11/02/2017, 16:33
—Señor, debo pedirle que lo reconsidere. El precio que le ofrezco es bueno y, al fin y al cabo, ¿para qué quiere usted semejante manuscrito?
El hombre, ceñudo, se rascó una de sus pobladas cejas negras. Más que cejas, a Akame le parecía que aquel tipo tenía dos gatos acostados en la frente. Dio un trago más a su cerveza —la tercera que el Uchiha había tenido que pagarle— y bostezó, con fingida indiferencia.
—Pues lo que te' dicho, zagal. Que no es por mí, ¿eh? Que yo por mí cogía el dinero y a juir. Pero es que ese libro fue de mi padre, y de mi abuelo antes que él. ¿Mentiendes?
Akame cerró los ojos un momento, frunciendo el ceño. Aquel tipo estaba agotando sus reservas de paciencia, que no eran nada escasas. Además, aquella forma de hablar, con tantas palabrejas raras, le estaba poniendo nervioso. Durante los quince minutos que llevaban allí sentados, intentando el uno al otro convencerse de vender el libro o no venderlo, el Uchiha había tenido la impresión varias veces de que no hablaban el mismo idioma.
—Mire, no se ofenda, pero... No creo que usted sea Uchiha. Ni su mujer, o sus hijos, si los tiene. Es más, no creo que haya un sólo Uchiha en todo Ushi —Akame estaba perdiendo la paciencia, y se notaba en su voz—. ¿Para qué quiere entonces el condenado libro? ¿Lo ha leído alguna vez?
Aquello pareció ofender al lugareño de forma más allá de toda descripción. Se puso rojo, luego más rojo aún, y luego estampó un puñetazo furioso sobre la mesa de madera. «Menos mal que no hay nadie más en esta taberna, aparte de nosotros dos y el tabernero...» sopesó Akame, que ya estaba pensando en sacarle el libro a golpes a aquel tozudo pueblerino.
—¡Miré usté, señor shinobi! Aquí somos todos gente muy honrada y muy trabajaora, y no vamos a dejar que uno de la capitá venga a insultarnos. Así que ya puedes ir cogiendo tu dinero. No hay na más que hablar.
Y con esas el cejudo granjero se levantó, no sin antes apurar la cerveza, y salió de la taberna. Akame dejó caer su cabeza sobre las manos, con ambos codos apoyados en la mesa, soltando un largo suspiro. Entonces oyó que la puerta se abría otra vez y, esperando que aquel pueblerino se lo hubiese pensado dos veces, alzó la vista con una sonrisa en el rostro. Pero no era él.
—E... ¿Eri-san?
El hombre, ceñudo, se rascó una de sus pobladas cejas negras. Más que cejas, a Akame le parecía que aquel tipo tenía dos gatos acostados en la frente. Dio un trago más a su cerveza —la tercera que el Uchiha había tenido que pagarle— y bostezó, con fingida indiferencia.
—Pues lo que te' dicho, zagal. Que no es por mí, ¿eh? Que yo por mí cogía el dinero y a juir. Pero es que ese libro fue de mi padre, y de mi abuelo antes que él. ¿Mentiendes?
Akame cerró los ojos un momento, frunciendo el ceño. Aquel tipo estaba agotando sus reservas de paciencia, que no eran nada escasas. Además, aquella forma de hablar, con tantas palabrejas raras, le estaba poniendo nervioso. Durante los quince minutos que llevaban allí sentados, intentando el uno al otro convencerse de vender el libro o no venderlo, el Uchiha había tenido la impresión varias veces de que no hablaban el mismo idioma.
—Mire, no se ofenda, pero... No creo que usted sea Uchiha. Ni su mujer, o sus hijos, si los tiene. Es más, no creo que haya un sólo Uchiha en todo Ushi —Akame estaba perdiendo la paciencia, y se notaba en su voz—. ¿Para qué quiere entonces el condenado libro? ¿Lo ha leído alguna vez?
Aquello pareció ofender al lugareño de forma más allá de toda descripción. Se puso rojo, luego más rojo aún, y luego estampó un puñetazo furioso sobre la mesa de madera. «Menos mal que no hay nadie más en esta taberna, aparte de nosotros dos y el tabernero...» sopesó Akame, que ya estaba pensando en sacarle el libro a golpes a aquel tozudo pueblerino.
—¡Miré usté, señor shinobi! Aquí somos todos gente muy honrada y muy trabajaora, y no vamos a dejar que uno de la capitá venga a insultarnos. Así que ya puedes ir cogiendo tu dinero. No hay na más que hablar.
Y con esas el cejudo granjero se levantó, no sin antes apurar la cerveza, y salió de la taberna. Akame dejó caer su cabeza sobre las manos, con ambos codos apoyados en la mesa, soltando un largo suspiro. Entonces oyó que la puerta se abría otra vez y, esperando que aquel pueblerino se lo hubiese pensado dos veces, alzó la vista con una sonrisa en el rostro. Pero no era él.
—E... ¿Eri-san?