28/04/2017, 17:16
Por suerte o por desgracia, Kotetsu intervino a tiempo. Sus palabras, cargadas de cortesía y la inocencia que sólo podía emanar de un joven chiquillo como él, lograron apaciguar los ánimos. Y aunque el alguacil no parecía conforme del todo con cómo habían terminado la disputa —y el veterano shinobi que acompañaba a Kaido, menos aún—, no se dijo una palabra más sobre el asunto. Los invitados subieron a sus literas y la comitiva se puso en marcha.
Akame no tardó mucho en bajarse de la suya y seguir el camino a pie, caminando junto a los hombres que debían portearle manteniendo una distancia prudencial. Iba sumido en sus pensamientos, que rondaban sobre las no pocas dudas que todo aquel asunto le había suscitado desde el principio. También estaba atento a todo cuanto ocurría a su alrededor, incluso mientras reflexionaba. No temía a los bandidos u otros posibles peligros del camino, sino al casi medio centenar de soldados que les escoltaban. «Demasiados hombres, y demasiadas armas... Incluso para ese shinobi de Amegakure. Si las cosas se tuercen, espero que sea tan experimentado como su imagen sugiere». Akame odiaba estar en una situación que no podía controlar. Y aquella era, directamente, una merienda de negros.
Sea como fuere, el camino prosigió con tranquilidad hasta que el Uchiha advirtió cómo los porteadores de Noemi se acercaban ligeramente. Buscó con la mirada a su compañera de Aldea —que de seguro lucía tan bella como siempre—, y no pudo evitar pensar que toda aquella pompa y ceremonia le caían a la Sakamoto como anillo al dedo.
—Noemi-san —saludó desde tierra firme—. ¿Qué tal por ahí arriba?
Cuál fue su sorpresa cuando, acercándose con cierta cautela, uno de los soldados que iba a caballo trató de entablar conversación con ellos. Akame, sorprendido al principio y escéptico después, escuchó con atención sus palabras antes de responder.
—Akame —se presentó y, puesto que el soldado no había mencionado su apellido, él no creyó necesario hacerlo—. No te dejes engañar por las apariencias, Tamaro-kun... Bajo esta sencilla piel humana se esconde una forma monstruosa. Yo mismo tengo, en realidad, dos cabezas que discuten constantemente entre sí. Y creo que aquí mi compañera dispone de más de una... Ejem, lengua.
El Uchiha culminó aquella broma con una carcajada sonora y sincera. Un poco de humor nunca venía mal, aunque él no era persona dada a los chistes, aquel soldado se lo había puesto tan en bandeja que no pudo resistirse a tomarle el pelo.
Akame no tardó mucho en bajarse de la suya y seguir el camino a pie, caminando junto a los hombres que debían portearle manteniendo una distancia prudencial. Iba sumido en sus pensamientos, que rondaban sobre las no pocas dudas que todo aquel asunto le había suscitado desde el principio. También estaba atento a todo cuanto ocurría a su alrededor, incluso mientras reflexionaba. No temía a los bandidos u otros posibles peligros del camino, sino al casi medio centenar de soldados que les escoltaban. «Demasiados hombres, y demasiadas armas... Incluso para ese shinobi de Amegakure. Si las cosas se tuercen, espero que sea tan experimentado como su imagen sugiere». Akame odiaba estar en una situación que no podía controlar. Y aquella era, directamente, una merienda de negros.
Sea como fuere, el camino prosigió con tranquilidad hasta que el Uchiha advirtió cómo los porteadores de Noemi se acercaban ligeramente. Buscó con la mirada a su compañera de Aldea —que de seguro lucía tan bella como siempre—, y no pudo evitar pensar que toda aquella pompa y ceremonia le caían a la Sakamoto como anillo al dedo.
—Noemi-san —saludó desde tierra firme—. ¿Qué tal por ahí arriba?
Cuál fue su sorpresa cuando, acercándose con cierta cautela, uno de los soldados que iba a caballo trató de entablar conversación con ellos. Akame, sorprendido al principio y escéptico después, escuchó con atención sus palabras antes de responder.
—Akame —se presentó y, puesto que el soldado no había mencionado su apellido, él no creyó necesario hacerlo—. No te dejes engañar por las apariencias, Tamaro-kun... Bajo esta sencilla piel humana se esconde una forma monstruosa. Yo mismo tengo, en realidad, dos cabezas que discuten constantemente entre sí. Y creo que aquí mi compañera dispone de más de una... Ejem, lengua.
El Uchiha culminó aquella broma con una carcajada sonora y sincera. Un poco de humor nunca venía mal, aunque él no era persona dada a los chistes, aquel soldado se lo había puesto tan en bandeja que no pudo resistirse a tomarle el pelo.