17/02/2017, 20:54
El trayecto hacia la ciudad de Kotai fue, en resumen; extenuante. Poco acostumbrado a surcar caminos tan amplios y durante tantas horas de viaje, para Kaido fue sin duda una tortura que probablemente no querría repetir nunca más; a no ser que el beneficio fuera mucho más certero de lo que lo era en ese momento.
Porque: ¿qué certeza tenía el escualo de que, el aceptar una extraña invitación de un hombre cuyas proezas se encontraban hundidas en las arenas del tiempo, fuera a recibir nada?...
Ninguna. Simplemente, ninguna.
Ganaba más su clan al conocer las intenciones de Satomu para con su cualidad genética —puesto que era sensato asumir que, esa era la razón más clara para que el Hozuki fuera elegido, entre tantos—; que lo que él recibía. Y por ello, llegar hasta allá fue difícil. Para todos.
Pero con el pasar de los días, de las horas; y de los alrededores, la inminente llegada a Kotai se hacía cada vez más clara. Aunque por irónico que luciera, la también claridad que ofrecían los amplios bosques y riscos del país del fuego se iba haciendo cada vez más tenue, a medida de que se adentraban en trayectos más adversos. Hermosos ante los ojos del desconocimiento, de quien nunca había transitado por sus frondosos y vivos bosque, aunque igual de amenazantes para el ingenuo desconocedor de sus alrededores.
Yarou-dono, sin embargo, creía conocer la ciudad. Aunque dubitativo ante sus nublosos recuerdos, no quiso comunicárselo a su protegido. Pero creía de alguna manera haber estado allí, en algún momento de su lejana juventud.
—Hemos llegado —dijo, y Kaido abrió sus ojos inmediatamente. Alzó la cabeza y dejó salir el pescuezo por fuera del carruaje, dejándose ver el camino de pinos que guiaban organizadamente el paso de tierra hacia las calles principales del pueblo —. será mejor hospedarnos cuanto antes. Y... buscar agua.
El gyojin no quería admitirlo, pero estaba tan cansado que poco se había molestado en hidratarse. Su termo había estado vacío por horas, y horas; y su cuerpo comenzaba a pagar el precio. Tenía los labios partidos y la garganta reseca, y los ojos salidos como un pescado fuera del agua.
La puerta principal del Sauce Cambiante se abrió en súbito. Y de ella salió despedido el joven Kaido, quien, descolorido; dejó que su cara dejara saber a quien diablos se encontrara allí adentro lo que le estaba sucediendo. Yarou ingresó detrás de él, levemente avergonzado, con rostro de pocos amigos y con la mirada clavada en la nuca de su pupilo. ¿Por qué siempre tenía que ser tan grosero, y ruidoso?
—¡Agua, por las tetas de Yui-sama! —gritó—. ¡dadme agua, coño!
Porque: ¿qué certeza tenía el escualo de que, el aceptar una extraña invitación de un hombre cuyas proezas se encontraban hundidas en las arenas del tiempo, fuera a recibir nada?...
Ninguna. Simplemente, ninguna.
Ganaba más su clan al conocer las intenciones de Satomu para con su cualidad genética —puesto que era sensato asumir que, esa era la razón más clara para que el Hozuki fuera elegido, entre tantos—; que lo que él recibía. Y por ello, llegar hasta allá fue difícil. Para todos.
Pero con el pasar de los días, de las horas; y de los alrededores, la inminente llegada a Kotai se hacía cada vez más clara. Aunque por irónico que luciera, la también claridad que ofrecían los amplios bosques y riscos del país del fuego se iba haciendo cada vez más tenue, a medida de que se adentraban en trayectos más adversos. Hermosos ante los ojos del desconocimiento, de quien nunca había transitado por sus frondosos y vivos bosque, aunque igual de amenazantes para el ingenuo desconocedor de sus alrededores.
Yarou-dono, sin embargo, creía conocer la ciudad. Aunque dubitativo ante sus nublosos recuerdos, no quiso comunicárselo a su protegido. Pero creía de alguna manera haber estado allí, en algún momento de su lejana juventud.
—Hemos llegado —dijo, y Kaido abrió sus ojos inmediatamente. Alzó la cabeza y dejó salir el pescuezo por fuera del carruaje, dejándose ver el camino de pinos que guiaban organizadamente el paso de tierra hacia las calles principales del pueblo —. será mejor hospedarnos cuanto antes. Y... buscar agua.
El gyojin no quería admitirlo, pero estaba tan cansado que poco se había molestado en hidratarse. Su termo había estado vacío por horas, y horas; y su cuerpo comenzaba a pagar el precio. Tenía los labios partidos y la garganta reseca, y los ojos salidos como un pescado fuera del agua.
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La puerta principal del Sauce Cambiante se abrió en súbito. Y de ella salió despedido el joven Kaido, quien, descolorido; dejó que su cara dejara saber a quien diablos se encontrara allí adentro lo que le estaba sucediendo. Yarou ingresó detrás de él, levemente avergonzado, con rostro de pocos amigos y con la mirada clavada en la nuca de su pupilo. ¿Por qué siempre tenía que ser tan grosero, y ruidoso?
—¡Agua, por las tetas de Yui-sama! —gritó—. ¡dadme agua, coño!