30/04/2017, 20:54
(Última modificación: 1/05/2017, 00:14 por Uchiha Akame.)
El Uchiha desvió la mirada ante la pregunta de su compañera kunoichi.
—Claro, Eri-san —respondió, lacónico, mientras tiraba del pomo de la puerta del hostal para avanzar hacia el exterior.
El aire fresco de la mañana le golpeó directamente en la cara, y Akame lo agradeció. Lo cierto era que no había dormido aquella noche, y ni siquiera él mismo sabía por qué. Comenzó como un leve malestar, un hormigueo incómodo subiéndole por el estómago apenas se acostó. Pero luego aquella molestia empezó a crecer en tamaño e intensidad hasta convertirse en una amarga desesperanza. Sentía que algo no iba bien, aunque no pudo averiguar el qué, a pesar de llevarse toda la noche en vela reflexionando. Simplemente era una tristeza honda y negra, como la sombra de un ave rapaz que planeaba sobre su cabeza.
Un mal presagio.
Cerró los ojos y respiró hondo. El aire mantinal de verano le llenó los pulmones, y poco a poco los sonidos típicos de aquella ciudad de artesanos empezaron a llegar a sus oídos. Algún martilleo lejano, una conversación animada. Akame se afianzó las correas de su mochila y dirigó la vista hacia el horizonte. Hacia donde, según calculaba, estaba el Valle del Fin.
—¡Bueno! No hay tiempo que perder —sentenció y, con esas, echó a andar calle abajo junto a la kunoichi de ojos magenta.
—Claro, Eri-san —respondió, lacónico, mientras tiraba del pomo de la puerta del hostal para avanzar hacia el exterior.
El aire fresco de la mañana le golpeó directamente en la cara, y Akame lo agradeció. Lo cierto era que no había dormido aquella noche, y ni siquiera él mismo sabía por qué. Comenzó como un leve malestar, un hormigueo incómodo subiéndole por el estómago apenas se acostó. Pero luego aquella molestia empezó a crecer en tamaño e intensidad hasta convertirse en una amarga desesperanza. Sentía que algo no iba bien, aunque no pudo averiguar el qué, a pesar de llevarse toda la noche en vela reflexionando. Simplemente era una tristeza honda y negra, como la sombra de un ave rapaz que planeaba sobre su cabeza.
Un mal presagio.
Cerró los ojos y respiró hondo. El aire mantinal de verano le llenó los pulmones, y poco a poco los sonidos típicos de aquella ciudad de artesanos empezaron a llegar a sus oídos. Algún martilleo lejano, una conversación animada. Akame se afianzó las correas de su mochila y dirigó la vista hacia el horizonte. Hacia donde, según calculaba, estaba el Valle del Fin.
—¡Bueno! No hay tiempo que perder —sentenció y, con esas, echó a andar calle abajo junto a la kunoichi de ojos magenta.