7/06/2015, 12:23
(Última modificación: 7/06/2015, 12:33 por Aotsuki Ayame.)
Había abandonado la clase muy pronto a propósito. Pese a los nervios y la incertidumbre que la atenazaban, la verdadera intención de Ayame era la de alcanzar a Kōri en la calle. Fuera del aula, y sin la presencia de sus otros dos alumnos, quizás hablara con ella de hermano a hermana. Como siempre había hecho, antes de que se distanciaran de aquella manera. Tenía muchas dudas que deseaba preguntarle, pero la lluvia fue su única compañera en su trayecto a casa. Nunca llegó a alcanzarle. Y cuando llegó a su hogar, se encontró con que sólo Zetsuo estaba allí.
—Te has vuelto a olvidar el paraguas, ¿verdad, niña?
Ayame se sobresaltó al oírle. No se había acordado del paraguas hasta que se lo había mencionado; de hecho, ni siquiera se había dado cuenta de que estaba completamente empapada.
Zetsuo pareció leer sus pensamiento, porque suspiró pesadamente.
—Joder. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? La próxima vez no te dejaré entrar en casa, te lo advierto.
Ayame se estremeció inevitablemente ante su torva mirada. Sin embargo, se atrevió a dar un paso adelante.
—¿Dónde está Kōri?
—A saber. Ya es mayorcito para que ande detrás de él, ¿no te parece? —respondió, con una ladina sonrisa.
Ayame sospechaba que se le escapaba algo. Sospechaba que había algo que le estaba ocultando. Pero no se atrevió a ir más allá. Sabía que por mucho que le preguntara, si su padre no quería responderle no lo haría.
—Entiendo —agachó la cabeza, dócil, y se dio media vuelta para ir al cuarto de baño para secarse y cambiarse de ropa.
«No importa.» Se dijo. «Tarde o temprano tendrá que venir. Y entonces hablaré con él.»
Pero Kōri no vino en ningún momento. Ni siquiera acudió a cenar, y Ayame tuvo que soportar una tensa comida con su padre, cargada de un silencio tan penetrante que podría haber sido cortado como la mantequilla. Ni siquiera vino a dormir, y eso que Ayame se mantuvo en su cama despierta todo el tiempo que pudo, con el oído alerta por si oía la puerta de la entrada.
Ni siquiera estaba allí cuando Ayame se despertó.
Hacía tiempo que el sol había salido por oriente, aunque los nubarrones de Amegakure no dejaran verlo. La noche y el día eran dos conceptos fácilmente confundibles en la aldea de las eternas lluvias, y era escasa la luz que conseguía atravesar aquel manto, por lo que la diferencia de luz entre una etapa y otra era también poca.
Kōri ya se encontraba en el lugar de reunión. Se trataba de un pequeño claro de unos diez metros de diámetro sin apenas obstáculos más remarcables que algún que otro matorral. Estaba limitado al norte por las aguas del Gran Lago de Amegakure, al oeste y al sur por un denso bosque de pinos, y al este por un conjunto de bloques de rocas de granito que actuaban a modo de dique adentrándose en el agua.
Tras haber pasado la noche fuera de casa para evitar la curiosidad de su hermana pequeña, el jonin había madrugado a propósito para preparar la prueba a la que sometería a sus tres nuevos alumnos. Para entonces ya estaba todo listo, por lo que se había limitado a apoyarse sobre el improvisado dique mientras leía los documentos de las tres carpetas y su mano derecha jugueteaba distraída con algo que tintineaba delicadamente cada vez que lo movía.
Sabía que tendría que esperar un tiempo hasta que los tres jóvenes genin se presentaran ante él, pero aún quedaban unos cuarenta y cinco minutos hasta el toque de queda cuando uno de ellos se presentó ante él.
—Buenos días, Reiji-kun.
Poco faltó para que se olvidara de nuevo de llevarse el paraguas, pero la amenaza de Zetsuo resonaba aún peligrosa y reciente en sus oídos, y la muchacha no deseaba tentar a su suerte. Aunque pronto comenzó a darse cuenta de que un paraguas sería más un estorbo que otra cosa en una prueba como la que podría plantearles Kōri.
No le importó, siguió corriendo por las calles de Amegakure cubriéndose con aquel aparatoso objeto. En realidad no llegaba tarde. De hecho, llegaba con media hora de antelación, pero tenía la esperanza de encontrarse con Kōri y poder al fin hablar con él. Cuál sería su decepción al llegar y comprobar que no era la única que había madrugado. Su hermano ya se encontraba allí, como era de esperar, pero ya estaba acompañado por uno de sus compañeros de equipo.
Por el oscuro e inquietante Reiji.
Suspiró profundamente para sí, apesadumbrada, y dejó de correr para acercarse a ellos con paso sosegado. Ya no le servían las prisas.
—Buenos días...
Kōri la saludó con una inclinación de cabeza y cerró las carpetas que parecía haber estado leyendo hasta entonces.
— ¿Qué vamos a...? —comenzó a preguntar, pero Kōri la interrumpió alzando una mano.
—Os lo diré cuando Daruu-kun llegue.
—Te has vuelto a olvidar el paraguas, ¿verdad, niña?
Ayame se sobresaltó al oírle. No se había acordado del paraguas hasta que se lo había mencionado; de hecho, ni siquiera se había dado cuenta de que estaba completamente empapada.
Zetsuo pareció leer sus pensamiento, porque suspiró pesadamente.
—Joder. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? La próxima vez no te dejaré entrar en casa, te lo advierto.
Ayame se estremeció inevitablemente ante su torva mirada. Sin embargo, se atrevió a dar un paso adelante.
—¿Dónde está Kōri?
—A saber. Ya es mayorcito para que ande detrás de él, ¿no te parece? —respondió, con una ladina sonrisa.
Ayame sospechaba que se le escapaba algo. Sospechaba que había algo que le estaba ocultando. Pero no se atrevió a ir más allá. Sabía que por mucho que le preguntara, si su padre no quería responderle no lo haría.
—Entiendo —agachó la cabeza, dócil, y se dio media vuelta para ir al cuarto de baño para secarse y cambiarse de ropa.
«No importa.» Se dijo. «Tarde o temprano tendrá que venir. Y entonces hablaré con él.»
Pero Kōri no vino en ningún momento. Ni siquiera acudió a cenar, y Ayame tuvo que soportar una tensa comida con su padre, cargada de un silencio tan penetrante que podría haber sido cortado como la mantequilla. Ni siquiera vino a dormir, y eso que Ayame se mantuvo en su cama despierta todo el tiempo que pudo, con el oído alerta por si oía la puerta de la entrada.
Ni siquiera estaba allí cuando Ayame se despertó.
...
Hacía tiempo que el sol había salido por oriente, aunque los nubarrones de Amegakure no dejaran verlo. La noche y el día eran dos conceptos fácilmente confundibles en la aldea de las eternas lluvias, y era escasa la luz que conseguía atravesar aquel manto, por lo que la diferencia de luz entre una etapa y otra era también poca.
Kōri ya se encontraba en el lugar de reunión. Se trataba de un pequeño claro de unos diez metros de diámetro sin apenas obstáculos más remarcables que algún que otro matorral. Estaba limitado al norte por las aguas del Gran Lago de Amegakure, al oeste y al sur por un denso bosque de pinos, y al este por un conjunto de bloques de rocas de granito que actuaban a modo de dique adentrándose en el agua.
Tras haber pasado la noche fuera de casa para evitar la curiosidad de su hermana pequeña, el jonin había madrugado a propósito para preparar la prueba a la que sometería a sus tres nuevos alumnos. Para entonces ya estaba todo listo, por lo que se había limitado a apoyarse sobre el improvisado dique mientras leía los documentos de las tres carpetas y su mano derecha jugueteaba distraída con algo que tintineaba delicadamente cada vez que lo movía.
Sabía que tendría que esperar un tiempo hasta que los tres jóvenes genin se presentaran ante él, pero aún quedaban unos cuarenta y cinco minutos hasta el toque de queda cuando uno de ellos se presentó ante él.
—Buenos días, Reiji-kun.
...
Poco faltó para que se olvidara de nuevo de llevarse el paraguas, pero la amenaza de Zetsuo resonaba aún peligrosa y reciente en sus oídos, y la muchacha no deseaba tentar a su suerte. Aunque pronto comenzó a darse cuenta de que un paraguas sería más un estorbo que otra cosa en una prueba como la que podría plantearles Kōri.
No le importó, siguió corriendo por las calles de Amegakure cubriéndose con aquel aparatoso objeto. En realidad no llegaba tarde. De hecho, llegaba con media hora de antelación, pero tenía la esperanza de encontrarse con Kōri y poder al fin hablar con él. Cuál sería su decepción al llegar y comprobar que no era la única que había madrugado. Su hermano ya se encontraba allí, como era de esperar, pero ya estaba acompañado por uno de sus compañeros de equipo.
Por el oscuro e inquietante Reiji.
Suspiró profundamente para sí, apesadumbrada, y dejó de correr para acercarse a ellos con paso sosegado. Ya no le servían las prisas.
—Buenos días...
Kōri la saludó con una inclinación de cabeza y cerró las carpetas que parecía haber estado leyendo hasta entonces.
— ¿Qué vamos a...? —comenzó a preguntar, pero Kōri la interrumpió alzando una mano.
—Os lo diré cuando Daruu-kun llegue.