19/04/2017, 22:07
(Última modificación: 19/04/2017, 22:07 por Uchiha Akame.)
Las palabras de Eri se le clavaron hondo en la conciencia. No porque ella lo hubiese querido, claro, sino porque le forzó a encontrarse de nuevo con el enemigo al que más temía; su propia autoexigencia. Akame era un chico sumamente severo consigo mismo que no soportaba fallar o ser el último mono. En la Academia nunca había tenido problemas —solía sacar mejores calificaciones que la mayoría de sus compañeros—, pero ahora, en el mundo real... Había tantos ninjas, compañeros y extranjeros, capaces de superarle que el simple hecho de pensarlo le daba un vértigo tremendo.
Y ahora no era siquiera capaz de correr media hora con una mochila militar a cuestas. Se maldijo a sí mismo.
—No es culpa tuya, Eri-san, sólo... Necesito entrenar más —masculló, tocándose inconscientemente las vendas que cubrían sus muñecas, tobillos y rodillas.
Recuperó el aliento al mismo tiempo que la sonrisa e, incorporándose, volvió a ajustarse la mochila.
—O quieres que te lleve la mochila?
Akame se puso rígido como una estaca, con los ojos fijos en algún punto del camino que se extendía ante ellos. Se llevó ambas manos a las correas de la mochila, alzó la cabeza y respondió con un gesto tan serio que resultaba cómico.
—¡N... No! ¡De ningún modo! —exclamó, tratando de aparentar veteranía—. ¡Vamos, vamos, no hay tiempo que perder!
Y así echó a caminar, con andares tiesos y la vista fija en el sendero.
Y ahora no era siquiera capaz de correr media hora con una mochila militar a cuestas. Se maldijo a sí mismo.
—No es culpa tuya, Eri-san, sólo... Necesito entrenar más —masculló, tocándose inconscientemente las vendas que cubrían sus muñecas, tobillos y rodillas.
Recuperó el aliento al mismo tiempo que la sonrisa e, incorporándose, volvió a ajustarse la mochila.
—O quieres que te lleve la mochila?
Akame se puso rígido como una estaca, con los ojos fijos en algún punto del camino que se extendía ante ellos. Se llevó ambas manos a las correas de la mochila, alzó la cabeza y respondió con un gesto tan serio que resultaba cómico.
—¡N... No! ¡De ningún modo! —exclamó, tratando de aparentar veteranía—. ¡Vamos, vamos, no hay tiempo que perder!
Y así echó a caminar, con andares tiesos y la vista fija en el sendero.