26/03/2017, 14:45
Como si le hubiese leído la mente, Kiroe apoyó la mano sobre su cabeza y le revolvió los cabellos con suavidad.
—Ayame, quédate quieta y ve con tu hermano. No hay vuelta atrás. —Su voz la paralizó por completo, sus piernas se negaron a responderle y cualquier intención de huida se desvaneció de su mente por completo. La orden había sonado gélida como la voz de su hermano, pero al mismo desprendía una compasión y una amabilidad que Ayame agachó la mirada y se mordió el labio inferior. Por un momento se sintió como cuando era una niña pequeña y la pillaban haciendo alguna trastada. Y, durante unos breves instantes, no pudo evitar preguntarse si su madre habría actuado de una forma similar—. Lo siento, Kōri-san. Está aterrorizada. Procura que Zetsuo se porte todo lo bien que pueda, ¿de acuerdo? Tienes que prometérmelo.
—Se lo prometo, Kiroe-san —respondió Kōri, sin pestañear, antes de volverse hacia su hermana pequeña—. Vamos, Ayame. Cuanto más hagamos esperar a padre, será peor.
Ayame asintió lentamente y abandonó la seguridad del amparo de Kiroe. Con pasos arrastrados se dirigió hasta la posición de Kōri, que la observaba con sus ojos gélidos clavados en ella. Juntos abandonaron la cocina, y Ayame ni siquiera se atrevió a levantar la cabeza para mirar por última vez a Daruu. Como una presa condenada a muerte, seguía los pasos de su hermano con la cabeza y los hombros hundidos.
—¿Está... muy enfadado? —preguntó con un hilo de voz, cuando salieron de la pastelería y la lluvia volvió a recibirlos en su frío abrazo.
—Bastante —respondió él, sin ningún tipo de anestesia. Ayame tragó saliva con esfuerzo—. No deberías haber salido corriendo así, Ayame. Y mucho menos estar tanto tiempo fuera de casa.
—Yo... lo siento...
Kōri la guió hasta el siguiente portal y juntos tomaron el ascensor que les llevaría hasta el décimo piso. A cada segundo que pasaba, el corazón de Ayame se hundía más y más en su pecho, y para cuando llegaron a su destino el clásico tintineo se clavó en sus oídos. Kōri enfiló el pasillo, se detuvo frente a la segunda puerta e introdujo la llave en la cerradura. La puerta se abrió con un ligero chasquido, y cuando su hermano la invitó a entrar, Ayame se encontró de bruces con la silueta de su padre esperándola con los brazos cruzados en el recibidor. Era como si no se hubiera movido de allí desde que había abandonado la casa.
—¿Dónde se supone que has estado? —preguntó, con su voz cargada de acero.
—Yo...
—¡¿Te das cuenta de todo el tiempo que ha pasado?! ¡Hemos estado buscándote por todos y cada uno de los jodidos rincones de esta aldea!
—Lo sient...
—Estaba entrenando con Daruu-kun en la Academia —intervino Kōri, y Ayame se sobresaltó. Por un momento si se lo había inventado durante la marcha para sacarle las castañas del fuego y había terminado coincidiendo con la realidad o de verdad los había visto allí de alguna manera. Cualquiera de las dos opciones resultaba escalofriante—. Ayame me ha confesado su deseo de entrenar todos los días hasta el día de su siguiente examen de graduación.
—¿Es eso cierto? —preguntó Zetsuo, con un peligroso siseo.
Ayame tardó algunos segundos en responder, pero terminó por asentir. Su hermano la había salvado, pero también la había condenado a su propia manera. Ahora no tendría manera de escapar de los asfixiantes entrenamientos con su padre o con él.
—Bien —terminó por sentenciar, tras algunos breves segundos de silencio—. Entonces entrenarás todos los días. Cuando no estés en la academia estudiando, estarás con nosotros. Sólo descansarás para comer y para dormir. Y esa será tu rutina hasta el siguiente examen de genin que deberás aprobar. Si no lo consigues, te borraré de la academia y tu vida como kunoichi habrá terminado para siempre. ¿Ha quedado claro?
Ayame hundió aún más la cabeza, pero nuevamente volvió a asentir. Zetsuo alzó el brazo, señalando con su dedo índice el final del pasillo.
—¡Y ahora vete a tu habitación hasta la hora de la cena!
Con un último asentimiento, Ayame siguió la dirección del dedo arrastrando los pies. Enfiló el pasillo y abrió la puerta que quedaba a su derecha justo hacia la mitad. Y en cuanto la cerró tras de sí se sintió desbordarse. Con un sollozo ahogado, se echó sobre su cama y enterró el rostro en la almohada antes de romper a llorar desconsoladamente.
Tenía que aprobar el siguiente examen de genin le costara lo que le costara. Incluso si tenía que quedarse despierta alguna noche o saltarse alguna comida, tenía que hacerlo. Lo había prometido. Y Daruu la estaba esperando.
—Ayame, quédate quieta y ve con tu hermano. No hay vuelta atrás. —Su voz la paralizó por completo, sus piernas se negaron a responderle y cualquier intención de huida se desvaneció de su mente por completo. La orden había sonado gélida como la voz de su hermano, pero al mismo desprendía una compasión y una amabilidad que Ayame agachó la mirada y se mordió el labio inferior. Por un momento se sintió como cuando era una niña pequeña y la pillaban haciendo alguna trastada. Y, durante unos breves instantes, no pudo evitar preguntarse si su madre habría actuado de una forma similar—. Lo siento, Kōri-san. Está aterrorizada. Procura que Zetsuo se porte todo lo bien que pueda, ¿de acuerdo? Tienes que prometérmelo.
—Se lo prometo, Kiroe-san —respondió Kōri, sin pestañear, antes de volverse hacia su hermana pequeña—. Vamos, Ayame. Cuanto más hagamos esperar a padre, será peor.
Ayame asintió lentamente y abandonó la seguridad del amparo de Kiroe. Con pasos arrastrados se dirigió hasta la posición de Kōri, que la observaba con sus ojos gélidos clavados en ella. Juntos abandonaron la cocina, y Ayame ni siquiera se atrevió a levantar la cabeza para mirar por última vez a Daruu. Como una presa condenada a muerte, seguía los pasos de su hermano con la cabeza y los hombros hundidos.
—¿Está... muy enfadado? —preguntó con un hilo de voz, cuando salieron de la pastelería y la lluvia volvió a recibirlos en su frío abrazo.
—Bastante —respondió él, sin ningún tipo de anestesia. Ayame tragó saliva con esfuerzo—. No deberías haber salido corriendo así, Ayame. Y mucho menos estar tanto tiempo fuera de casa.
—Yo... lo siento...
Kōri la guió hasta el siguiente portal y juntos tomaron el ascensor que les llevaría hasta el décimo piso. A cada segundo que pasaba, el corazón de Ayame se hundía más y más en su pecho, y para cuando llegaron a su destino el clásico tintineo se clavó en sus oídos. Kōri enfiló el pasillo, se detuvo frente a la segunda puerta e introdujo la llave en la cerradura. La puerta se abrió con un ligero chasquido, y cuando su hermano la invitó a entrar, Ayame se encontró de bruces con la silueta de su padre esperándola con los brazos cruzados en el recibidor. Era como si no se hubiera movido de allí desde que había abandonado la casa.
—¿Dónde se supone que has estado? —preguntó, con su voz cargada de acero.
—Yo...
—¡¿Te das cuenta de todo el tiempo que ha pasado?! ¡Hemos estado buscándote por todos y cada uno de los jodidos rincones de esta aldea!
—Lo sient...
—Estaba entrenando con Daruu-kun en la Academia —intervino Kōri, y Ayame se sobresaltó. Por un momento si se lo había inventado durante la marcha para sacarle las castañas del fuego y había terminado coincidiendo con la realidad o de verdad los había visto allí de alguna manera. Cualquiera de las dos opciones resultaba escalofriante—. Ayame me ha confesado su deseo de entrenar todos los días hasta el día de su siguiente examen de graduación.
—¿Es eso cierto? —preguntó Zetsuo, con un peligroso siseo.
Ayame tardó algunos segundos en responder, pero terminó por asentir. Su hermano la había salvado, pero también la había condenado a su propia manera. Ahora no tendría manera de escapar de los asfixiantes entrenamientos con su padre o con él.
—Bien —terminó por sentenciar, tras algunos breves segundos de silencio—. Entonces entrenarás todos los días. Cuando no estés en la academia estudiando, estarás con nosotros. Sólo descansarás para comer y para dormir. Y esa será tu rutina hasta el siguiente examen de genin que deberás aprobar. Si no lo consigues, te borraré de la academia y tu vida como kunoichi habrá terminado para siempre. ¿Ha quedado claro?
Ayame hundió aún más la cabeza, pero nuevamente volvió a asentir. Zetsuo alzó el brazo, señalando con su dedo índice el final del pasillo.
—¡Y ahora vete a tu habitación hasta la hora de la cena!
Con un último asentimiento, Ayame siguió la dirección del dedo arrastrando los pies. Enfiló el pasillo y abrió la puerta que quedaba a su derecha justo hacia la mitad. Y en cuanto la cerró tras de sí se sintió desbordarse. Con un sollozo ahogado, se echó sobre su cama y enterró el rostro en la almohada antes de romper a llorar desconsoladamente.
Tenía que aprobar el siguiente examen de genin le costara lo que le costara. Incluso si tenía que quedarse despierta alguna noche o saltarse alguna comida, tenía que hacerlo. Lo había prometido. Y Daruu la estaba esperando.