9/03/2017, 22:06
(Última modificación: 29/07/2017, 01:42 por Amedama Daruu.)
Al escuchar sus palabras, Daruu se volvió hacia ella con aquella mirada recelosa otra vez.
—Yo solo digo una cosa. Como nos pille tu padre, igual te mata. Fíjate, que son las cinco y media pasadas y aún no estás allí —le dijo, y Ayame palideció aún más si cabía al darse cuenta de su error—. En fin... Venga, vamos para allá.
Ayame conocía de sobra el camino hacia la pastelería de la que le había hablado Daruu. Después de todo, se encontraba justo en la planta baja del edificio donde ambos vivían, y habían hecho aquel recorrido casi desde que tenían conciencia sobre sí mismos. Sin embargo, como un alma en pena, Ayame siguió a su vecino, dejándose guiar por sus pasos.
Así, pronto llegaron a su destino. Un rascacielos tan alto que parecía competir con sus vecinos por arañar el cielo de Amegakure y construido con piedras plomizas. La Pastelería de Kiroe-chan era justamente la pincelada de color que necesitaba aquel anodino barrio. Sin tener que recurrir a los molestos y ostentosos carteles de neón, el local lograba dar aquel toque de alegría con su toldo de color rojo pastel, unas verjas blancas que rodeaba el perímetro y la puerta de madera junto a una amplia vidriera que lucía orgullosa el símbolo de la aldea. Cuando Daruu abrió la puerta, Ayame se estremeció al sentir el abrazo del calor y el delicioso aroma a dulces de todo tipo, ligeramente contaminado por otro olor amargo que le hacía arrugar la nariz... el café. La decoración del interior estaba tan cuidada como la del exterior. El suelo estaba cubierto por azulejos que alternaban el color caqui y el color marrón, a juego con los muebles de madera ornamentada. Los ojos de Ayame tropezaron con la deliciosa gama que se exhibía en el escaparate y, mientras su mirada se deleitaba con todos aquellos bollitos que escapaban de su más golosa imaginación, una voz desde detrás de la barra la sobresaltó:
—¡Hombre, pero si es mi Daruucín! ¿Qué tal? ¡Y viene con Ayame-chan! Llevaba tiempo sin verte, pequeñaja.
—B... buenas tardes, Kiroe-san —saludó ella, con una leve inclinación de cabeza.
Era obvio de quién había heredado Daruu la curiosa forma de su cabello. Aunque el pelo de Kiroe caía tras su espalda como una cascada con ligeras ondulaciones, en su parte superior varios mechones vencían a la gravedad y se alzaban rebeldes contra ella. Era una mujer de mediana estatura, pero imponente por su porte atlético. Al contrario que su hijo, tenía los ojos de un fascinante color violeta.
«Claro. Tal y como ha dicho Daruu, ella no tiene el... Viaunkugan ese...» Meditaba.
—Ayame, tu padre ha pasado antes por aquí, preguntaba por ti. Parecía preocupado. ¿Pasa algo? —le preguntó, y Ayame se quedó rígida como una estaca.
Por suerte, Daruu fue más rápido que ella.
—¡Uy, qué raro! ¿No? —se apresuró a contestar. Su madre le miró con una sonrisa torcida, casi maliciosa, que a Ayame le puso los pelos de punta—. A lo mejor es por alguna tontería, no pasa nada. Estaba ayudando a Ayame a entrenar, mamá.
Kiroe la miró. Y cuando Ayame vio la pena reflejado en sus ojos se apresuró a romper el contacto visual antes de echarse a llorar allí mismo también.
—Venga, Ayame, seguro que tú puedes. Ánimo.
«Se ha dado cuenta... Sabe que he suspendido el examen de ascenso a genin, no como su hijo...» Pensó, mordiéndose el labio inferior por la angustia.
—Por favor, si viene no le digas nada, nosotros nos escondemos y ya está —escuchó la súplica de Daruu junto a ella, y Kiroe se tapó la boca con ambas manos. Sus mejillas estaban arreboladas.
—Oh, no me digas... ¿No será que vosotros estáis...?
Ayame ladeó la cabeza ligeramente.
—¡No, mamá, calla! ¡Tú prométemelo y ya está! —exclamó Daruu, alterado.
—Está bien, está bien... —se rio, pero Ayame seguía mirándolos de manera alterna. Daruu se había ruborizado de manera casi exagerada—. A ver, ¿qué vais a querer?
—Un... cof, cof. Un té chai con leche y un bollito de vainilla. Gracias, mamá.
—Yo... un chocolate caliente y... un taiyaki con chocolate... si puede ser, por favor —se apresuró a decir, cuando se dio cuenta de que Kiroe estaba esperando su comienda.
Cuando Kiroe desapareció en la cocina, Daruu casi la arrastró hasta una mesa apartada donde la invitó a sentarse y después se tapó la cara con la carta como un detective que temiera ser descubierto por su objeto de investigación. Aunque, en aquel caso, más bien eran ellos los "forajidos".
—Oye, ¿qué quería decir tu madre con eso de que si nosotros estábamos...? —preguntó, cándida.
—Yo solo digo una cosa. Como nos pille tu padre, igual te mata. Fíjate, que son las cinco y media pasadas y aún no estás allí —le dijo, y Ayame palideció aún más si cabía al darse cuenta de su error—. En fin... Venga, vamos para allá.
Ayame conocía de sobra el camino hacia la pastelería de la que le había hablado Daruu. Después de todo, se encontraba justo en la planta baja del edificio donde ambos vivían, y habían hecho aquel recorrido casi desde que tenían conciencia sobre sí mismos. Sin embargo, como un alma en pena, Ayame siguió a su vecino, dejándose guiar por sus pasos.
Así, pronto llegaron a su destino. Un rascacielos tan alto que parecía competir con sus vecinos por arañar el cielo de Amegakure y construido con piedras plomizas. La Pastelería de Kiroe-chan era justamente la pincelada de color que necesitaba aquel anodino barrio. Sin tener que recurrir a los molestos y ostentosos carteles de neón, el local lograba dar aquel toque de alegría con su toldo de color rojo pastel, unas verjas blancas que rodeaba el perímetro y la puerta de madera junto a una amplia vidriera que lucía orgullosa el símbolo de la aldea. Cuando Daruu abrió la puerta, Ayame se estremeció al sentir el abrazo del calor y el delicioso aroma a dulces de todo tipo, ligeramente contaminado por otro olor amargo que le hacía arrugar la nariz... el café. La decoración del interior estaba tan cuidada como la del exterior. El suelo estaba cubierto por azulejos que alternaban el color caqui y el color marrón, a juego con los muebles de madera ornamentada. Los ojos de Ayame tropezaron con la deliciosa gama que se exhibía en el escaparate y, mientras su mirada se deleitaba con todos aquellos bollitos que escapaban de su más golosa imaginación, una voz desde detrás de la barra la sobresaltó:
—¡Hombre, pero si es mi Daruucín! ¿Qué tal? ¡Y viene con Ayame-chan! Llevaba tiempo sin verte, pequeñaja.
—B... buenas tardes, Kiroe-san —saludó ella, con una leve inclinación de cabeza.
Era obvio de quién había heredado Daruu la curiosa forma de su cabello. Aunque el pelo de Kiroe caía tras su espalda como una cascada con ligeras ondulaciones, en su parte superior varios mechones vencían a la gravedad y se alzaban rebeldes contra ella. Era una mujer de mediana estatura, pero imponente por su porte atlético. Al contrario que su hijo, tenía los ojos de un fascinante color violeta.
«Claro. Tal y como ha dicho Daruu, ella no tiene el... Viaunkugan ese...» Meditaba.
—Ayame, tu padre ha pasado antes por aquí, preguntaba por ti. Parecía preocupado. ¿Pasa algo? —le preguntó, y Ayame se quedó rígida como una estaca.
Por suerte, Daruu fue más rápido que ella.
—¡Uy, qué raro! ¿No? —se apresuró a contestar. Su madre le miró con una sonrisa torcida, casi maliciosa, que a Ayame le puso los pelos de punta—. A lo mejor es por alguna tontería, no pasa nada. Estaba ayudando a Ayame a entrenar, mamá.
Kiroe la miró. Y cuando Ayame vio la pena reflejado en sus ojos se apresuró a romper el contacto visual antes de echarse a llorar allí mismo también.
—Venga, Ayame, seguro que tú puedes. Ánimo.
«Se ha dado cuenta... Sabe que he suspendido el examen de ascenso a genin, no como su hijo...» Pensó, mordiéndose el labio inferior por la angustia.
—Por favor, si viene no le digas nada, nosotros nos escondemos y ya está —escuchó la súplica de Daruu junto a ella, y Kiroe se tapó la boca con ambas manos. Sus mejillas estaban arreboladas.
—Oh, no me digas... ¿No será que vosotros estáis...?
Ayame ladeó la cabeza ligeramente.
—¡No, mamá, calla! ¡Tú prométemelo y ya está! —exclamó Daruu, alterado.
—Está bien, está bien... —se rio, pero Ayame seguía mirándolos de manera alterna. Daruu se había ruborizado de manera casi exagerada—. A ver, ¿qué vais a querer?
—Un... cof, cof. Un té chai con leche y un bollito de vainilla. Gracias, mamá.
—Yo... un chocolate caliente y... un taiyaki con chocolate... si puede ser, por favor —se apresuró a decir, cuando se dio cuenta de que Kiroe estaba esperando su comienda.
Cuando Kiroe desapareció en la cocina, Daruu casi la arrastró hasta una mesa apartada donde la invitó a sentarse y después se tapó la cara con la carta como un detective que temiera ser descubierto por su objeto de investigación. Aunque, en aquel caso, más bien eran ellos los "forajidos".
—Oye, ¿qué quería decir tu madre con eso de que si nosotros estábamos...? —preguntó, cándida.