5/04/2017, 17:31
El Uchiha no pudo evitar esbozar una sonrisa tímida cuando, después de una inesperada escena en la que la regente del lugar recibió un mensaje —a aquellas horas de la noche, cosa realmente extraña—, ésta les comunicó que era, nada más y nada menos, que una carta del propio escultor. Y que, al día siguiente, habían sido llamados a presentarse ante él.
«Parece que los dioses han escuchado mis quejas», meditó Akame, tomando un trozo de carne y llevándoselo a la boca con gesto satisfecho.
Henchido de sí, como si de verdad hubiese obrado un milagro divino con su discurso ofendido, Akame prosiguió la cena comiendo con prudencia —no era chico de estómago amplio— y pidiendo luego una buena tetera llena de té de hierbas, para calmar el ánimo y la mente.
Mientras tanto, trataría de entablar conversación con sus dos compañeros de Aldea —que no parecían conocerse entre sí—, lanzando de vez en cuando una mirada furtiva al chico-pez, que devoraba cuanto plato se paraba ante él más de dos segundos.
«Parece que los dioses han escuchado mis quejas», meditó Akame, tomando un trozo de carne y llevándoselo a la boca con gesto satisfecho.
Henchido de sí, como si de verdad hubiese obrado un milagro divino con su discurso ofendido, Akame prosiguió la cena comiendo con prudencia —no era chico de estómago amplio— y pidiendo luego una buena tetera llena de té de hierbas, para calmar el ánimo y la mente.
Mientras tanto, trataría de entablar conversación con sus dos compañeros de Aldea —que no parecían conocerse entre sí—, lanzando de vez en cuando una mirada furtiva al chico-pez, que devoraba cuanto plato se paraba ante él más de dos segundos.