15/01/2017, 00:41
«Mi hermana ya estará regresando de la misión, debería tomar ya camino a casa.» Pensaba el peliverde mientras regresaba sobre sus pasos. La verdad, la aventura había sido de lo mas entretenida en ésta ocasión, y había hartado y molestado a tantas personas que apenas podía creerlo. ¿Por qué la gente era tan susceptible? Esa pregunta no tenía respuesta posible para el chico, pues aunque le diesen una, no la veía creíble de seguro. A él no le molestaba, ¿por qué al resto si?
Fuera como fuera, había atravesado por completo los bosques de la antigua Konohagakure, y paso a paso creía estar mas cerca de su casa. Sin embargo, en cierto punto del regreso, el camino pareció perderse, como si un perro se lo hubiese llevado en la boca. Buscando alguna senda o camino, el chico topó con un camino bastante decente y que prácticamente iba en la dirección que tenía que seguir, al menos eso pensó. Siguió y siguió el camino hasta que por suerte o desgracia, topó con una urbe enorme y bien ruidosa. Comparada a Kusagakure, realmente cualquier urbe era grande y ruidosa, tampoco es algo para sacar de contexto.
Clink, clonk, clank.
El retumbante golpeo del martillo con el yunque hacía fuertes caricias en los tímpanos, y las constantes ofertas del stock iban siendo anunciadas a todo pulmón acompañando el festival de sonidos. Casi todo en esa urbe parecía estar por encima de los límites auditivos permitidos, pero eso era algo que a casi nadie parecía importar. Habiéndose perdido un poco, solo un poco, no tuvo mas opción que hacer lo propio por retomar el camino. Sin deliberarlo demasiado, tomó un trozo de papel del suelo, y continuó andando por una poblada calle. Cuando vio un puesto en el que parecían vender bolos de crema, alzó el trozo de basura y lo ofreció al tendero.
—Buenas, quisiera un par de éstos bollitos, por favor.
—¡CLARO! —Exclamó el hombre con toda satisfacción visible en el rostro. —Serán 10 ryos en total, y le aseguro que jamás ha probado unos dulces tan deliciosos. Son los mejores de todo Oonido.
La verdad, el chico ni se molestó en contestar. Tomó los dulces buenamente envueltos, y entregó el papel. A ojos del tendero, era un billete de 50 ryos, a ojos del resto de presentes era el trueque mas absurdo jamás visto. Algunos de los presentes comenzaron a hablar en puchicheos cada vez mas audibles, y aunque el tendero no sabía el porqué, las miradas cada vez se centraban mas en él y en su cliente. Sin embargo, no todo lo divertido siempre dura.
—Gracias por el regalo. —Agradeció el peliverde.
Para cuando dijo ésto, el tendero estaba revisando el cambio, y quedó algo extrañado. Alzó una ceja, y su rostro reflejó la clara discordia, en un abrir y cerrar de ojos el hombro pudo observar la realidad. En sus manos tenía un papel mugriento, y no un billete de 50 ryos. El hombre colerizó tan rápido, que poco le faltó para que su cuerpo se volviese verde. De haber tenido una camisa, seguro que la partía y se golpeaba en el pecho, lastima que ese peto con publicidad de la pastelería pareciese tan grueso.
—MALNACIDO! TE VOY A MATAR! TE VOY A ROMPER LA CARA; Y MEARÉ EN TUS PUTOS OJOS!
No había nada que reporcharle, el pobre estaba en todo su derecho. Pero una cosa no quitaba la otra, antes de que el hombre tuviese oportunidad de cumplir sus amenazas, el chico salió corriendo como alma que lleva el diablo. Comenzó a evadir personas, aprovechándose de su costumbre y adiestramiento, y terminó por perderse de nuevo entre las callejuelas de la urbe. En ésta ocasión al menos había sacado un par de bollos, y una risa.
Al cabo del rato, cesó la carrera, y terminó andando de nuevo. En la zona que estaba ahora los martilleos eran mucho mas constantes, y las armaduras y espadas adornaban el completo de las fachadas de los puestos. ¿Se había metido en una zona residencial de maestros armeros? El chico ladeó la cabeza, y terminó por encogerse de hombros —Que mas daba— tomó el primer bollo, y se lo llevó a la boca.
«Pues tenía razón y todo...»
El bollo era un dulce con un sabor tan intenso y delicioso, que posiblemente podía catalogarlo como el mas bueno que había probado hasta el momento. De nuevo, comenzó a andar un poco, eso si, sin dejar de saborear su botín de guerra.