Sendos shinobis parecieron asombrar a cada palabra del peliverde, como si éste fuese el mejor de los predicadores en mitad de una fiesta episcopal. Los trocitos del bollo salían disparados como metralla en plena guerra, y sus palabras casi inventadas conmovían sin ánimo de lucro a los espectadores. Por un segundo el chico llegó a pensar que hasta derramarían unas lágrimas de la impresión, pero sus ilusiones se vieron abatidas fugazmente por un meteorito llamada cruda realidad.
Lejos de agradecerle las indicaciones, ambos quedaron extrañados, y no tardaron en aclarar el porqué. El de cabellera azabache fue el primero, indicando que no cundía prisa, que podía terminar de tragar el trozo de bollo que tenía a mitad del gaznate. Su acompañante no hizo mas que recalcar el hecho, añadiendo que era imposible entender una sola palabra de lo que había dicho. Razón no les faltaba a ninguno, ininteligible por completo había sido su breve discurso indicativo.
—Mhhhh-uhmmm —Inquirió moviendo un par de veces la cabeza de arriba hacia abajo y viceversa. Justo en ese instante, alzaba también su dedo acusador, pero no acusaba a nadie mas que al cielo. El gesto y su expresión aclaraba que claramente había caído en cuenta, y el resultado no era dieciséis.
Rápidamente revolvió el gesto de su diestra, la que anteriormente acusaba al cielo, y se golpeó un par de veces el pecho en pos de aligerar el proceso de ingesta. Por bueno que estuviese el dulce, no cambiaba la situación, andaba engollipado. Pero no tardaría demasiado en engullir el susodicho como un pato haría en éstos casos, le costó apenas un par de decenas de segundo. Para cuando terminó la ardua tarea, tosió un par de veces, e incluso se volvió a golpear un par de veces mas el pecho. Sin duda, no había quien echase el dulce hacia abajo por el gaznate. Delicioso y mortífero, como todas las cosas buenas de la vida.
—Perdón, perdón... —Se disculpó, para nuevamente acudir a un pequeño ataque de tos. —¡Cought! ¡Cought! ¡Cought!... Decía que se trata de una panadería que he encontrado por casualidad, no soy de por aquí, tan solo estoy de paso... y no hay nada mejor que un buen dulce para quitar las penurias a un viajero. Obviamente, no soy al único al que se le han comido por los ojos.
»Pues bien, está en una pequeña tienda que se encuentra por esta calle bajando, al final tenéis que tomar la calle hacia la derecha por donde bifurca, luego la segunda calle a la izquierda, primera hacia la derecha y a mitad de esa misma calle podéis encontrarla. No recuerdo el nombre de la tienda, pero el encargado derrochaba amabilidad... incluso me regaló el segundo bollo. Sin duda, si le enseñáis algún truco de cartas antes de comprar, os hace algún descuento.
No faltaba mentira en sus palabras, pero hasta él mismo se había creído la historia. Para nada era carismático, se trataba de un chico que apenas sabía mentir bien, pero que había aprendido a hacerlo en base a que él mismo se creía sus palabras. Por otro lado, seguramente se olvidarían de él a mitad de camino, era un don que pocos conocían sobre el peliverde. Bueno, eso si no le daba por molestarlos por mas tiempo, que bien era posible.
—Al menos a mi me funcionó. Es una suerte que siempre lleve una baraja encima.
Por si no quedaban del todo convencidos, insistió un poco mas en el hecho. ¿Serían capaces ellos de mostrarle un truco de cartas al vendedor sin venir a cuento? Sin duda, aunque se hubiese olvidado del peliverde, sería realmente gracioso que le mostrasen mas trucos de magia al mismo vendedor. Lamentablemente, quizás no entendiese el chiste, y diese rienda suelta a su ira de nuevo...
Lejos de agradecerle las indicaciones, ambos quedaron extrañados, y no tardaron en aclarar el porqué. El de cabellera azabache fue el primero, indicando que no cundía prisa, que podía terminar de tragar el trozo de bollo que tenía a mitad del gaznate. Su acompañante no hizo mas que recalcar el hecho, añadiendo que era imposible entender una sola palabra de lo que había dicho. Razón no les faltaba a ninguno, ininteligible por completo había sido su breve discurso indicativo.
—Mhhhh-uhmmm —Inquirió moviendo un par de veces la cabeza de arriba hacia abajo y viceversa. Justo en ese instante, alzaba también su dedo acusador, pero no acusaba a nadie mas que al cielo. El gesto y su expresión aclaraba que claramente había caído en cuenta, y el resultado no era dieciséis.
Rápidamente revolvió el gesto de su diestra, la que anteriormente acusaba al cielo, y se golpeó un par de veces el pecho en pos de aligerar el proceso de ingesta. Por bueno que estuviese el dulce, no cambiaba la situación, andaba engollipado. Pero no tardaría demasiado en engullir el susodicho como un pato haría en éstos casos, le costó apenas un par de decenas de segundo. Para cuando terminó la ardua tarea, tosió un par de veces, e incluso se volvió a golpear un par de veces mas el pecho. Sin duda, no había quien echase el dulce hacia abajo por el gaznate. Delicioso y mortífero, como todas las cosas buenas de la vida.
—Perdón, perdón... —Se disculpó, para nuevamente acudir a un pequeño ataque de tos. —¡Cought! ¡Cought! ¡Cought!... Decía que se trata de una panadería que he encontrado por casualidad, no soy de por aquí, tan solo estoy de paso... y no hay nada mejor que un buen dulce para quitar las penurias a un viajero. Obviamente, no soy al único al que se le han comido por los ojos.
»Pues bien, está en una pequeña tienda que se encuentra por esta calle bajando, al final tenéis que tomar la calle hacia la derecha por donde bifurca, luego la segunda calle a la izquierda, primera hacia la derecha y a mitad de esa misma calle podéis encontrarla. No recuerdo el nombre de la tienda, pero el encargado derrochaba amabilidad... incluso me regaló el segundo bollo. Sin duda, si le enseñáis algún truco de cartas antes de comprar, os hace algún descuento.
No faltaba mentira en sus palabras, pero hasta él mismo se había creído la historia. Para nada era carismático, se trataba de un chico que apenas sabía mentir bien, pero que había aprendido a hacerlo en base a que él mismo se creía sus palabras. Por otro lado, seguramente se olvidarían de él a mitad de camino, era un don que pocos conocían sobre el peliverde. Bueno, eso si no le daba por molestarlos por mas tiempo, que bien era posible.
—Al menos a mi me funcionó. Es una suerte que siempre lleve una baraja encima.
Por si no quedaban del todo convencidos, insistió un poco mas en el hecho. ¿Serían capaces ellos de mostrarle un truco de cartas al vendedor sin venir a cuento? Sin duda, aunque se hubiese olvidado del peliverde, sería realmente gracioso que le mostrasen mas trucos de magia al mismo vendedor. Lamentablemente, quizás no entendiese el chiste, y diese rienda suelta a su ira de nuevo...