13/01/2017, 00:01
(Última modificación: 13/01/2017, 00:01 por Aotsuki Ayame.)
Mizuyōbi, 18 de Bienvenida del año 207
Como cada día en la Amegakure, la lluvia caía con fuerza sobre la aldea. Sin embargo, la constante tormenta no parecía ser un impedimento para los ciudadanos. Como tampoco era impedimento para que Ayame, aprovechando el descanso, hubiese aprovechado para escabullirse a un rincón del parque que rodeaba la torre. Las clases habían comenzado aquella misma semana, pero Ayame se había decidido a no desaprovechar ni un solo momento y esforzarse al máximo para aprobar el examen de genin.
Pero aún le quedaba mucho, mucho que entrenar.
Recogió por enésima vez sus shuriken con un suspiro de pesadez y volvió a colocarse en su posición inicial, a unos cinco metros del pino que estaba utilizando. Sobre su rugosa corteza ella misma había tallado una diana. Ayame fijó su mirada en el centro de la diana, respiró hondo y cuadró los hombros. Lanzó el primer shuriken, pero se había quedado corta en fuerza y el arma terminó clavándose en el suelo antes de llegar siquiera a su destino.
«¿Cómo me voy a convertir en una kunoichi si no soy capaz de acertar con un shuriken a un blanco inmóvil a apenas cinco metros?» Se preguntaba, desalentada.
Pero no iba a rendirse, no señor. Ayame tomó el segundo shuriken y lo lanzó con más fuerza. Pero el arma pasó silbando junto al tronco y se perdió en la lejanía...
—¡Agh! ¡Maldita sea!
Enrabiada, Ayame lanzó el tercer shuriken con todas sus fuerzas. En aquella ocasión, la estrella de metal dio en el tronco... pero en lugar de clavarse en él rebotó con un sonido incluso ridículo. Ayame estranguló un chillido y se estiró de los pelos...
—¡EEEEEEEEEEEEEKKK!