26/04/2017, 19:09
El Uchiha dio su visto bueno ante la propuesta de Eri, la misma que luego lamentaría haber elegido una demasiado apartada. Tuvieron que sortear mesas, sillas que no entendía por qué estaban de por medio, mujeres jugando a un juego de cartas que desconocía —no era muy buena en los juegos de cartas, así que no conocía la mayoría de ellos—, un señor tambaleándose de un sitio a otro... Hasta su bendita mesa.
Sintió como una lágrima traviesa surcaba su mejilla izquierda, y pensó por unos instantes que era felicidad, hasta darse cuenta de que solo era porque tenía los ojos cansados. Suspiró y dejó caer su mochila en la silla que iba a ocupar, para después dejarla apoyada en una de las patas de la mesa.
— Esta noche creo que dormiré como un tronco. — Corroboró con lo que había dicho Akame, también con una sonrisa cansada, sin embargo la suya era más pequeña, consecuencia de la inquietud y la poca tranquilidad que sentía en aquel lugar.
La joven observó como su compañero llamaba al mesero y éste tomaba nota de lo que el chico ordenaba. Ella, por su parte, se quedó embobada por unos instantes en el cabello claro del joven, luego negó suavemente con la cabeza, y añadió al pedido:
— Yo también quiero estofado, y agua, por favor. — Pidió con algo de torpeza en la voz para luego encogerse de hombros y mirar a Akame mientras el mesero de ojos castaños se alejaba de allí. Éste, por su parte, decidió contarle una pequeña historia.
La historia relataba el por qué de la mirada dura del dueño hacia ambos, el por qué de haber rellenado un formulario nada más entrar por la puerta, y el por qué Pangoro tenía aquellas quemaduras por todo su cuerpo. Cuando Akame dejó que su vista se posase en el dueño, Eri no pudo evitar mirarle también, sin embargo sus ojos estaban llenos de culpabilidad y tristeza. Lo que decía el Uchiha tenía razón, no podían culparle.
— No lo habría imaginado nunca, vaya... Ahora entiendo por qué nos miraba así. — La joven evitó permanecer mirando a Pangoro por si acaso éste les descubría mirándole, luego se quitó la bandana y la sostuvo en su mano izquierda. — Y pensar que algo tan pequeño puede significar tanto...
La dejó así por un momento, dejando que sus cabellos danzasen libremente por su cabeza y que cayesen por su frente, tapándole parte de la visión, luego suspiró. Sus palabras tenían sentido para ella, y es que un símbolo grabado en el metal de una bandana podía llegar a significar demasiadas cosas para alguien.
— No entiendo ese tipo de conductas... — Habló su mente, desviando la mirada hacia el borracho que habían visto antes. — Habrá razones, pero no las comprendo.
Sintió como una lágrima traviesa surcaba su mejilla izquierda, y pensó por unos instantes que era felicidad, hasta darse cuenta de que solo era porque tenía los ojos cansados. Suspiró y dejó caer su mochila en la silla que iba a ocupar, para después dejarla apoyada en una de las patas de la mesa.
— Esta noche creo que dormiré como un tronco. — Corroboró con lo que había dicho Akame, también con una sonrisa cansada, sin embargo la suya era más pequeña, consecuencia de la inquietud y la poca tranquilidad que sentía en aquel lugar.
La joven observó como su compañero llamaba al mesero y éste tomaba nota de lo que el chico ordenaba. Ella, por su parte, se quedó embobada por unos instantes en el cabello claro del joven, luego negó suavemente con la cabeza, y añadió al pedido:
— Yo también quiero estofado, y agua, por favor. — Pidió con algo de torpeza en la voz para luego encogerse de hombros y mirar a Akame mientras el mesero de ojos castaños se alejaba de allí. Éste, por su parte, decidió contarle una pequeña historia.
La historia relataba el por qué de la mirada dura del dueño hacia ambos, el por qué de haber rellenado un formulario nada más entrar por la puerta, y el por qué Pangoro tenía aquellas quemaduras por todo su cuerpo. Cuando Akame dejó que su vista se posase en el dueño, Eri no pudo evitar mirarle también, sin embargo sus ojos estaban llenos de culpabilidad y tristeza. Lo que decía el Uchiha tenía razón, no podían culparle.
— No lo habría imaginado nunca, vaya... Ahora entiendo por qué nos miraba así. — La joven evitó permanecer mirando a Pangoro por si acaso éste les descubría mirándole, luego se quitó la bandana y la sostuvo en su mano izquierda. — Y pensar que algo tan pequeño puede significar tanto...
La dejó así por un momento, dejando que sus cabellos danzasen libremente por su cabeza y que cayesen por su frente, tapándole parte de la visión, luego suspiró. Sus palabras tenían sentido para ella, y es que un símbolo grabado en el metal de una bandana podía llegar a significar demasiadas cosas para alguien.
— No entiendo ese tipo de conductas... — Habló su mente, desviando la mirada hacia el borracho que habían visto antes. — Habrá razones, pero no las comprendo.