26/04/2017, 18:55
—Claro, esa mismo —respondió el Uchiha, pasando junto a la mesa que hacía las veces de recepción para adentrarse en el bullicioso comedor.
Akame sorteó un par de sillas por aquí, un grupo de mujeres que jugaban al póker por allá, un borracho al que probablemente echarían dentro de no más de cinco minutos... Y finalmente llegó hasta la mesa. Se descolgó la mochila, suspirando de alivio, y la dejó junto a la silla sobre la que dejó caer todo el peso de su cuerpo.
—Demonios, estoy hecho polvo. Creo que no he viajado tan rápido en mi vida —admitió, con una sonrisa cansada.
Luego, el Uchiha hizo un gesto con la mano diestra para llamar al mesero y, cuando éste se acercó —un muchacho que no llegaría a los quince años, con el pelo rubio alborotado y de ojos castaños—, el gennin le pidió un estofado de la casa y una buena taza de té caliente. Luego miró a Eri, esperando a que la chica pidiese también.
—Es por algo que ocurrió hace cosa de un año —dijo el Uchiha, de repente—. Lo del formulario, digo. Alguien se emborrachó, empezó a fomar escándalo y, cuando Pangoro intervinó, le dio una paliza.
El Uchiha lanzó una mirada de soslayo al enorme dueño, que seguía sentado tras aquella mesa, en el recibidor.
—Era una kunoichi. No llegué a enterarme de qué Aldea, pero oí que destrozó el hostal y le hizo esas quemaduras al dueño antes de huir de los guardias —luego miró la bandana de Eri, y a la suya propia—. No le culpo.
Akame sorteó un par de sillas por aquí, un grupo de mujeres que jugaban al póker por allá, un borracho al que probablemente echarían dentro de no más de cinco minutos... Y finalmente llegó hasta la mesa. Se descolgó la mochila, suspirando de alivio, y la dejó junto a la silla sobre la que dejó caer todo el peso de su cuerpo.
—Demonios, estoy hecho polvo. Creo que no he viajado tan rápido en mi vida —admitió, con una sonrisa cansada.
Luego, el Uchiha hizo un gesto con la mano diestra para llamar al mesero y, cuando éste se acercó —un muchacho que no llegaría a los quince años, con el pelo rubio alborotado y de ojos castaños—, el gennin le pidió un estofado de la casa y una buena taza de té caliente. Luego miró a Eri, esperando a que la chica pidiese también.
—Es por algo que ocurrió hace cosa de un año —dijo el Uchiha, de repente—. Lo del formulario, digo. Alguien se emborrachó, empezó a fomar escándalo y, cuando Pangoro intervinó, le dio una paliza.
El Uchiha lanzó una mirada de soslayo al enorme dueño, que seguía sentado tras aquella mesa, en el recibidor.
—Era una kunoichi. No llegué a enterarme de qué Aldea, pero oí que destrozó el hostal y le hizo esas quemaduras al dueño antes de huir de los guardias —luego miró la bandana de Eri, y a la suya propia—. No le culpo.