13/02/2017, 16:32
(Última modificación: 15/02/2017, 03:28 por Hanamura Kazuma.)
—Ya hemos llegado a nuestro destino, mi señor —Aviso Naomi, con una voz que denotaba cierto cansancio que, por cuestión de modales, se negaba a mostrar abiertamente.
—No sabes cuánto me alegra eso, Naomi —aseguro mientras se desperezaba en la montura del caballo, casi dormido por el cansancio.
—Hasta aquí les acompañó jóvenes viajeros, ya he cumplido con mi trabajo —les dijo el guía, un hombre de aspecto serio y desaliñado—. Fue interesante el viajar con ustedes, espero consigan en este lejano pueblo de Kōtai aquello que buscan, al igual que lo hice yo.
Aquel que los había llevado hasta aquel sitio se despidió con una amplia sonrisa que no habían visto con anterioridad, lleno de júbilo ante la cuantiosa cantidad de dinero que habrían de pagarle por los servicios prestados.
—¿Por qué no habrá querido aceptar ningún dinero de nosotros, Naomi? —preguntó con inocencia.
—Estoy segura de que ya hay una buena compensación monetaria esperando por él, mi señor. Si, deberá de ser un buen pago, tomando en cuenta todas las dificultades que tuvo para traernos sanos y salvos.
En principio el viaje pintaba como algo sencillo y emocionante. Si, también se presentaba como largo, pero con pocas probabilidades de ser problemático… Pero pensar así solo demostró una gran falta de experiencia en lo que ha recorrer los caminos de Ōnindo se refería.
Llegar a Yamiria les había tomado tres días de recorrido. Allí se quedaron a descansar una noche, para la mañana siguiente partir hacia Tanzaku Gai, la cual estaba a unos cinco días a caballo. En ese lugar localizaron la agencia de viajes guiados a la cual hacían referencia algunos de los documentos enviados por Satomu. Les recibió un hombre que ya estaba esperándolos y al cual no necesitaron dar instrucción alguna sobre a donde tenían que ir o como llegar. Después de un día de descanso, partieron hacia el noroeste.
“Y solo hasta entonces, el viaje se mantuvo como algo normal”
Al principio recorrieron regiones similares a las que ya habían cruzado en su viaje hacia la capital del fuego, pero a medida que pasaban las horas los accidentes geográficos se mostraban cada vez más hostiles hacia los visitantes. En algún punto, Naomi comparó aquel territorio con un enorme jardín de rosas: Aquella naturaleza salvaje relucía con una belleza conmovedora solo comparable con lo descrito en los mejores libros de fantasía. Pero, como todo jardín de rosas, también tenía sus espinas: Los bosques densos y calurosos, con las bestias que por ellos rondaban y que ocasionalmente se acercaban a dar caza a las pobres monturas. Los enormes y altos riscos de los cuales se desprendían rocas que amenazaban con arrojarlos a abismos que parecían no tener fondo. Y numerosos ríos de aguas enlodadas y furiosas que trataban de impedir que cualquiera cruzará cuando su cauce se desbordaba. Lo complicado del terreno, sumado a lo intrincado del camino, con sus muchas vueltas y desviaciones, provocó que la parte final de la travesía les tomará ocho días.
—A los caballos les falta poco para caer muertos por el agotamiento… y nosotros no es que estemos mucho mejor —aclaro mientras acariciaba el cuello de su montura—. Sin embargo, creo que el solo llegar ha hecho que nuestro periplo valga la pena. Quién diría que un pueblo tan hermoso yacía escondido en un lugar tan recóndito.
“Quien diría que habría un lugar casi tan precioso como mi querido Odayakana”
Desde la loma del camino real veían como el pueblo se asentaba frente a ellos, maravilloso e idílico a la luz del atardecer. Posado en el fondo de un valle formado por riscos, envuelto en un uniforme bosque de pinos y atravesado por un enorme río de aguas cristalinas.
—Me gustaría ir y explorarlo un poco.
—Eso sería agradable, mi señor —reconoció Naomi, quien también deseaba ver de cerca la hermosura tradicional de aquel sitio—, pero lo primero en nuestra lista de pendientes es dirigirnos a un lugar en el cual podamos descansar.
»Debemos de ir a la posada de “El sauce cambiante”. Según lo que dicen las indicaciones que venían con la carta, es el sitio donde debemos hospedarnos mientras esperamos a que Nishijima se comunique con usted.
Kōtetsu quería hacer más que solo irse a dormir, quería ver el pueblo de cerca, pero la noche estaba próxima y el cansancio que pesaba sobre sus cuerpos no era cosa de juego. Se puso de acuerdo con su guardiana y se encaminó hacia el edificio que buscaban, lo cual no fue difícil pues estaba ubicado en la calle principal, justo a un lado del río.
Ya era noche cerrada cuando llamaron a la puerta de la casa. De la misma, salió a recibirlos una mujer mayor de aspecto amable y con un rostro arrugado que mostraba mucha expectación. Naomi le mostró el pase y la anciana les hizo pasar.
—Bienvenidos sean a la posada de El sauce cambiante. —Tenía un tono alegre y cordial—. Pobrecillos, miren como están. Ese viaje debió de ser muy duro, ¿cierto?
—Ni se imagina, señora —respondió el Hakagurē, dejando escapar un profundo suspiro.
—Ya veo —asintió—. Ya comenzaba a preocuparme, pues me avisaron que debía de recibir a unos cuantos visitantes, pero fue hace tantos días que temía que ninguno llegase.
—¿Quiere decir que las otras personas citadas por Nishijima Satomu también han de hospedarse aquí? —inquirió Naomi.
—Sí, pero hasta ahora son los únicos que han llegado.
»Esta residencia está preparada para recibirlos: tenemos cuatro alas privadas para cada uno de los invitados. Los llevare a una de ellas y hay podrán esperar hasta que llegue el resto.
Aquella era una señora de caracter agradable, que con certeza se ocuparia de buena manera de cualquiera de los jovenes elegidos que debian de llegar a las puertas de su posada, un edificio cuya bonita decoracion lo convertia en un sitio relativamente facil de encontrar.
"Cierto, no soy el único que ha sido invitado... Me pregunto, ¿quienes seran los otros? ¿Que tal les esta yendo en su travesía?"
—No sabes cuánto me alegra eso, Naomi —aseguro mientras se desperezaba en la montura del caballo, casi dormido por el cansancio.
—Hasta aquí les acompañó jóvenes viajeros, ya he cumplido con mi trabajo —les dijo el guía, un hombre de aspecto serio y desaliñado—. Fue interesante el viajar con ustedes, espero consigan en este lejano pueblo de Kōtai aquello que buscan, al igual que lo hice yo.
Aquel que los había llevado hasta aquel sitio se despidió con una amplia sonrisa que no habían visto con anterioridad, lleno de júbilo ante la cuantiosa cantidad de dinero que habrían de pagarle por los servicios prestados.
—¿Por qué no habrá querido aceptar ningún dinero de nosotros, Naomi? —preguntó con inocencia.
—Estoy segura de que ya hay una buena compensación monetaria esperando por él, mi señor. Si, deberá de ser un buen pago, tomando en cuenta todas las dificultades que tuvo para traernos sanos y salvos.
En principio el viaje pintaba como algo sencillo y emocionante. Si, también se presentaba como largo, pero con pocas probabilidades de ser problemático… Pero pensar así solo demostró una gran falta de experiencia en lo que ha recorrer los caminos de Ōnindo se refería.
Llegar a Yamiria les había tomado tres días de recorrido. Allí se quedaron a descansar una noche, para la mañana siguiente partir hacia Tanzaku Gai, la cual estaba a unos cinco días a caballo. En ese lugar localizaron la agencia de viajes guiados a la cual hacían referencia algunos de los documentos enviados por Satomu. Les recibió un hombre que ya estaba esperándolos y al cual no necesitaron dar instrucción alguna sobre a donde tenían que ir o como llegar. Después de un día de descanso, partieron hacia el noroeste.
“Y solo hasta entonces, el viaje se mantuvo como algo normal”
Al principio recorrieron regiones similares a las que ya habían cruzado en su viaje hacia la capital del fuego, pero a medida que pasaban las horas los accidentes geográficos se mostraban cada vez más hostiles hacia los visitantes. En algún punto, Naomi comparó aquel territorio con un enorme jardín de rosas: Aquella naturaleza salvaje relucía con una belleza conmovedora solo comparable con lo descrito en los mejores libros de fantasía. Pero, como todo jardín de rosas, también tenía sus espinas: Los bosques densos y calurosos, con las bestias que por ellos rondaban y que ocasionalmente se acercaban a dar caza a las pobres monturas. Los enormes y altos riscos de los cuales se desprendían rocas que amenazaban con arrojarlos a abismos que parecían no tener fondo. Y numerosos ríos de aguas enlodadas y furiosas que trataban de impedir que cualquiera cruzará cuando su cauce se desbordaba. Lo complicado del terreno, sumado a lo intrincado del camino, con sus muchas vueltas y desviaciones, provocó que la parte final de la travesía les tomará ocho días.
—A los caballos les falta poco para caer muertos por el agotamiento… y nosotros no es que estemos mucho mejor —aclaro mientras acariciaba el cuello de su montura—. Sin embargo, creo que el solo llegar ha hecho que nuestro periplo valga la pena. Quién diría que un pueblo tan hermoso yacía escondido en un lugar tan recóndito.
“Quien diría que habría un lugar casi tan precioso como mi querido Odayakana”
Desde la loma del camino real veían como el pueblo se asentaba frente a ellos, maravilloso e idílico a la luz del atardecer. Posado en el fondo de un valle formado por riscos, envuelto en un uniforme bosque de pinos y atravesado por un enorme río de aguas cristalinas.
—Me gustaría ir y explorarlo un poco.
—Eso sería agradable, mi señor —reconoció Naomi, quien también deseaba ver de cerca la hermosura tradicional de aquel sitio—, pero lo primero en nuestra lista de pendientes es dirigirnos a un lugar en el cual podamos descansar.
»Debemos de ir a la posada de “El sauce cambiante”. Según lo que dicen las indicaciones que venían con la carta, es el sitio donde debemos hospedarnos mientras esperamos a que Nishijima se comunique con usted.
Kōtetsu quería hacer más que solo irse a dormir, quería ver el pueblo de cerca, pero la noche estaba próxima y el cansancio que pesaba sobre sus cuerpos no era cosa de juego. Se puso de acuerdo con su guardiana y se encaminó hacia el edificio que buscaban, lo cual no fue difícil pues estaba ubicado en la calle principal, justo a un lado del río.
Ya era noche cerrada cuando llamaron a la puerta de la casa. De la misma, salió a recibirlos una mujer mayor de aspecto amable y con un rostro arrugado que mostraba mucha expectación. Naomi le mostró el pase y la anciana les hizo pasar.
—Bienvenidos sean a la posada de El sauce cambiante. —Tenía un tono alegre y cordial—. Pobrecillos, miren como están. Ese viaje debió de ser muy duro, ¿cierto?
—Ni se imagina, señora —respondió el Hakagurē, dejando escapar un profundo suspiro.
—Ya veo —asintió—. Ya comenzaba a preocuparme, pues me avisaron que debía de recibir a unos cuantos visitantes, pero fue hace tantos días que temía que ninguno llegase.
—¿Quiere decir que las otras personas citadas por Nishijima Satomu también han de hospedarse aquí? —inquirió Naomi.
—Sí, pero hasta ahora son los únicos que han llegado.
»Esta residencia está preparada para recibirlos: tenemos cuatro alas privadas para cada uno de los invitados. Los llevare a una de ellas y hay podrán esperar hasta que llegue el resto.
Aquella era una señora de caracter agradable, que con certeza se ocuparia de buena manera de cualquiera de los jovenes elegidos que debian de llegar a las puertas de su posada, un edificio cuya bonita decoracion lo convertia en un sitio relativamente facil de encontrar.
"Cierto, no soy el único que ha sido invitado... Me pregunto, ¿quienes seran los otros? ¿Que tal les esta yendo en su travesía?"
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