29/03/2017, 23:48
—Si le has dado tu palabra a alguien debes hacer tu mejor esfuerzo, Aotsuki-san —la animó Mogura, con una nueva reverencia, y ella respondió con una sonrisa nerviosa.
—Lo intentaré.
—Watasashi-san —Ante su petición por cambiar de tema, Mogura se había vuelto hacia la pelirroja. Ayame suspiró, agradecida—. ¿Cómo fue tu prueba en la academia? ¿Aprobaste a la primera vez?
Ayame gimió para sus adentros. ¿Es que no había otro tema de conversación que no girara en torno a exámenes y demás?
—Si, aprobé a la primera... tuve un gran apoyo para pasar el examen, mi padre, así como un fantástico premio de graduación que me llevó a querer pasar las pruebas con una buena nota. Recuerdo que en esos días solo quería un tatuaje, y mi padre me dijo que solo me dejaría hacerlo si aprobaba... quién pudiese regresar a esos días...
«Así que fue entonces cuando se hizo su primer tatuaje.» Meditaba Ayame, echándole un rápido vistazo a la ristra de tinta que recorría el cuerpo de la kunoichi. «¿Se haría los demás en ocasiones especiales también?»
—¿Alguna vez habéis escuchado historias sobre esos seres que nunca mueren, que beben la sangre de otras personas, y se hacen llamar hijos de la noche? Vampiros... —Continuó Aiko, y Ayame palideció de manera casi instantánea. La narradora, tomó aire, y lo dejó caer en un largo y tendido suspiro—. Pues yo ando entre ellos y las personas normales. No puedo morir, ni envejecer... pero el sol no me mata, ni las estacas en el corazón o la plata, aunque por otro lado tampoco bebo sangre... es normal que con mis ciento veinte años haya olvidado mi examen de genin. ¿No creéis?
Un denso silencio invadió la atmósfera. Tan denso que se podría cortar con un cuchillo de untar. Ayame, lívida, contemplaba con los ojos abiertos como platos a Aiko sin atreverse a mover ni un músculo.
—E... entonces...
—¡Nah! ¡Es broma...! —exclamó Aiko, con una sonora carcajada—. Hace unos años el examen constaba de un combate, y si veían si estabas cualificada para avanzar, pues te deban la bandana, ganases o perdieses. Supongo que miraban la capacidad de reacción del genin en cuestión, sin limitarse al resultado.
Ayame abrió y cerró varias veces la boca, como un pez fuera del agua.
—Entonces... ¿no tienes colmillos...? —Aquello fue todo lo que fue capaz de pronunciar.
—Lo intentaré.
—Watasashi-san —Ante su petición por cambiar de tema, Mogura se había vuelto hacia la pelirroja. Ayame suspiró, agradecida—. ¿Cómo fue tu prueba en la academia? ¿Aprobaste a la primera vez?
Ayame gimió para sus adentros. ¿Es que no había otro tema de conversación que no girara en torno a exámenes y demás?
—Si, aprobé a la primera... tuve un gran apoyo para pasar el examen, mi padre, así como un fantástico premio de graduación que me llevó a querer pasar las pruebas con una buena nota. Recuerdo que en esos días solo quería un tatuaje, y mi padre me dijo que solo me dejaría hacerlo si aprobaba... quién pudiese regresar a esos días...
«Así que fue entonces cuando se hizo su primer tatuaje.» Meditaba Ayame, echándole un rápido vistazo a la ristra de tinta que recorría el cuerpo de la kunoichi. «¿Se haría los demás en ocasiones especiales también?»
—¿Alguna vez habéis escuchado historias sobre esos seres que nunca mueren, que beben la sangre de otras personas, y se hacen llamar hijos de la noche? Vampiros... —Continuó Aiko, y Ayame palideció de manera casi instantánea. La narradora, tomó aire, y lo dejó caer en un largo y tendido suspiro—. Pues yo ando entre ellos y las personas normales. No puedo morir, ni envejecer... pero el sol no me mata, ni las estacas en el corazón o la plata, aunque por otro lado tampoco bebo sangre... es normal que con mis ciento veinte años haya olvidado mi examen de genin. ¿No creéis?
Un denso silencio invadió la atmósfera. Tan denso que se podría cortar con un cuchillo de untar. Ayame, lívida, contemplaba con los ojos abiertos como platos a Aiko sin atreverse a mover ni un músculo.
—E... entonces...
—¡Nah! ¡Es broma...! —exclamó Aiko, con una sonora carcajada—. Hace unos años el examen constaba de un combate, y si veían si estabas cualificada para avanzar, pues te deban la bandana, ganases o perdieses. Supongo que miraban la capacidad de reacción del genin en cuestión, sin limitarse al resultado.
Ayame abrió y cerró varias veces la boca, como un pez fuera del agua.
—Entonces... ¿no tienes colmillos...? —Aquello fue todo lo que fue capaz de pronunciar.