2/05/2017, 20:10
Ya estaba anocheciendo cuando los muchachos divisaron, más adelante en el sendero, las inconfundibles luces de un edificio. «Por todos los dioses, al fin. Cinco minutos más caminando y se me habrían caído los pies a trozos...». Algo más animado, Akame dedicó una mirada emocionada a su compañera y aceleró el paso.
Antes de que pudieran llegar el cielo ya se había nublado por completo y, como si de un mal presagio se tratase, empezó a llover con fuerza. No tardaron en llegar truenos y rayos, que cubrían el cielo de blanco con sus destellos.
—¡Rápido, Eri-san! —apremió el Uchiha.
Akame llevaba una capa dentro de su mochila, pero estando tan cerca de la posada, ni siquiera se paró a sacarla. Corrió cuanto pudo por el sendero, que ya empezaba a embarrarse, hasta llegar a la posada. La entrada tenía un arco techado bajo el que el Uchiha corrió a refugiarse. Una vez allí, recuperó el aliento antes de girar el pomo de la puerta y empujar hacia dentro.
La calidez del lugar le envolvió como el abrazo de una madre. Había varias lámparas por toda la estancia que arrojaban una luz muy agradable, y en el otro extremo del comedor una chimenea crepitaba con fuerza, llenándolo con su calor. Akame soltó un suspiro de alivio y oteó el panorama con atención; era una posada sencilla, con una barra de madera a un lado de la sala y varias mesas perfectamente colocadas en filas y columnas junto a la chimenea. Al fondo se podía ver una puerta entreabierta, que seguramente conduciría a las habitaciones en alquiler. Un par de muchachas jóvenes atendían las mesas, llevando bebidas y platos humeantes.
Otra mujer, mucho más mayor que las meseras, despachaba a un par de clientes desde la barra, y les dedicó un cálido saludo a los gennin al verlos entrar.
—Ah, al fin un poco de comida caliente —suspiró Akame, que llevaba desde la noche anterior sin comer otra cosa que raciones frías.
El Uchiha, exhausto, buscó con la mirada una mesa libre y se dirigió hacia ella. Estaba junto a la chimenea y debajo de una de las lámparas, por lo que tanto el calor como la luz eran más que adecuados.
Antes de que pudieran llegar el cielo ya se había nublado por completo y, como si de un mal presagio se tratase, empezó a llover con fuerza. No tardaron en llegar truenos y rayos, que cubrían el cielo de blanco con sus destellos.
—¡Rápido, Eri-san! —apremió el Uchiha.
Akame llevaba una capa dentro de su mochila, pero estando tan cerca de la posada, ni siquiera se paró a sacarla. Corrió cuanto pudo por el sendero, que ya empezaba a embarrarse, hasta llegar a la posada. La entrada tenía un arco techado bajo el que el Uchiha corrió a refugiarse. Una vez allí, recuperó el aliento antes de girar el pomo de la puerta y empujar hacia dentro.
La calidez del lugar le envolvió como el abrazo de una madre. Había varias lámparas por toda la estancia que arrojaban una luz muy agradable, y en el otro extremo del comedor una chimenea crepitaba con fuerza, llenándolo con su calor. Akame soltó un suspiro de alivio y oteó el panorama con atención; era una posada sencilla, con una barra de madera a un lado de la sala y varias mesas perfectamente colocadas en filas y columnas junto a la chimenea. Al fondo se podía ver una puerta entreabierta, que seguramente conduciría a las habitaciones en alquiler. Un par de muchachas jóvenes atendían las mesas, llevando bebidas y platos humeantes.
Otra mujer, mucho más mayor que las meseras, despachaba a un par de clientes desde la barra, y les dedicó un cálido saludo a los gennin al verlos entrar.
—Ah, al fin un poco de comida caliente —suspiró Akame, que llevaba desde la noche anterior sin comer otra cosa que raciones frías.
El Uchiha, exhausto, buscó con la mirada una mesa libre y se dirigió hacia ella. Estaba junto a la chimenea y debajo de una de las lámparas, por lo que tanto el calor como la luz eran más que adecuados.