28/02/2017, 14:00
La noche trascurrió sin más sucesos destacables, pues los empleados de El Sauce Cambiante se apresuraron, diligentes, a solventar cualquier tipo de incomodidad que pudieran sufrir sus huéspedes. Akame no pudo evitar admirarse de la disciplina y efectividad de la que hacían gala aquellos hombres y mujeres; eran organizados, obedientes y rápidos, y se movían con una técnica casi militar. Aquello, unido a lo lujoso del sitio, no hizo sino acrecentar la curiosidad del joven Uchiha. «Ese tal Nishijima debe ser un hombre de muchos recursos... De lo contrario, ¿cómo podría permitirse pagar la estancia a más de media docena de invitados en un sitio como este?». Pese a todo, aún no había encontrado respuesta para las muchas preguntas que le surgieron antes de empezar tal viaje —y temía que todavía tuviese que esperar—.
Así fue. Esa misma noche el maestro artista ni siquiera hizo acto de presencia, sino que los sirvientes del establecimiento les acompañaron a todos a sus estancias. Akame quedó maravillado del lugar, que a él se le antojaba lujoso en extremo. Quizás no fuese más que su precaria experiencia en alojamientos refinados, o su desmedida imaginación a la hora de atribuir toda clase de adjetivos fantasiosos al lugar... Pero aquella noche el Uchiha durmió como un bebé.
Durante el día siguiente, Akame se dedicó a comer en abundancia, pasear por los jardines del lugar y beber un té verde no tan bueno como al que se había acostumbrado a tomar en Uzushio.
Cuando cayó la noche, el Uchiha se dio un buen baño caliente y luego, previo aviso de que se celebraría una cena, decidió vestirse con sus mejores galas; que no eran gran cosa. Una camisa de manga larga, de color blanco marfil, pantalones negros también largos y sandalias ninja. Sobre la camisa, pese al calor de la Primavera, optó por llevar una chaqueta de color carmesí con el símbolo de Uzushiogakure cosido en la espalda. Había sido un regalo de su maestra, Kunie —más parecía una broma pesada—, pero era una prenda elegante en comparación con el resto de su armario.
Por cuestión de etiqueta dejó sus armas en la habitación, y tan sólo llevaba el mecanismo oculto de kunai, cargado, bajo la manga derecha. También lucía su bandana del Remolino, atada en torno al cuello. Por último, recogió su pelo color azabache en una cola corta y baja, que le llegaba apenas un poco más allá de la nuca.
Así fue. Esa misma noche el maestro artista ni siquiera hizo acto de presencia, sino que los sirvientes del establecimiento les acompañaron a todos a sus estancias. Akame quedó maravillado del lugar, que a él se le antojaba lujoso en extremo. Quizás no fuese más que su precaria experiencia en alojamientos refinados, o su desmedida imaginación a la hora de atribuir toda clase de adjetivos fantasiosos al lugar... Pero aquella noche el Uchiha durmió como un bebé.
Durante el día siguiente, Akame se dedicó a comer en abundancia, pasear por los jardines del lugar y beber un té verde no tan bueno como al que se había acostumbrado a tomar en Uzushio.
Cuando cayó la noche, el Uchiha se dio un buen baño caliente y luego, previo aviso de que se celebraría una cena, decidió vestirse con sus mejores galas; que no eran gran cosa. Una camisa de manga larga, de color blanco marfil, pantalones negros también largos y sandalias ninja. Sobre la camisa, pese al calor de la Primavera, optó por llevar una chaqueta de color carmesí con el símbolo de Uzushiogakure cosido en la espalda. Había sido un regalo de su maestra, Kunie —más parecía una broma pesada—, pero era una prenda elegante en comparación con el resto de su armario.
Por cuestión de etiqueta dejó sus armas en la habitación, y tan sólo llevaba el mecanismo oculto de kunai, cargado, bajo la manga derecha. También lucía su bandana del Remolino, atada en torno al cuello. Por último, recogió su pelo color azabache en una cola corta y baja, que le llegaba apenas un poco más allá de la nuca.