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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#26
Allí estaba. Lo vieron nada más abrir la puerta, plantado con una sonrisa de idiota. Nada más verlos a ellos, su cara pasó por otras dos fases: una breve de decepción, y otra más larga de sorpresa.

—E... ¿Eri-san? —preguntó, con la boca abierta. Bueno, no lo sé, pero Daruu lo recordó más tarde con la boca abierta.

«Ay mi madre, ¿se conocen? ¿"-san"? Entonces, no es un jounin...», pensó Daruu, con abatimiento.

—¿U-Uchiha-san?

«¡Uchiha!»

Claro, los Uchiha eran conocidos a lo largo y ancho de todo Onindo. Unos oponentes temibles, con jutsus poderosos y un Kekkei Genkai increíble. Si Daruu hubiera sido un shinobi normal, hasta ahí podría contar. Pero Daruu resultaba ser de uno de los dos clanes con los dojutsus más famosos del mundo, el Hyuuga, y por supuesto conocía ese Kekkei Genkai, precisamente por que era otro dojutsu: el Sharingan.

Por supuesto, poco sabía sobre el Kekkei Genkai en sí. Los ninja no solían ir por ahí contando a todo quisqui los secretos de sus técnicas. Por eso, aunque no tenía problema en decírselo, Daruu no se lo había contado a Eri tan directamente. Si tenía que enterarse, lo acabaría haciendo. Tarde o temprano, todos lo hacían, pensó.

Su madre sí que se había enfrentado a alguno de ellos. Daruu había aprendido de ella que les permitía ver el chakra, como a los Hyuuga, pero no tenían mira telescópica. Lo compensaban con, según su madre, "un abanico de mierda con la que no paran de salir y sorprenderte, los muy hijos de perra".

No era una descripción agradable.

El Sharingan no parecía verse a simple vista a menos que el usuario lo tuviera activo. Al menos, eso dedujo Daruu, porque estaban delante de un chaval rematadamente normal. Tenía el pelo negro, los ojos más negros aún, y la nariz torcida, fruto de alguna reyerta de juventud o un accidente en la academia. O eso creyó Daruu. Las lesiones de ese tipo eran bastante comunes en el mundo de los ninjas.

Eri parecía bloqueada. A falta de que ella tomase la iniciativa, Daruu se adelantó hasta su mesa, puso la mano en una silla libre al lado de otra mesa —dejándole la que había ya a Eri, que era la kunoichi de Uzu, lo creyó correcto—, y se presentó amigablemente:

—Amedama Daruu, shinobi de Amegakure, encantado. ¿Podemos sentarnos y hablar un rato contigo, eh, Uchiha...? —dudó. No sabía su nombre.
[Imagen: K02XwLh.png]

No hay marcas de sangre registradas.
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Mensajes en este tema
RE: Lo que mis ojos no pueden ver - por Amedama Daruu - 12/02/2017, 21:23


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