25/02/2017, 04:34
El Sauce cambiante era, por lo general, un lugar silencioso y lleno de paz, pues habían sido pocas las personas que llegaron a hospedarse en aquel gran edificio de varias alas, pero aquel día estaba resultando mucho más ruidoso y animado de lo que se pudiese esperar.
Todo era a causa de los invitados que debían de ser recibidos allí por orden del señor Nishijima, quien hubo alquilado la totalidad de las instalaciones con el fin de recibir a su jóvenes seleccionados. El primero en llegar fue Kōtetsu, que aun permanecía descansando su agotado cuerpo del largo viaje realizado. El segundo en llegar, uno o días después, fue el Uchiha, que ahora se encontraba tomando un poco de té, y luego el aparecieron el joven y la señorita restantes.
—Parece que por fin han llegado el resto de invitados, sean tan amables de recibirlos —dispuso la anciana dueña de la posada, mientras, placida y elegantemente, disfrutaba de su té en la sala común.
Sin demora, un grupo de unas cuatro doncellas se acerco a la entrada para recibir a los recién llegados. Al igual que con los otros dos muchachos, no les hizo falta el pedir algún tipo de identificación para verificar quienes eran, pues ya tenían una acertada descripción de la apariencia de quienes se hospedarían allí. Sin embargo, eso no quito que miraran con cierto asombro y curiosidad los peculiares rasgos de las personas que yacían en la puerta.
Luego de los habituales, y no tan necesarios, saludos formales, las jóvenes se dispusieron a atender las necesidades de los visitantes. Lo primero que hicieron fue llevarle agua al joven de piel azulada; depositaron frente a él un balde enorme, esperando que la bebiera, si es que era para eso que la necesitaba. También socorrieron la chica rubia que parecía haberse golpeado contra el suelo, a la espera de saber si necesitaba alguna atención médica.
Con las necesidades más inmediatas de sus clientes cumplidas, las criadas se encargaron de guiar a cada quien a su respectivo habitáculo. El Sauce cambiante estaba conformado por cuatro alas y un área central que las conectaba a todas. Sin embargo, cada una era independiente; pues tenían sus propios baños, cocina, sala, habitaciones y jardín, de manera que los que allí se hospedaran pudiesen tener todo lo que necesitasen sin necesidad de pasar por el área común y ver a los otros que también se quedasen allí.
Estando ya reunidos los cuatro jóvenes, solo quedaba proseguir con el plan que estaba pautado: Luego de darles un día de descanso, serian citados en el comedor del área central, para una cena donde se harían las presentaciones pertinentes y donde se les comunicaría las siguientes instrucciones de aquel que les había convocado. Se prepararía gran cantidad de alimentos, más que suficientes para satisfacer cualquier hambre atrasada que pudiesen tener. Todo en un ambiente agradable que invitase a socializar, y a escuchar lo que la encargada tuviese que decirles.
Todo era a causa de los invitados que debían de ser recibidos allí por orden del señor Nishijima, quien hubo alquilado la totalidad de las instalaciones con el fin de recibir a su jóvenes seleccionados. El primero en llegar fue Kōtetsu, que aun permanecía descansando su agotado cuerpo del largo viaje realizado. El segundo en llegar, uno o días después, fue el Uchiha, que ahora se encontraba tomando un poco de té, y luego el aparecieron el joven y la señorita restantes.
—Parece que por fin han llegado el resto de invitados, sean tan amables de recibirlos —dispuso la anciana dueña de la posada, mientras, placida y elegantemente, disfrutaba de su té en la sala común.
Sin demora, un grupo de unas cuatro doncellas se acerco a la entrada para recibir a los recién llegados. Al igual que con los otros dos muchachos, no les hizo falta el pedir algún tipo de identificación para verificar quienes eran, pues ya tenían una acertada descripción de la apariencia de quienes se hospedarían allí. Sin embargo, eso no quito que miraran con cierto asombro y curiosidad los peculiares rasgos de las personas que yacían en la puerta.
Luego de los habituales, y no tan necesarios, saludos formales, las jóvenes se dispusieron a atender las necesidades de los visitantes. Lo primero que hicieron fue llevarle agua al joven de piel azulada; depositaron frente a él un balde enorme, esperando que la bebiera, si es que era para eso que la necesitaba. También socorrieron la chica rubia que parecía haberse golpeado contra el suelo, a la espera de saber si necesitaba alguna atención médica.
Con las necesidades más inmediatas de sus clientes cumplidas, las criadas se encargaron de guiar a cada quien a su respectivo habitáculo. El Sauce cambiante estaba conformado por cuatro alas y un área central que las conectaba a todas. Sin embargo, cada una era independiente; pues tenían sus propios baños, cocina, sala, habitaciones y jardín, de manera que los que allí se hospedaran pudiesen tener todo lo que necesitasen sin necesidad de pasar por el área común y ver a los otros que también se quedasen allí.
Estando ya reunidos los cuatro jóvenes, solo quedaba proseguir con el plan que estaba pautado: Luego de darles un día de descanso, serian citados en el comedor del área central, para una cena donde se harían las presentaciones pertinentes y donde se les comunicaría las siguientes instrucciones de aquel que les había convocado. Se prepararía gran cantidad de alimentos, más que suficientes para satisfacer cualquier hambre atrasada que pudiesen tener. Todo en un ambiente agradable que invitase a socializar, y a escuchar lo que la encargada tuviese que decirles.