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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#11
—¿Que qué? —Asombrada, la kunoichi cuestionó—. ¿Intentó matarte nada más verte? ¿Por qué? ¿Cómo se moja a alguien sin querer y éste quiere matarle por ello?

—Pues tal y como te lo estoy diciendo, Eri-san —explicó—. Sin darme opción a pedir disculpas ni nada, pegó un salto y empezó a atacarme.

—No lo comprendo.

—Ya, la verdad es que yo tampo... ¡Cuidado!

Un shuriken gigantesco, convertido por un extraño en una ironía terriblemente cruel (y afilada) se dirigía por el flanco derecho hacia la kunoichi. Daruu se abalanzó sobre ella para apartarla del proyectil. Las puntas del arma pasaron rozándole el pelo, y casi juró haber oído el sonido de su oreja desprendiéndose del resto de su cabeza de forma tan fidedigna como si hubiera sucedido de verdad.

Los cuerpos de los dos niños cayeron en la tierra. Daruu, terriblemente avergonzado, se separó de Eri, y luego se sintió estúpido por avergonzarse de salvarle la vida, pero ese es otro tema. Se levantó.

Había un ninja. Era grande y corpulento, y vestía un traje azul marino y un chaleco verde. Atada a la cabeza, protegiéndole la frente, semioculta por su media melena cobriza, yacía una bandana... con un símbolo que recordaba haber visto sólo en los libros de historia.

—¡¡Estáis profanando los restos sagrados de Konohagakure!! —exclamó—. ¡Largo, o seréis pasto de los gusanos!

Sucedió una cosa curiosa. Sucedió que quería hacerle caso y salir corriendo, pero sus pies no se movieron. Algo le impedía moverse, y estaba casi seguro que no era ningún tipo de técnica.

Era, quizás, su propia estupidez. ¿Eso era un chaleco de chunin? ¿Eso había sido un shuriken gigante? Eran dos genin, ¿qué clase de oportunidad remota había de que pudieran hacerle frente? Es más, he aquí otra razón, más poderosa todavía, que sí hizo hacerle retroceder un paso y levantar las manos, en señal de tregua: ¿qué razón tenían para negarse a abandonar el cráter? Ni que les fuera la vida en ello.

—Esto... No queremos problemas, ¿vale?

—¡¡LARGO!!
[Imagen: K02XwLh.png]

No hay marcas de sangre registradas.
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RE: Lo que mis ojos no pueden ver - por Amedama Daruu - 27/01/2017, 00:06


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