20/04/2017, 15:29
El freno en seco de La Pequeña Blanca provocó la caída de Uchiha Haskoz, que sin haberse preparado para semejante desaceleración salió volando contra la barandilla. El golpe le sacó el aire de los pulmones y le dejó levemente confuso durante unos instantes, mientras las funestas palabras que Noemi acababa de pronunciarle todavía resonaban en su cabeza:
—No sé nadar.
Una Noemi que por otra parte no tuvo tanta suerte como él. Ni ella ni sus dos compañeros, que más pequeños y livianos que él, salieron disparados por encima de la barandilla para ir a zambullirse de lleno contra la madre mar, que aquel día no parecía de muy buen humor.
Haskoz trató de agarrarse a la barandilla para alzarse. Lo consiguió a duras penas, justo a tiempo para ver como Noemi, vestida con un bañador de nadadora profesional, no paraba de patalear como un pollo sin cabeza, hundiéndose cada vez más en los abismos del océano.
Lejos de verlo como algo malo, lo vio como una oportunidad. La oportunidad que todo hombre deseaba tener. Rescatar a la princesa en apuros y convertirse en su príncipe azul. Se quitó la sudadera roja, que le molestaba para tal menester. Se alzó imponente sobre la barandilla y…
… Bueno, entiéndase que Uchiha Haskoz no es ningún príncipe azul. Ni Noemi su princesa.
Paralizado en el último momento, perdió la oportunidad de lanzarse como un héroe en busca de su amada. Y es que ante sus ojos no se encontraba el embravecido mar tratando de tragarse un navío entero, sino las puertas del Yomi abriéndose de par en par para darles la bienvenida. Demasiado arriesgado lanzarse sin un plan…
—A no ser que…
Las manos del Uchiha volaron raudas hacia su portaobjetos, extrayendo un hilo metálico que ataría a la barandilla. Su pequeño plan de seguridad. Su especie de cuerda de salvavidas. Ahora sí, no se lo pensó —porque de hacerlo volvería a dudar—, y saltó sobre el enfurecido océano del Remolino. Al principio, creyó que se sumergiría. ¿Qué Gennin recién graduado no lo haría con un oleaje tan fuerte?
La respuesta no podía ser más evidente: un Gennin de Uzushiogakure no sato. Porque si de algo eran famosos los shinobis de Uzu, eso era ir a contracorriente del mundo. Probablemente Nabi y Eri también tuviesen tan prodigiosa habilidad, solo que todavía no lo sabían…
Un Nabi y una Eri, por otra parte, que luchaban como buenamente podían para mantenerse a flote. Una oportuna tabla de madera —que tenía toda la pinta de haber pertenecido a La Pequeña Blanca—, surgió de pronto de entre las embravecidas aguas. La mano de Nabi se topó con ella antes incluso de que sus ojos color marrón la viesen, encontrando una inestimable ayuda con la que mantenerse a flote.
A pocos metros se encontraba Eri, hundiéndose por la fuerte corriente y saliendo a flote una y otra vez a base de puro tesón. Pero cada vez estaba más cansada, le faltaba más el aire y le ardían más los músculos. Algo tenía que cambiar si no quería acabar sucumbiendo…
… como Noemi, que se veía zarandeada una y otra vez por los cambios súbitos de corriente. Hacía ya un tiempo que no era capaz de sacar la cabeza a flote, los pulmones le ardían como si hubiese respirado las brasas del corazón de Amateratsu y le dolía la cabeza. Le dolía mucho.
Entonces vio un destello rojo en la penumbra. Dos orbes inyectados en sangre que se dirigían hacia ella como dos saetas de fuego en busca de su diana. Alcanzó a distinguir una mano que se estiraba hacia ella, implorante. Estaba tan cerca y a la vez tan lejos… Si tan solo hiciese un último esfuerzo…
—No sé nadar.
Una Noemi que por otra parte no tuvo tanta suerte como él. Ni ella ni sus dos compañeros, que más pequeños y livianos que él, salieron disparados por encima de la barandilla para ir a zambullirse de lleno contra la madre mar, que aquel día no parecía de muy buen humor.
Haskoz trató de agarrarse a la barandilla para alzarse. Lo consiguió a duras penas, justo a tiempo para ver como Noemi, vestida con un bañador de nadadora profesional, no paraba de patalear como un pollo sin cabeza, hundiéndose cada vez más en los abismos del océano.
Lejos de verlo como algo malo, lo vio como una oportunidad. La oportunidad que todo hombre deseaba tener. Rescatar a la princesa en apuros y convertirse en su príncipe azul. Se quitó la sudadera roja, que le molestaba para tal menester. Se alzó imponente sobre la barandilla y…
… Bueno, entiéndase que Uchiha Haskoz no es ningún príncipe azul. Ni Noemi su princesa.
Paralizado en el último momento, perdió la oportunidad de lanzarse como un héroe en busca de su amada. Y es que ante sus ojos no se encontraba el embravecido mar tratando de tragarse un navío entero, sino las puertas del Yomi abriéndose de par en par para darles la bienvenida. Demasiado arriesgado lanzarse sin un plan…
—A no ser que…
Las manos del Uchiha volaron raudas hacia su portaobjetos, extrayendo un hilo metálico que ataría a la barandilla. Su pequeño plan de seguridad. Su especie de cuerda de salvavidas. Ahora sí, no se lo pensó —porque de hacerlo volvería a dudar—, y saltó sobre el enfurecido océano del Remolino. Al principio, creyó que se sumergiría. ¿Qué Gennin recién graduado no lo haría con un oleaje tan fuerte?
La respuesta no podía ser más evidente: un Gennin de Uzushiogakure no sato. Porque si de algo eran famosos los shinobis de Uzu, eso era ir a contracorriente del mundo. Probablemente Nabi y Eri también tuviesen tan prodigiosa habilidad, solo que todavía no lo sabían…
Un Nabi y una Eri, por otra parte, que luchaban como buenamente podían para mantenerse a flote. Una oportuna tabla de madera —que tenía toda la pinta de haber pertenecido a La Pequeña Blanca—, surgió de pronto de entre las embravecidas aguas. La mano de Nabi se topó con ella antes incluso de que sus ojos color marrón la viesen, encontrando una inestimable ayuda con la que mantenerse a flote.
A pocos metros se encontraba Eri, hundiéndose por la fuerte corriente y saliendo a flote una y otra vez a base de puro tesón. Pero cada vez estaba más cansada, le faltaba más el aire y le ardían más los músculos. Algo tenía que cambiar si no quería acabar sucumbiendo…
… como Noemi, que se veía zarandeada una y otra vez por los cambios súbitos de corriente. Hacía ya un tiempo que no era capaz de sacar la cabeza a flote, los pulmones le ardían como si hubiese respirado las brasas del corazón de Amateratsu y le dolía la cabeza. Le dolía mucho.
Entonces vio un destello rojo en la penumbra. Dos orbes inyectados en sangre que se dirigían hacia ella como dos saetas de fuego en busca de su diana. Alcanzó a distinguir una mano que se estiraba hacia ella, implorante. Estaba tan cerca y a la vez tan lejos… Si tan solo hiciese un último esfuerzo…
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado