24/04/2017, 19:49
Al parecer, Akame ya había estado en aquella ciudad con su padre para recoger una espada. «Qué suerte» pensó la joven «Mi kodachi la compré en la villa...»
Al contrario que Akame, ella no dejó su mochila en el suelo, así que tras un asentimiento ante sus palabras y un par de segundos para que el chico volviese a colocar en su espalda su respectiva mochila, ambos se dirigieron hacia el Hostal de Pangoro, esperando que por favor estuviese abierto a esas horas.
La calle en la que se encontraba el hostal era una bastante amplia, seguramente transitada por el día por una gran variedad de artesanos y comerciantes de todo tipo. Y el edificio, de paredes de ladrillo y tejas de color cobre sobre él; se alzaba frente a ellos. Akame fue el que tomó la iniciativa abriendo la puerta, adentrándose en el hostal antes que ella.
Cuando sus ojos se pudieron acostumbrar a la luz del recibidor, la joven se encontró con un ambiente lleno de risas y temas de conversación ajenos a ella, además de ver a un hombre que medía el doble —o puede que el triple— que ella lanzándoles una mirada tan dura, que si se la tirase encima seguramente la escalabraría. Pegó un respingo, sin embargo; cuando el Uchiha suspiró a su lado, olvidándose por unos instantes de la mirada de piedra del hombre que se encontraba detrás del recibidor.
La joven soltó también su mochila y sintió como su espalda gritaba de felicidad al encontrarse sin ese peso ajeno. Ahora lo que más deseaba era encontrar una cama donde descansar un poco, lo que fuese; y reponer fuerzas para el día siguiente.
— ¿Cuánto tiempo crees que deberíamos pasar aquí? ¿Un par de horas? ¿Hasta el amanecer? — Preguntó lo suficientemente alto para que Akame escuchase.
Al contrario que Akame, ella no dejó su mochila en el suelo, así que tras un asentimiento ante sus palabras y un par de segundos para que el chico volviese a colocar en su espalda su respectiva mochila, ambos se dirigieron hacia el Hostal de Pangoro, esperando que por favor estuviese abierto a esas horas.
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La calle en la que se encontraba el hostal era una bastante amplia, seguramente transitada por el día por una gran variedad de artesanos y comerciantes de todo tipo. Y el edificio, de paredes de ladrillo y tejas de color cobre sobre él; se alzaba frente a ellos. Akame fue el que tomó la iniciativa abriendo la puerta, adentrándose en el hostal antes que ella.
Cuando sus ojos se pudieron acostumbrar a la luz del recibidor, la joven se encontró con un ambiente lleno de risas y temas de conversación ajenos a ella, además de ver a un hombre que medía el doble —o puede que el triple— que ella lanzándoles una mirada tan dura, que si se la tirase encima seguramente la escalabraría. Pegó un respingo, sin embargo; cuando el Uchiha suspiró a su lado, olvidándose por unos instantes de la mirada de piedra del hombre que se encontraba detrás del recibidor.
La joven soltó también su mochila y sintió como su espalda gritaba de felicidad al encontrarse sin ese peso ajeno. Ahora lo que más deseaba era encontrar una cama donde descansar un poco, lo que fuese; y reponer fuerzas para el día siguiente.
— ¿Cuánto tiempo crees que deberíamos pasar aquí? ¿Un par de horas? ¿Hasta el amanecer? — Preguntó lo suficientemente alto para que Akame escuchase.