24/01/2017, 23:31
El chico intentó blasfemar contra el todopoderoso Dios Eko, pero terminó tragándose sus palabras. Quizás por arrepentimiento, o temeridad hacia lo desconocido, o simplemente quedó corto de palabras para dirigir a un demente. Fuese como fuese, el chico terminó en silencio a espera de las palabras del peliverde. Para cuando éste terminó, el primero blasfemó al fin. Argumentó que eso era solo un efecto de la acústica, pero de nuevo terminó por callar. Es mas, terminó solicitando que olvidase lo mencionado.
El peliverde alzó una ceja, en su rostro se reflejaba una clara incertidumbre y sosiego. Pero tampoco era algo del otro mundo, tan solo no entendía porqué primero negaba la existencia de su Dios y luego intentaba dejarlo estar. ¿Qué clase de hereje era éste chico? Así la verdad es que no había quien se situase en su papel...
Pero antes de que Enzo soltase alguna barbarie de su naturaleza, el cazador de moscas acercó la celda en miniatura mientras preguntaba si su Dios creía en los actos de bondad y generosidad. Ésto si que pilló por sorpresa al joven, pues no tenía bien claras las doctrinas de la religión que recién se había inventado. Por otro lado... normalmente Dios pone unas doctrinas o normas, y son los humanos quienes pueden creer o dejar de creer en éstas; para nada es al contrario. De nuevo, blasfemia.
El chico cruzó los brazos unas cuantas veces en gesto de negación, al igual que se llevó la vista hacia un lateral. Su indignación iba en aumento, o al menos eso parecía. —No, no, no, no... —Hizo un inciso. —Dios no cree o deja de creer, él simplemente establece y crea las cosas. Somos las personas las que podemos creer o dejar de hacerlo conforme a nuestras experiencias.
Sin previo aviso, metió su diestra en el bolsillo de su pantalón, y de éste sacó una de las numerosas cartas de poker que llevaba consigo. Se la expuso a su antagonista, y le dio un par de vueltas para que éste viese que se trataba sólo de eso. Con la zurda, por si acaso no había quedado claro, hizo un gesto rápido y vigoroso mostrando la ya enseñada carta. Se trataba de un as de corazones, corriente y moliente al parecer. En una segunda acción, el chico retrasó un poco la diestra, lo justo para permitir a la zurda tapar un poco la misma a su paso frente a la diestra. Para cuando eso fue consumado, allí no había una simple carta de poker, si no que había desaparecido y en su lugar había una cuchara de oro.
—... y solo los que creen son capaces de todo. —Concluyó con su truco de magia.
En ese momento, estiró la diestra para entregar la cuchara al chico. Eso si que era un verdadero acto de generosidad, entregar una cuchara que bien podía valer varios cientos de ryos. Pero lamentablemente, si éste tomaba la cuchara, el efecto ilusorio terminaría por desaparecer, quedando en las manos de éste una simple y sencilla carta de poker, un triste as de corazones.
—¿Lo ves?
El peliverde alzó una ceja, en su rostro se reflejaba una clara incertidumbre y sosiego. Pero tampoco era algo del otro mundo, tan solo no entendía porqué primero negaba la existencia de su Dios y luego intentaba dejarlo estar. ¿Qué clase de hereje era éste chico? Así la verdad es que no había quien se situase en su papel...
Pero antes de que Enzo soltase alguna barbarie de su naturaleza, el cazador de moscas acercó la celda en miniatura mientras preguntaba si su Dios creía en los actos de bondad y generosidad. Ésto si que pilló por sorpresa al joven, pues no tenía bien claras las doctrinas de la religión que recién se había inventado. Por otro lado... normalmente Dios pone unas doctrinas o normas, y son los humanos quienes pueden creer o dejar de creer en éstas; para nada es al contrario. De nuevo, blasfemia.
El chico cruzó los brazos unas cuantas veces en gesto de negación, al igual que se llevó la vista hacia un lateral. Su indignación iba en aumento, o al menos eso parecía. —No, no, no, no... —Hizo un inciso. —Dios no cree o deja de creer, él simplemente establece y crea las cosas. Somos las personas las que podemos creer o dejar de hacerlo conforme a nuestras experiencias.
Sin previo aviso, metió su diestra en el bolsillo de su pantalón, y de éste sacó una de las numerosas cartas de poker que llevaba consigo. Se la expuso a su antagonista, y le dio un par de vueltas para que éste viese que se trataba sólo de eso. Con la zurda, por si acaso no había quedado claro, hizo un gesto rápido y vigoroso mostrando la ya enseñada carta. Se trataba de un as de corazones, corriente y moliente al parecer. En una segunda acción, el chico retrasó un poco la diestra, lo justo para permitir a la zurda tapar un poco la misma a su paso frente a la diestra. Para cuando eso fue consumado, allí no había una simple carta de poker, si no que había desaparecido y en su lugar había una cuchara de oro.
—... y solo los que creen son capaces de todo. —Concluyó con su truco de magia.
En ese momento, estiró la diestra para entregar la cuchara al chico. Eso si que era un verdadero acto de generosidad, entregar una cuchara que bien podía valer varios cientos de ryos. Pero lamentablemente, si éste tomaba la cuchara, el efecto ilusorio terminaría por desaparecer, quedando en las manos de éste una simple y sencilla carta de poker, un triste as de corazones.
—¿Lo ves?