6/03/2017, 15:57
(Última modificación: 29/07/2017, 01:42 por Amedama Daruu.)
Nada más pronunciar aquellas palabras, Daruu soltó su mano y se giró hacia ella. Sus ojos la contemplaban como si estuviera loca de remate, y en cierta manera Ayame no podía reprochárselo. Lo que había soltado era una completa estupidez. Avergonzada, agachó la cabeza mientras él se acercaba a ella, dándole ligeros toquecitos en la base del cuello.
—¡Claro, fantástica idea! ¿Sabes lo que pasaría? Que al primer día que no te viera llegar empezaría a buscar por toda la aldea como un loco, y a quien primero pediría ayuda es a mi madre, porque se conocen de hace años. Y entonces te vería allí, y se nos caería el pelo. ¡No digas bobadas!
Ayame se encogió sobre sí misma, mordiéndose el labio inferior. Sí, era perfectamente capaz de imaginar una escena similar a la que estaba describiendo Daruu. Con su padre encolerizado recorriendo una a una las calles de Amegakure para terminar pidiéndole ayuda a su vecina... De tan sólo imaginar la cara que pondría si la viera en casa de Daruu, un escalofrío la recorrió de los pies a la cabeza. Desde luego, era la idea más absurda que jamás había tenido. Y eso que ya había tenido ideas alocadas anteriormente.
Daruu volvió a darle la espalda, le oyó suspirar y vio como cruzaba los brazos sobre el pecho.
—Lo siento... —farfulló en voz baja. Lo que menos deseaba en aquellos instantes era que Daruu se hartara de ella y de sus tonterías y terminara dejándola sola.
—Lo único que puedo hacer es invitarte a un chocolate en la cafetería de mamá —dijo él, finalmente, y Ayame alzó la cabeza de golpe al oír la palabra mágica: "chocolate". Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo en contener el rugido de alegría de su estómago—. A ver si así te animas. Pero tienes que volver. ¿No quieres que tu padre te reconozca? ¿Cómo te va a reconocer si ni siquiera tienes el valor para asumir tus fracasos?
—Vale... —accedió, de mala gana—. Pero no tengo dinero... lo poco que tenía me lo gasté en la comida en un puesto de ramen... —comentó, con un leve mohín.
—¡Claro, fantástica idea! ¿Sabes lo que pasaría? Que al primer día que no te viera llegar empezaría a buscar por toda la aldea como un loco, y a quien primero pediría ayuda es a mi madre, porque se conocen de hace años. Y entonces te vería allí, y se nos caería el pelo. ¡No digas bobadas!
Ayame se encogió sobre sí misma, mordiéndose el labio inferior. Sí, era perfectamente capaz de imaginar una escena similar a la que estaba describiendo Daruu. Con su padre encolerizado recorriendo una a una las calles de Amegakure para terminar pidiéndole ayuda a su vecina... De tan sólo imaginar la cara que pondría si la viera en casa de Daruu, un escalofrío la recorrió de los pies a la cabeza. Desde luego, era la idea más absurda que jamás había tenido. Y eso que ya había tenido ideas alocadas anteriormente.
Daruu volvió a darle la espalda, le oyó suspirar y vio como cruzaba los brazos sobre el pecho.
—Lo siento... —farfulló en voz baja. Lo que menos deseaba en aquellos instantes era que Daruu se hartara de ella y de sus tonterías y terminara dejándola sola.
—Lo único que puedo hacer es invitarte a un chocolate en la cafetería de mamá —dijo él, finalmente, y Ayame alzó la cabeza de golpe al oír la palabra mágica: "chocolate". Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo en contener el rugido de alegría de su estómago—. A ver si así te animas. Pero tienes que volver. ¿No quieres que tu padre te reconozca? ¿Cómo te va a reconocer si ni siquiera tienes el valor para asumir tus fracasos?
—Vale... —accedió, de mala gana—. Pero no tengo dinero... lo poco que tenía me lo gasté en la comida en un puesto de ramen... —comentó, con un leve mohín.