20/01/2017, 18:01
(Última modificación: 20/01/2017, 18:02 por Uchiha Akame.)
Akame no supo si había entendido mejor las explicaciones de aquel muchacho cuando tenía el bollo en la boca o cuando no. El chico parecía amable, desde luego, aunque un tanto extraño; y no tuvo reparos en deshacerse en indicaciones de las cuales Akame no cazó ni la mitad. En su rostro se dibujó la más pura de las confusiones mientras trataba de memorizar lo que aquel ninja de Kusa iba diciendo. «Derecha, izquierda... Luego, al final... ¡Arg, maldición! ¡Ya me he perdido!».
Por fortuna para él, jamás tendría que recorrer aquel confuso camino para llegar al puesto de bollos. De hecho, era probable que ninguno de los tres lo hiciera. Porque tan pronto el muchacho de pelo verde terminó de hablar, escucharon un sonoro carraspeo a sus espaldas.
Akame supo —de algún modo— que aquella llamada de atención era para ellos, y se dio media vuelta de forma casi instintiva. Allí estaba, sentado sobre una vieja silla de madera en el portal de una casa junto a la armería, un hombre encorvado que les observaba fijamente con su único ojo sano. El tipo parecía muy viejo, con arrugas por todos lados, y lucía una horrible cicatriz en el lado izquierdo del rostro, desde el nacimiento de la frente hasta el mentón. La herida pasaba por su ojo, o al menos la cuenca vacía donde alguna vez hubo de estar.
—¡Tres shinobi conversando amigablemente! —exclamó, con una voz ronca de aguardiente y tabaco—. Supongo que nunca llegaré a acostumbrarme. Acercáos, acercáos muchachos...
El Uchiha observó detenidamente a aquel anciano; pese a su evidente vejez, tenía los hombros anchos y las manos grandes y llenas de arrugas. Su brazo derecho rodeaba una especie de bastón envuelto en una tela apolillada de color marrón. «Hay... Algo, hay algo en él que no... No es normal...», caviló un momento el shinobi. Dudó sobre si hacer caso a las palabras del anciano, pero luego pensó que quizás quería compartir con ellos alguna apasionante historia, así que se acercó a paso tranquilo.
—Yo antes era un shinobi como vosotros —dijo el viejo, observando a Akame con su ojo sano, de color muy negro—. Pero un día me clavaron una flecha en la rodilla...
Entonces estalló en carcajadas, que acabaron derivando en una tos seca y asfixiante.
—¡Es broma! —confesó—. Es un meme de esos que os gustan a los chavales hoy día, ¿no? —añadió, pronunciado aquel moderno vocablo con cierta dificultad—. ¿Lo he dicho bien? ¡Da igual! Tengo una interesante historia que compartir con vosotros, si es que queréis oírla.
Estando tan cerca, Akame pudo distinguir un detalle que le impresionó por momentos. Las arrugas que cubrían gran parte de su piel no eran en realidad arrugas... Sino cicatrices. Aquel anciano estaba cubierto de cicatrices de diversa forma, profundidad y tono. «Dicen que es difícil llegar a viejo siendo un buen ninja...»
Por fortuna para él, jamás tendría que recorrer aquel confuso camino para llegar al puesto de bollos. De hecho, era probable que ninguno de los tres lo hiciera. Porque tan pronto el muchacho de pelo verde terminó de hablar, escucharon un sonoro carraspeo a sus espaldas.
Akame supo —de algún modo— que aquella llamada de atención era para ellos, y se dio media vuelta de forma casi instintiva. Allí estaba, sentado sobre una vieja silla de madera en el portal de una casa junto a la armería, un hombre encorvado que les observaba fijamente con su único ojo sano. El tipo parecía muy viejo, con arrugas por todos lados, y lucía una horrible cicatriz en el lado izquierdo del rostro, desde el nacimiento de la frente hasta el mentón. La herida pasaba por su ojo, o al menos la cuenca vacía donde alguna vez hubo de estar.
—¡Tres shinobi conversando amigablemente! —exclamó, con una voz ronca de aguardiente y tabaco—. Supongo que nunca llegaré a acostumbrarme. Acercáos, acercáos muchachos...
El Uchiha observó detenidamente a aquel anciano; pese a su evidente vejez, tenía los hombros anchos y las manos grandes y llenas de arrugas. Su brazo derecho rodeaba una especie de bastón envuelto en una tela apolillada de color marrón. «Hay... Algo, hay algo en él que no... No es normal...», caviló un momento el shinobi. Dudó sobre si hacer caso a las palabras del anciano, pero luego pensó que quizás quería compartir con ellos alguna apasionante historia, así que se acercó a paso tranquilo.
—Yo antes era un shinobi como vosotros —dijo el viejo, observando a Akame con su ojo sano, de color muy negro—. Pero un día me clavaron una flecha en la rodilla...
Entonces estalló en carcajadas, que acabaron derivando en una tos seca y asfixiante.
—¡Es broma! —confesó—. Es un meme de esos que os gustan a los chavales hoy día, ¿no? —añadió, pronunciado aquel moderno vocablo con cierta dificultad—. ¿Lo he dicho bien? ¡Da igual! Tengo una interesante historia que compartir con vosotros, si es que queréis oírla.
Estando tan cerca, Akame pudo distinguir un detalle que le impresionó por momentos. Las arrugas que cubrían gran parte de su piel no eran en realidad arrugas... Sino cicatrices. Aquel anciano estaba cubierto de cicatrices de diversa forma, profundidad y tono. «Dicen que es difícil llegar a viejo siendo un buen ninja...»