14/06/2015, 23:38
(Última modificación: 14/06/2015, 23:48 por Aotsuki Ayame.)
Off: Dadas las circunstancias, Daruu me ha dado instrucciones para que le manipule ligeramente.
La tensión se palpaba en el ambiente. Los tres alumnos se habían quedado igual de estupefactos ante lo inesperado de la prueba, y mientras luchaban en un debate interno entre coger un cascabel y correr a esconderse o simplemente aguantar estoicamente y perseguir la opción más difícil, Kōri continuaba su cuenta.
—Seis.
Los dos cascabeles seguían en el suelo, intactos. Ayame tragó saliva, se veía incapaz de alzar la mano para coger uno pero tampoco se atrevía a correr a por el que tenía su hermano. Ella le conocía mejor que nadie, y conocía bien su poder sobre el hielo.
—Siete.
Fue Daruu el que marcó el pistoletazo de salida.
—¡No, Daruu-san! —exclamó Ayame, al ver cómo el shinobi arrancaba a correr. Pero no había sido lo suficientemente rápida para detenerle. Sus pies envueltos en llamas se acercaban peligrosamente al hielo, y Ayame estaba convencida de saber lo que pasaría en cuanto pusiera un pie sobre él.
Por fortuna, Reiji tuvo unos reflejos mayores que los de ella. Parecía que había decidido salvarse, pues se agachó a recoger uno de los dos cascabeles y después salió despedido tras el rubio. Ayame se había quedado sola con el cascabel restante...
—Ocho.
El vampiro alcanzó a Daruu y le hizo detenerse al agarrarle de la camiseta. Para sorpresa de Ayame, el chico le lanzó el cascabel que había recogido y después su cuerpo transmutó repentinamente en un ave negra como la noche.
«¡Dijo que sólo podía transformarse en murciélagos y lobos!»
—Nueve.
Pero no había tiempo de pensar en posibles engaños. El cuervo había alzado el vuelo y, como una saeta de oscuridad se abalanzó sobre la espalda de Kōri batiendo las alas con furia. Alcanzaría su objetivo en el momento en que Kōri había comenzado a pronunciar el último número; sin embargo, su pico apenas había rozado el metal del tintineante cascabel cuando el hombre de hielo estalló en una súbita nube de humo.
—¡¿Qu...?! —balbuceó Ayame, aún inmóvil en la distancia. Sentía las alocadas pulsaciones en el pecho, pero en el momento en que la humareda se disipó y vio que Kōri ya no estaba allí, su corazón pareció olvidarse de latir un momento. Sólo Reiji estaba allí, con las garras vacías, y la bolsa del bollito que había caído con la desaparición de Kōri. Como si su hermano sólo hubiese sido...—. ¿Un clon?
Pero no podía ser un clon ilusorio como los que ella sabía realizar. Había hablado con ellos, le habían visto comerse el bollo, ¡incluso había realizado una de sus técnicas de hielo! Había sido demasiado real...
«¡Espabila!» Se riñó, sacudiendo la cabeza bruscamente. No había tiempo que perder.
—¡Reiji-san! —gritó, buscando llamar la atención del cuervo. La kunoichi se había adelantado y, con un movimiento de brazo, le había lanzado algo para que lo cogiera antes de salir corriendo directamente hacia las aguas del lago.
Para cuando Reiji cogiera lo que le había lanzado sería muy tarde para protestar. Era, precisamente, el cascabel que restaba. Pero Ayame se había apresurado a lanzarse de cabeza al agua y desaparecer bajo su superficie.
Lo odiaba, y sentía miedo de volver a la academia. Pero ahora sabían que Kōri tenía el tercer cascabel. Aquel no era un escondite normal y corriente, y Ayame sospechaba que su hermano lo había planificado todo desde el principio. Habían pasado de ser simplemente las presas, a acechar a su cazador.
Era un escondite a todas bandas.
La tensión se palpaba en el ambiente. Los tres alumnos se habían quedado igual de estupefactos ante lo inesperado de la prueba, y mientras luchaban en un debate interno entre coger un cascabel y correr a esconderse o simplemente aguantar estoicamente y perseguir la opción más difícil, Kōri continuaba su cuenta.
—Seis.
Los dos cascabeles seguían en el suelo, intactos. Ayame tragó saliva, se veía incapaz de alzar la mano para coger uno pero tampoco se atrevía a correr a por el que tenía su hermano. Ella le conocía mejor que nadie, y conocía bien su poder sobre el hielo.
—Siete.
Fue Daruu el que marcó el pistoletazo de salida.
—¡No, Daruu-san! —exclamó Ayame, al ver cómo el shinobi arrancaba a correr. Pero no había sido lo suficientemente rápida para detenerle. Sus pies envueltos en llamas se acercaban peligrosamente al hielo, y Ayame estaba convencida de saber lo que pasaría en cuanto pusiera un pie sobre él.
Por fortuna, Reiji tuvo unos reflejos mayores que los de ella. Parecía que había decidido salvarse, pues se agachó a recoger uno de los dos cascabeles y después salió despedido tras el rubio. Ayame se había quedado sola con el cascabel restante...
—Ocho.
El vampiro alcanzó a Daruu y le hizo detenerse al agarrarle de la camiseta. Para sorpresa de Ayame, el chico le lanzó el cascabel que había recogido y después su cuerpo transmutó repentinamente en un ave negra como la noche.
«¡Dijo que sólo podía transformarse en murciélagos y lobos!»
—Nueve.
Pero no había tiempo de pensar en posibles engaños. El cuervo había alzado el vuelo y, como una saeta de oscuridad se abalanzó sobre la espalda de Kōri batiendo las alas con furia. Alcanzaría su objetivo en el momento en que Kōri había comenzado a pronunciar el último número; sin embargo, su pico apenas había rozado el metal del tintineante cascabel cuando el hombre de hielo estalló en una súbita nube de humo.
—¡¿Qu...?! —balbuceó Ayame, aún inmóvil en la distancia. Sentía las alocadas pulsaciones en el pecho, pero en el momento en que la humareda se disipó y vio que Kōri ya no estaba allí, su corazón pareció olvidarse de latir un momento. Sólo Reiji estaba allí, con las garras vacías, y la bolsa del bollito que había caído con la desaparición de Kōri. Como si su hermano sólo hubiese sido...—. ¿Un clon?
Pero no podía ser un clon ilusorio como los que ella sabía realizar. Había hablado con ellos, le habían visto comerse el bollo, ¡incluso había realizado una de sus técnicas de hielo! Había sido demasiado real...
«¡Espabila!» Se riñó, sacudiendo la cabeza bruscamente. No había tiempo que perder.
—¡Reiji-san! —gritó, buscando llamar la atención del cuervo. La kunoichi se había adelantado y, con un movimiento de brazo, le había lanzado algo para que lo cogiera antes de salir corriendo directamente hacia las aguas del lago.
Para cuando Reiji cogiera lo que le había lanzado sería muy tarde para protestar. Era, precisamente, el cascabel que restaba. Pero Ayame se había apresurado a lanzarse de cabeza al agua y desaparecer bajo su superficie.
Lo odiaba, y sentía miedo de volver a la academia. Pero ahora sabían que Kōri tenía el tercer cascabel. Aquel no era un escondite normal y corriente, y Ayame sospechaba que su hermano lo había planificado todo desde el principio. Habían pasado de ser simplemente las presas, a acechar a su cazador.
Era un escondite a todas bandas.