12/02/2017, 21:08
(Última modificación: 29/07/2017, 01:36 por Amedama Daruu.)
—Imaginarme a mí misma y proyectar el chakra...
Ayame parecía convencida con la explicación. Con la determinación de una guerrera cuando se ata el último cinto de su armadura de metal, la muchacha asintió con energía.
—¡Entendido!
Daruu observó con una mezcla de ternura y lástima cómo Ayame cerraba con fuerza los ojos y formulaba los sellos con lentitud. Si no hubiera sido por aquellos matones, estaba seguro de que habría aprendido las lecciones. Siempre había considerado a Ayame bastante inteligente, de hecho, nunca había tenido problema para responder las preguntas de los profesores en clase... Hasta que empezaron los abusos, claro.
—¡Bunshin no Jutsu!
El humo la envolvió, y se mantuvo unos instantes. Daruu miró con el ceño fruncido las volutas que ya debían disiparse, deseoso de comprobar si la kunoichi lo había consegui...
—¡Ja, ja, ja! —no pudo evitar reír. En el suelo había una especie de Flan de Ayame con una sonrisa impertérrita dibujada en la cara.
Pero Daruu vio la expresión en el rostro de Ayame, y se puso muy serio mientras se acercaba a ella. Le puso una mano en el hombro.
—Ey, ey. Ríete tú también, no te pongas así. ¡Los fallos son graciosos, sobretodo cuando son como este! Cuando intento dominar una técnica siempre me pasan estas cosas, de verdad —aseguró—. Además, al menos tú no eres el único Hyuuga que no sabe utilizar el estilo de combate troncal de todas sus técnicas... —Sonrió y se encogió del hombro, avergonzado. Luego, quitó la mano del hombro de Ayame y se rascó la coronilla.
El Juuken. No le había contado toda la verdad. No es que no supiera utilizarlo, es que esa misma mañana era la primera vez que había oído hablar de él. Fantástico.
—Eh, pero aquí me tienes. Mi madre no es del clan Hyuuga, ¿sabes? Bueno, no tiene el Byakugan —dijo, señalándose los iris blancos como la leche, con un tono purpúreo ligeramente perceptible y heredado de mamá—. Y necesitas el Byakugan para usarlo. Se supone además que se transmite de padre o madre a hijo, así que ya ves lo jodido que estoy, porque mi abuela, que lo poseía, murió hace mucho tiempo, antes de que yo naciese. Todo lo que tengo son unos pergaminos viejos que nos legó, y... bueno. Digamos que los primeros intentos no han sido... fructíferos.
Más bien, cuando abrió el primer pergamino después de comer, sólo se encontró con unos símbolos rarísimos. Como estaba cansado y tenía que quedar con Ayame, había decidido investigarlos después, con más calma, o preguntarle a su madre.
Se encogió de nuevo de hombros y se alejó un poco.
—Pero basta de hablar de mí. Venga, ¡otra vez!
Ayame parecía convencida con la explicación. Con la determinación de una guerrera cuando se ata el último cinto de su armadura de metal, la muchacha asintió con energía.
—¡Entendido!
Daruu observó con una mezcla de ternura y lástima cómo Ayame cerraba con fuerza los ojos y formulaba los sellos con lentitud. Si no hubiera sido por aquellos matones, estaba seguro de que habría aprendido las lecciones. Siempre había considerado a Ayame bastante inteligente, de hecho, nunca había tenido problema para responder las preguntas de los profesores en clase... Hasta que empezaron los abusos, claro.
—¡Bunshin no Jutsu!
El humo la envolvió, y se mantuvo unos instantes. Daruu miró con el ceño fruncido las volutas que ya debían disiparse, deseoso de comprobar si la kunoichi lo había consegui...
—¡Ja, ja, ja! —no pudo evitar reír. En el suelo había una especie de Flan de Ayame con una sonrisa impertérrita dibujada en la cara.
Pero Daruu vio la expresión en el rostro de Ayame, y se puso muy serio mientras se acercaba a ella. Le puso una mano en el hombro.
—Ey, ey. Ríete tú también, no te pongas así. ¡Los fallos son graciosos, sobretodo cuando son como este! Cuando intento dominar una técnica siempre me pasan estas cosas, de verdad —aseguró—. Además, al menos tú no eres el único Hyuuga que no sabe utilizar el estilo de combate troncal de todas sus técnicas... —Sonrió y se encogió del hombro, avergonzado. Luego, quitó la mano del hombro de Ayame y se rascó la coronilla.
El Juuken. No le había contado toda la verdad. No es que no supiera utilizarlo, es que esa misma mañana era la primera vez que había oído hablar de él. Fantástico.
—Eh, pero aquí me tienes. Mi madre no es del clan Hyuuga, ¿sabes? Bueno, no tiene el Byakugan —dijo, señalándose los iris blancos como la leche, con un tono purpúreo ligeramente perceptible y heredado de mamá—. Y necesitas el Byakugan para usarlo. Se supone además que se transmite de padre o madre a hijo, así que ya ves lo jodido que estoy, porque mi abuela, que lo poseía, murió hace mucho tiempo, antes de que yo naciese. Todo lo que tengo son unos pergaminos viejos que nos legó, y... bueno. Digamos que los primeros intentos no han sido... fructíferos.
Más bien, cuando abrió el primer pergamino después de comer, sólo se encontró con unos símbolos rarísimos. Como estaba cansado y tenía que quedar con Ayame, había decidido investigarlos después, con más calma, o preguntarle a su madre.
Se encogió de nuevo de hombros y se alejó un poco.
—Pero basta de hablar de mí. Venga, ¡otra vez!