23/01/2017, 22:25
(Última modificación: 29/07/2017, 01:33 por Amedama Daruu.)
—Ajá —apuntó Daruu, tras unos breves segundos de silencio. Alarmada, Ayame no pudo hacer otra cosa que mirarle con fijeza—. Los matones de siempre, ¿no? ¿Dónde están?
—Q... ¿Qué...? —balbuceó, repentinamente confundida. Pero Daruu ni siquiera le dejó respirar antes de continuar con su absurda invención.
—Lo siento, debí haberme metido mucho antes en esto, pero no quería que los profesores me expulsaran por darles una zurra. ¿Dónde están, Ayame? ¡Se van a enterar!
—D... ¿De qué estás hablando? —preguntó ella, con una sonrisa nerviosa—. No... no sé de qué matones me estás hablando...
De una mentira había saltado a otra como una torpe gacela. No sabía qué le daba más miedo, si confesar que su padre se había enfadado terriblemente con ella por haber suspendido el examen o que alguien más conociera el hecho que gran parte de la culpa de su estrepitoso fracaso en la academia se debía al haber tenido que lidiar con aquel grupo de desgraciados que ahora, con toda probabilidad, llevarían orgullosos la bandana sobre su cabeza mientras que ella se vería obligada a repetir las clases en ese maldito torreón. En un gesto distraído, Ayame se rascó la frente, por encima de la cinta de tela.
—¿De dónde has sacado esas tonterías? —preguntó, intercambiando el peso de su cuerpo de una pierna a otra.
—Q... ¿Qué...? —balbuceó, repentinamente confundida. Pero Daruu ni siquiera le dejó respirar antes de continuar con su absurda invención.
—Lo siento, debí haberme metido mucho antes en esto, pero no quería que los profesores me expulsaran por darles una zurra. ¿Dónde están, Ayame? ¡Se van a enterar!
—D... ¿De qué estás hablando? —preguntó ella, con una sonrisa nerviosa—. No... no sé de qué matones me estás hablando...
De una mentira había saltado a otra como una torpe gacela. No sabía qué le daba más miedo, si confesar que su padre se había enfadado terriblemente con ella por haber suspendido el examen o que alguien más conociera el hecho que gran parte de la culpa de su estrepitoso fracaso en la academia se debía al haber tenido que lidiar con aquel grupo de desgraciados que ahora, con toda probabilidad, llevarían orgullosos la bandana sobre su cabeza mientras que ella se vería obligada a repetir las clases en ese maldito torreón. En un gesto distraído, Ayame se rascó la frente, por encima de la cinta de tela.
—¿De dónde has sacado esas tonterías? —preguntó, intercambiando el peso de su cuerpo de una pierna a otra.