28/02/2017, 07:05
Para su suerte, no pasó demasiado tiempo para que los sirvientes tuvieran la amabilidad de saciar su sed. Sin embargo, tampoco pusieron demasiado esfuerzo en su recepción, siendo que resultó ser inmediata la petición a los huésped para que se movilizaran cada uno a sus respectivas alas privadas, donde contaban con todos los servicios necesarios para tener una noche más que placentera.
Kaido, por supuesto, pasó de todo los lujos y apenas encontró una cama lo suficientemente cómoda como para recostar su trasero; se durmió. Yarou hizo todos los deberes, como era usual en su hogar allá en la ahora lejana aldea de Amegakure.
A la mañana siguiente, la invitación más inmediata clamaba por la asistencia del escualo al comedor del área central, donde se realizaría una cena especial en la cual, probablemente, se darían más detalles acerca de la misteriosa invitación. Si no fuera, sin embargo, por todos aquellas excentricidades, y que además, eran gratis, Kaido probablemente habría vuelto a casa en un santiamén. Su paciencia, no obstante, no era infinita. Mientra más pronto saldaran sus dudas, menos eran las probabilidades de que el tiburón se convirtiera en un verdadero problema, y no en la musa que se esperaba para revivir los tiempos de gloria del señor Satomu.
El gyojin llegó a la sala, vistiendo sus ropas habituales. Su cabello se encontraba suelto, reposando como cascada sobre su espalda, y no había signos de su bandana por ningún lado. Y aunque Yarou-dono le instó a que dejase en la habitación todos sus utensilios shinobis, el escualo no dejó pasar la oportunidad de ser precavido y de llevar consigo —y lo más oculto posible, atado en uno de los costados de su cinturón, por dentro— un kunai.
Si lo iba a necesitar o no, eso ya estaba por verse.
Kaido, por supuesto, pasó de todo los lujos y apenas encontró una cama lo suficientemente cómoda como para recostar su trasero; se durmió. Yarou hizo todos los deberes, como era usual en su hogar allá en la ahora lejana aldea de Amegakure.
A la mañana siguiente, la invitación más inmediata clamaba por la asistencia del escualo al comedor del área central, donde se realizaría una cena especial en la cual, probablemente, se darían más detalles acerca de la misteriosa invitación. Si no fuera, sin embargo, por todos aquellas excentricidades, y que además, eran gratis, Kaido probablemente habría vuelto a casa en un santiamén. Su paciencia, no obstante, no era infinita. Mientra más pronto saldaran sus dudas, menos eran las probabilidades de que el tiburón se convirtiera en un verdadero problema, y no en la musa que se esperaba para revivir los tiempos de gloria del señor Satomu.
El gyojin llegó a la sala, vistiendo sus ropas habituales. Su cabello se encontraba suelto, reposando como cascada sobre su espalda, y no había signos de su bandana por ningún lado. Y aunque Yarou-dono le instó a que dejase en la habitación todos sus utensilios shinobis, el escualo no dejó pasar la oportunidad de ser precavido y de llevar consigo —y lo más oculto posible, atado en uno de los costados de su cinturón, por dentro— un kunai.
Si lo iba a necesitar o no, eso ya estaba por verse.