló en un pasillo largo y estrecho, similar al del vestíbulo, con sendas ventanas a su lado derecho y un total de tres puertas en el izquierdo. Pudo advertir, sin embargo, que la que correspondía a la habitación más lejana parecía más vieja y carcomida, como si nadie se hubiese preocupado de aquella habitación desde hacía años.
—De acuerdo, veamos si logramos esclarecer el misterio que pesa sobre esta casa...
Así pues los tres gennin se dispusieron a ejecutar aquel sencillo pero potencialmente efectivo plan de ataque. El Uchiha estaba ansioso por indagar en los rincones de la Finca; la información que habían recabado hasta ahora, especialmente el relato que Datsue les había contado, apuntaba a que allí se había estado cociendo algo sumamente oscuro. Quizá tomar aquella investigación fuese algo que llegase a lamentar en el futuro, pero en aquel momento, Uchiha Akame sólo quería llegar hasta el fondo del asunto. Conocer el final de la historia, como si tuviese entre sus manos un libro al que le habían arrancado las últimas páginas.
Abrió la primera puerta de la fila izquierda y arrugó la nariz ante el hedor a humedad y óxido que salió de aquella habitación. Con un rápido vistazo pudo comprobar que aquello era, más bien, un cuarto trastero donde se habían guardado varios muebles en penoso estado. Entre ellos destacaba un armario particularmente viejo y roído, cuyas dos puertas habían sido claveteadas con tablas de madera. «Por Amaterasu, esto sí que es sospechoso», caviló el gennin mientras trataba en vano de abrir el armario. «En fin, habrá que armarse de paciencia...». Y, ni corto ni perezoso, sacó su kunai y empezó a desencajar los clavos de las tablas...
— — —
Mientras tanto, Karamaru empezó por registrar lo que parecía la sala de estar de la casa. Era una estancia bastante amplia, con un mobiliario surtido —sillas, sillones, sofás y demás cómodos asientos—, una chimenea en la pared opuesta repleta de cenizas y brasas apagadas, y varias ventanas que daban al patio.
Al instante pudo ver como por toda la estancia había multitud de amuletos y papeles con simbología religiosa; estatuillas con representaciones divinas, sellos pintados con tinta en pergaminos, etc. Parecía que los últimos residentes hubieran sido muy devotos.
Cuando se fijó más detenidamente, pudo ver que entre la parafernalia religiosa predominaban los sellos y amuletos para repeler a los demonios y otra clase de maldades.
— — —
Nada más Datsue empezó a subir las escaleras que llevaban al piso superior, pudo ver que estas mismas se prolongaban también hacia abajo, conduciendo a lo que seguramente sería un sótano. Aquella parte no era visible desde la entrada, no obstante, pero no parecía estar oculta de modo alguno.
Al llegar a la planta superior, el joven Uchiha se halló en un pasillo largo y estrecho, similar al del vestíbulo, con sendas ventanas a su lado derecho y un total de tres puertas en el izquierdo. Pudo advertir, sin embargo, que la que correspondía a la habitación más lejana parecía más vieja y carcomida, como si nadie se hubiese preocupado de aquella habitación desde hacía años.