31/01/2017, 17:37
(Última modificación: 29/07/2017, 01:35 por Amedama Daruu.)
En cuanto los dedos de Ayame se cerraron en torno a la muñeca de Daruu, este se revolvió en un movimiento brusco. Y Ayame no pudo hacer otra cosa que retroceder, apurada. Se mordió el labio inferior, de repente sentía unas incontrolables ganas de llorar, pero aún así no se achantó en su súplica.
—¿Que no le diga a nadie qué? ¿Lo de los abusones? —le espetó en respuesta, cruzándose de brazos y cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra. Ayame cruzó las manos sobre el pecho, y terminó por asentir, apesadumbrada. Él chasqueó la lengua—. Deberías dejar que te ayude tu familia, los profesores o... o... ¡o yo mismo!
Ayame apartó la mirada hacia el suelo, pero Daruu no tardó en recortar la distancia que les separaba.
—Gente como esa habrá siempre, y gente como tú también. Pero tienes que defenderte o dejar que te defiendan. No tiene sentido que le ocultes a los demás que te están haciendo daño. No tienes por qué cargar con ello.
Ella se mordió con más fuerza el labio. Le estaba costando lo insufrible contener las lágrimas allí mismo. Pero eran tantas las cosas que no era capaz de decir... No podía meterlos en algo así. Era inútil que nadie intentara defenderla. No podía estar escudándose detrás de los demás como una chiquilla. Era su culpa, por ser una chica débil. Pero...
—Aún así, te lo prometo, joder. Pero deja de mirarme con esa cara.
—Gracias... —exhaló, profundamente aliviada. Pero él había girado el rostro, igual de taciturno que antes.
—Ahora dime, y no me mientas. Si voy a prometerte cosas vas a tener que confiar en mí también. ¿Qué ha pasado para que estés así si no ha sido el gilipollas de Setsuna?
Ayame entreabrió los labios y enseguida los volvió a cerrar. En aquella ocasión era ella la que se removía en su sitio, profundamente avergonzada y profundamente dolida. Pero el trato estaba forjado, y si deseaba que Daruu mantuviera su palabra ella debía sincerarse allí mismo y ahora. Le costó lo indecible deshacer el nudo que atenaza su pecho lo suficiente como para poder articular palabra.
—Y... yo... —tartamudeó, con un hilo de voz—. Mi... mi padre se ha enfadado... por lo del examen... ya sabes...
—¿Que no le diga a nadie qué? ¿Lo de los abusones? —le espetó en respuesta, cruzándose de brazos y cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra. Ayame cruzó las manos sobre el pecho, y terminó por asentir, apesadumbrada. Él chasqueó la lengua—. Deberías dejar que te ayude tu familia, los profesores o... o... ¡o yo mismo!
Ayame apartó la mirada hacia el suelo, pero Daruu no tardó en recortar la distancia que les separaba.
—Gente como esa habrá siempre, y gente como tú también. Pero tienes que defenderte o dejar que te defiendan. No tiene sentido que le ocultes a los demás que te están haciendo daño. No tienes por qué cargar con ello.
Ella se mordió con más fuerza el labio. Le estaba costando lo insufrible contener las lágrimas allí mismo. Pero eran tantas las cosas que no era capaz de decir... No podía meterlos en algo así. Era inútil que nadie intentara defenderla. No podía estar escudándose detrás de los demás como una chiquilla. Era su culpa, por ser una chica débil. Pero...
—Aún así, te lo prometo, joder. Pero deja de mirarme con esa cara.
—Gracias... —exhaló, profundamente aliviada. Pero él había girado el rostro, igual de taciturno que antes.
—Ahora dime, y no me mientas. Si voy a prometerte cosas vas a tener que confiar en mí también. ¿Qué ha pasado para que estés así si no ha sido el gilipollas de Setsuna?
Ayame entreabrió los labios y enseguida los volvió a cerrar. En aquella ocasión era ella la que se removía en su sitio, profundamente avergonzada y profundamente dolida. Pero el trato estaba forjado, y si deseaba que Daruu mantuviera su palabra ella debía sincerarse allí mismo y ahora. Le costó lo indecible deshacer el nudo que atenaza su pecho lo suficiente como para poder articular palabra.
—Y... yo... —tartamudeó, con un hilo de voz—. Mi... mi padre se ha enfadado... por lo del examen... ya sabes...