13/01/2017, 00:36
(Última modificación: 13/01/2017, 00:39 por Uchiha Akame.)
Clink, clonk, clank.
Mientras caminaba por aquella calle tan bien pavimentada con ladrillos grises, franqueada por edificios de paredes blancas y tejados rojos, Akame no pudo evitar pensar que tal vez aquella fuese la ciudad más ruidosa de todo Oonindo. Claro que, ¿qué otra cosa podía esperarse de Los Herreros? Un lugar famoso por su producción de armamento y material militar como aquel no podía tener otra banda sonora.
Clink, clonk, clank.
Hasta el observador menos avispado podía advertir, mirase donde mirase, al menos dos o tres fuentes de golpeteos, tintineos metálicos y chirridos. Aquí, un comerciante poniendo en orden una remesa de katanas. Allá, un armero colgando varias armaduras de firmes perchas de madera. Y, como no, casi en cualquier sitio podía oírse, alto y claro, el estruendo de un martillo golpeando contra su yunque.
Clink, clonk, clank.
«¡Por todos los dioses de Oonindo, ¿es que no va a parar ni un segundo este ruido del demonio!?», se dijo a sí mismo el Uchiha, aprentado los dientes, y como si eso fuese a ayudarle, empezó a caminar más deprisa.
Lo cierto era que Akame no se encontraba allí por casualidad. Llevaba poco tiempo en el País de la Espiral, pero ya había oído historias sobre aquel importante asentamiento, y todas concluían que era un lugar digno de visitar. Él, como gennin recién graduado de Uzushiogakure no Sato, sentía una sana curiosidad por ver de primera mano cómo y dónde se elaboraban las armas que luego le vendían los comerciantes de su aldea... A coste de oro, cabe decir.
«Lo que está claro es que aquí encontraré mejores precios». El muchacho no era un negociante nato, ni mucho menos, pero claro como el agua estaba que cuanto más te acercas a la fuente —eliminando intermediarios— más beneficio obtienes. Y por eso mismo había decidido ahorrar algo del dinero que su maestra le había dado, y gastarlo allí, si es que veía alguna pieza que mereciese la pena.
De repente algo captó su atención. Un artesano colocaba, con destreza y cuidado, una reluciente armadura sobre su percha de madera oscura. Akame se acercó sin disimulo, admirando la pieza. El acero pulido brillaba con la luz del Sol de Primavera, arrancando destellos plateados, las juntas estaban ribeteadas con colores carmesíes, dorados y plateados, y las placas parecían sumamente armónicas.
—No soy herrero, ni conozco el oficio, pero está claro que esto es una armadura de calidad. —dijo el Uchiha, al ver que el artesano se le había quedado mirando.
El hombre, un tipo alto y de hombros anchos, con la cabeza totalmente pelada y un poblado bigote negro bajo la nariz, sonrió con satisfacción.
—Veo que tienes buen ojo, muchacho. En efecto, es una buena pieza —respondió el artesano—. Y está mal que lo diga yo, pero es que me siento realmente orgulloso de ésta en concreto. ¿Tal vez te interesaría comprarla?
Akame negó con la cabeza, sonriendo con amabilidad.
—No, gracias. No sería capaz de aguantar ni cinco minutos con eso puesto.
Mientras caminaba por aquella calle tan bien pavimentada con ladrillos grises, franqueada por edificios de paredes blancas y tejados rojos, Akame no pudo evitar pensar que tal vez aquella fuese la ciudad más ruidosa de todo Oonindo. Claro que, ¿qué otra cosa podía esperarse de Los Herreros? Un lugar famoso por su producción de armamento y material militar como aquel no podía tener otra banda sonora.
Clink, clonk, clank.
Hasta el observador menos avispado podía advertir, mirase donde mirase, al menos dos o tres fuentes de golpeteos, tintineos metálicos y chirridos. Aquí, un comerciante poniendo en orden una remesa de katanas. Allá, un armero colgando varias armaduras de firmes perchas de madera. Y, como no, casi en cualquier sitio podía oírse, alto y claro, el estruendo de un martillo golpeando contra su yunque.
Clink, clonk, clank.
«¡Por todos los dioses de Oonindo, ¿es que no va a parar ni un segundo este ruido del demonio!?», se dijo a sí mismo el Uchiha, aprentado los dientes, y como si eso fuese a ayudarle, empezó a caminar más deprisa.
Lo cierto era que Akame no se encontraba allí por casualidad. Llevaba poco tiempo en el País de la Espiral, pero ya había oído historias sobre aquel importante asentamiento, y todas concluían que era un lugar digno de visitar. Él, como gennin recién graduado de Uzushiogakure no Sato, sentía una sana curiosidad por ver de primera mano cómo y dónde se elaboraban las armas que luego le vendían los comerciantes de su aldea... A coste de oro, cabe decir.
«Lo que está claro es que aquí encontraré mejores precios». El muchacho no era un negociante nato, ni mucho menos, pero claro como el agua estaba que cuanto más te acercas a la fuente —eliminando intermediarios— más beneficio obtienes. Y por eso mismo había decidido ahorrar algo del dinero que su maestra le había dado, y gastarlo allí, si es que veía alguna pieza que mereciese la pena.
De repente algo captó su atención. Un artesano colocaba, con destreza y cuidado, una reluciente armadura sobre su percha de madera oscura. Akame se acercó sin disimulo, admirando la pieza. El acero pulido brillaba con la luz del Sol de Primavera, arrancando destellos plateados, las juntas estaban ribeteadas con colores carmesíes, dorados y plateados, y las placas parecían sumamente armónicas.
—No soy herrero, ni conozco el oficio, pero está claro que esto es una armadura de calidad. —dijo el Uchiha, al ver que el artesano se le había quedado mirando.
El hombre, un tipo alto y de hombros anchos, con la cabeza totalmente pelada y un poblado bigote negro bajo la nariz, sonrió con satisfacción.
—Veo que tienes buen ojo, muchacho. En efecto, es una buena pieza —respondió el artesano—. Y está mal que lo diga yo, pero es que me siento realmente orgulloso de ésta en concreto. ¿Tal vez te interesaría comprarla?
Akame negó con la cabeza, sonriendo con amabilidad.
—No, gracias. No sería capaz de aguantar ni cinco minutos con eso puesto.