10/03/2017, 16:40
(Última modificación: 10/03/2017, 16:40 por Uchiha Akame.)
Akame arqueó una ceja ante el lamentable espectáculo que ofreció la actuación conjunta de los tres shinobis de Uzushiogakure. «Un chuunin y dos gennin para matar a un simple jabalí» pensó con amargura. Luego vió cómo el animal seguía respirando, como un fuelle viejo, y la acidez que notaba en lo más profundo de su estómago se acentuó. «¿Ni siquiera eso podemos hacer bien?». Con paso tranquilo el Uchiha se acercó al jabalí moribundo y, desenfundando su preciosa espada —cuya hoja destelló con luces de plata y gris bajo el Sol de Primavera—, le rajó de lado a lado el cuello.
Un chasquido estruendoso, como el de un látigo, le hizo voltearse con rapidez. Lo primero que pensó fue que el tal Daruu había aprovechado para atacarles desde su escondite; luego descartó la idea. Estaba en inferioridad numérica, ¿qué sentido habría tenido?
Entonces vió a Eri tirada en el suelo, y escuchó las palabras de su superior. Akame bajó la mirada con gesto sumiso, pero en su interior, una burbujeante ira homicida empezaba a apoderarse de todo su ser. ¿Cómo había llegado aquel tipo siquiera a ser chuunin? El hecho de que le hubieran confiado una misión de rango B era incluso más inexplicable. El hombre no sólo era patéticamente nulo en las artes ninja —un simple gennin había logrado escabullirse de él—, si no que además parecía tener la disciplina de un perro salvaje.
—Entiendo, shinobi-kun —contestó Akame, lacónico—. No creo que ese extranjero ande muy lejos. Yo podría intentar rastrearle... Si lo cree oportuno.
El Uchiha alzó entonces la mirada, clavándola un momento en Eri. No conocía lo suficiente a la Furukawa como para preveer su reacción. «Por todos los dioses, Eri-san, no hagas ninguna estupidez...»
Un chasquido estruendoso, como el de un látigo, le hizo voltearse con rapidez. Lo primero que pensó fue que el tal Daruu había aprovechado para atacarles desde su escondite; luego descartó la idea. Estaba en inferioridad numérica, ¿qué sentido habría tenido?
Entonces vió a Eri tirada en el suelo, y escuchó las palabras de su superior. Akame bajó la mirada con gesto sumiso, pero en su interior, una burbujeante ira homicida empezaba a apoderarse de todo su ser. ¿Cómo había llegado aquel tipo siquiera a ser chuunin? El hecho de que le hubieran confiado una misión de rango B era incluso más inexplicable. El hombre no sólo era patéticamente nulo en las artes ninja —un simple gennin había logrado escabullirse de él—, si no que además parecía tener la disciplina de un perro salvaje.
—Entiendo, shinobi-kun —contestó Akame, lacónico—. No creo que ese extranjero ande muy lejos. Yo podría intentar rastrearle... Si lo cree oportuno.
El Uchiha alzó entonces la mirada, clavándola un momento en Eri. No conocía lo suficiente a la Furukawa como para preveer su reacción. «Por todos los dioses, Eri-san, no hagas ninguna estupidez...»