8/02/2017, 16:16
(Última modificación: 29/07/2017, 01:36 por Amedama Daruu.)
—S... sí quiero... —contestó Ayame, no sin esfuerzo. Jugueteó con las manos, como las muchachas vergonzosas a quienes les piden salir.
«¿P... por qué actúa de esa manera...? Si sólo es...» —pero se dio cuenta de que él estaba igual, y se calló la boca. La boca mental, esto es.
—Aunque para hacer misiones tendrás que esperarme... Para que me gradúe y eso...
A Daruu se le ocurrió una idea. Buena o mala, no lo sabía, pero le resultó graciosa, así que se rió en voz alta.
—No pasa nada, ¡mira, así ya tienes un incentivo! —dijo—. Vas a esforzarte y vas a aprobar, porque si no no puedo hacer misiones. —Lo decía con un tono infantil, juguetón.
Dio la vuelta alrededor de la muchacha exponiendo su feliz jugarreta y la empujó suavemente con una mano por la espalda.
—Vamos. Entrenaré contigo esta tarde. Piensa en algo en lo que quieras que te ayude, y te echo una manita. Pero no faltes, ¿eh? A las cinco en el ring de combate número 2, de la Academia, que tiene de todo.
Se dio la vuelta y echó a andar, canturreando.
El Torreón de la Academia de Amegakure tenía innumerables pisos. Había varios pisos dedicados a gimnasios y lugares de entrenamiento. Entre ellos, los rings de combate estaban en el más bajo, y arriba estaban los Invernaderos. Los primeros eran simples salas bien iluminadas o con grandes ventanales, con suelo de tierra o piedra, algunos árboles... Vamos, diferentes obstáculos y atrezzos de entrenamiento, como muñecos. Los segundos, los Invernaderos, eran auténticos microclimas, diseñados para entrenar a los jóvenes de Amegakure para luchar en tierras extrañas, donde había más de un día seguido que no llovía, o un calor extremo.
Como habían acordado, Daruu estaba a las cinco menos diez en el ring de combate número 2. El ring de combate número 2 tenía una línea en el centro, a modo de estadio, como todos, y además los típicos añadidos extra: unos cuantos troncos de madera cortados por la mitad, de enorme anchura, algunos árboles plantados ahí a propósito, dianas en las paredes para practicar puntería, muñecos de entrenamiento...
Daruu estaba en el centro, en aquél momento en concreto no estaba haciendo nada espectacular. A menos que consideremos espectacular rascarse detrás de la oreja, distraído. Había llegado muy pronto, como siempre. Pero es que le gustaba llegar antes a los sitios.
«¿P... por qué actúa de esa manera...? Si sólo es...» —pero se dio cuenta de que él estaba igual, y se calló la boca. La boca mental, esto es.
—Aunque para hacer misiones tendrás que esperarme... Para que me gradúe y eso...
A Daruu se le ocurrió una idea. Buena o mala, no lo sabía, pero le resultó graciosa, así que se rió en voz alta.
—No pasa nada, ¡mira, así ya tienes un incentivo! —dijo—. Vas a esforzarte y vas a aprobar, porque si no no puedo hacer misiones. —Lo decía con un tono infantil, juguetón.
Dio la vuelta alrededor de la muchacha exponiendo su feliz jugarreta y la empujó suavemente con una mano por la espalda.
—Vamos. Entrenaré contigo esta tarde. Piensa en algo en lo que quieras que te ayude, y te echo una manita. Pero no faltes, ¿eh? A las cinco en el ring de combate número 2, de la Academia, que tiene de todo.
Se dio la vuelta y echó a andar, canturreando.
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El Torreón de la Academia de Amegakure tenía innumerables pisos. Había varios pisos dedicados a gimnasios y lugares de entrenamiento. Entre ellos, los rings de combate estaban en el más bajo, y arriba estaban los Invernaderos. Los primeros eran simples salas bien iluminadas o con grandes ventanales, con suelo de tierra o piedra, algunos árboles... Vamos, diferentes obstáculos y atrezzos de entrenamiento, como muñecos. Los segundos, los Invernaderos, eran auténticos microclimas, diseñados para entrenar a los jóvenes de Amegakure para luchar en tierras extrañas, donde había más de un día seguido que no llovía, o un calor extremo.
Como habían acordado, Daruu estaba a las cinco menos diez en el ring de combate número 2. El ring de combate número 2 tenía una línea en el centro, a modo de estadio, como todos, y además los típicos añadidos extra: unos cuantos troncos de madera cortados por la mitad, de enorme anchura, algunos árboles plantados ahí a propósito, dianas en las paredes para practicar puntería, muñecos de entrenamiento...
Daruu estaba en el centro, en aquél momento en concreto no estaba haciendo nada espectacular. A menos que consideremos espectacular rascarse detrás de la oreja, distraído. Había llegado muy pronto, como siempre. Pero es que le gustaba llegar antes a los sitios.