3/05/2017, 20:20
... a la manera Ninja, si sabes bien a lo que me refiero
Claro que lo sabía, sí señor. Y no estaba dentro de sus planes dejar pasar desapercibido el evidente reto que le había propuesto el uzureño, en lo absoluto. Si tenía que dejarle el trasero molido a patadas para que entendiera la diferencia entre su gente y los shinobi de Amegakure, lo haría con mucho gusto. Nunca estaba de más ayudar a los extranjeros a entender su posición en el mundo.
Para él, se trataba de una buena obra; desinteresada y necesaria para que Kotetsu no viviera más en una mentira.
—Sé a lo que te refieres, colega. Aunque no sé si será el debate más justo, ni mucho menos, teniendo en cuenta... ya sabes, la desventaja que conlleva haber nacido en el país del Remolino —le dio dos palmadas en la espalda, y sonrió con afilada gracia—. En fin, ya tendremos tiempo de probar tu teoría, ¿de acuerdo?
El escualo mantuvo las apariencias y no cayó, por suerte, en la tentación de sus deseos. También ayudó, claro, que el alguacil anunciara que el destino estaba muy cerca, por lo que ordenó a su séquito de guardias y a los jóvenes shinobi, también, que mantuvieran paso firme hacia el rumbo fijado. Kaido siguió caminando al lado de Kotetsu, como si aquella discusión no hubiese significado nada.
Al final de todo, pudo ver a Yosehara balbuceando; y a su caballo relinchar. El caballo del líder se detenía en seco, de cuando en vez, pero el escualo restó total importancia a sus gestos. Le era incapaz discernir lo que estaba por venir, más sin embargo...
El ataque fue inminente. Los ojos cristalinos de Kaido se iluminaron al rojo vivo, viendo pasar por su diestra una enorme bola de fuego que envolvió a uno de los guardias que estuvo conversando con Akame, y Noemi. Él y su caballo se encendieron cual farol de calle y sucumbieron ante el miedo fortuito que generan las insoportables llamas a su alrededor, cayendo al suelo y tumbando consigo las literas que sostenían a los otros dos genin.
Yosehara pidió su formación. Una que, probablemente, habrían estado practicando por años, sabiéndose susceptible a ataques de ese tipo. Mas sin embargo, el tiempo de reacción fue tan corto y las amenazas tan consecutivas que ni el ejército más experto sería capaz de refugiarse de aquella semejante lluvia de flechas que aparecían desde la retaguardia. Caían incesantes como cual gotas de lluvia, lo que entre miedo y perjuras; le pareció lo bastante irónico al tiburón como para que dejara salir una tímida y miedosa risilla.
«¡Mierda, mierda mierda!»
El silbido agónico de los proyectiles pasar tan cerca le crispaba los nervios. Y aunque sabía que aquello, de alguna forma, no iba a afectarle en lo más mínimo, no quería tener que verse atravesado por una de aquellas flechas. Kótetsu, sin embargo, no padeció la misma suerte.
La primera se clavó en sus ropajes, obligando a su cuerpo a comer tierra. La siguiente, más inesperada, sentenció su pecho y le hizo perder el agarre de su espada. Kaido observaba todo aquello, mientras que estaba siendo cubierto por su propia litera, y a su lado yacían otros dos dependientes, resguardándose de una muerte segura.
Kaido discutió rápidamente sus posibilidades, y decidió que lo más sensato era quedarse detrás de su resguardo. No obstante, para el escualo lo "sensato" no era precisamente el deber ser de su comportamiento, por lo que se abalanzó a hacer todo lo contrario. Salió corriendo hacia donde estaba Kotetsu, le tomó por la pierna y dejó que su brazo derecho se inflara con los fluidos de su cuerpo, convirtiéndose en una monstrosa extremidad, con la fuerza suficiente como para arrastrar al peliblanco de un solo jalón y llevarlo hasta la seguridad de su propio resguardo.
—!Despierta, bribón!
Claro que lo sabía, sí señor. Y no estaba dentro de sus planes dejar pasar desapercibido el evidente reto que le había propuesto el uzureño, en lo absoluto. Si tenía que dejarle el trasero molido a patadas para que entendiera la diferencia entre su gente y los shinobi de Amegakure, lo haría con mucho gusto. Nunca estaba de más ayudar a los extranjeros a entender su posición en el mundo.
Para él, se trataba de una buena obra; desinteresada y necesaria para que Kotetsu no viviera más en una mentira.
—Sé a lo que te refieres, colega. Aunque no sé si será el debate más justo, ni mucho menos, teniendo en cuenta... ya sabes, la desventaja que conlleva haber nacido en el país del Remolino —le dio dos palmadas en la espalda, y sonrió con afilada gracia—. En fin, ya tendremos tiempo de probar tu teoría, ¿de acuerdo?
El escualo mantuvo las apariencias y no cayó, por suerte, en la tentación de sus deseos. También ayudó, claro, que el alguacil anunciara que el destino estaba muy cerca, por lo que ordenó a su séquito de guardias y a los jóvenes shinobi, también, que mantuvieran paso firme hacia el rumbo fijado. Kaido siguió caminando al lado de Kotetsu, como si aquella discusión no hubiese significado nada.
Al final de todo, pudo ver a Yosehara balbuceando; y a su caballo relinchar. El caballo del líder se detenía en seco, de cuando en vez, pero el escualo restó total importancia a sus gestos. Le era incapaz discernir lo que estaba por venir, más sin embargo...
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El ataque fue inminente. Los ojos cristalinos de Kaido se iluminaron al rojo vivo, viendo pasar por su diestra una enorme bola de fuego que envolvió a uno de los guardias que estuvo conversando con Akame, y Noemi. Él y su caballo se encendieron cual farol de calle y sucumbieron ante el miedo fortuito que generan las insoportables llamas a su alrededor, cayendo al suelo y tumbando consigo las literas que sostenían a los otros dos genin.
Yosehara pidió su formación. Una que, probablemente, habrían estado practicando por años, sabiéndose susceptible a ataques de ese tipo. Mas sin embargo, el tiempo de reacción fue tan corto y las amenazas tan consecutivas que ni el ejército más experto sería capaz de refugiarse de aquella semejante lluvia de flechas que aparecían desde la retaguardia. Caían incesantes como cual gotas de lluvia, lo que entre miedo y perjuras; le pareció lo bastante irónico al tiburón como para que dejara salir una tímida y miedosa risilla.
«¡Mierda, mierda mierda!»
El silbido agónico de los proyectiles pasar tan cerca le crispaba los nervios. Y aunque sabía que aquello, de alguna forma, no iba a afectarle en lo más mínimo, no quería tener que verse atravesado por una de aquellas flechas. Kótetsu, sin embargo, no padeció la misma suerte.
La primera se clavó en sus ropajes, obligando a su cuerpo a comer tierra. La siguiente, más inesperada, sentenció su pecho y le hizo perder el agarre de su espada. Kaido observaba todo aquello, mientras que estaba siendo cubierto por su propia litera, y a su lado yacían otros dos dependientes, resguardándose de una muerte segura.
Kaido discutió rápidamente sus posibilidades, y decidió que lo más sensato era quedarse detrás de su resguardo. No obstante, para el escualo lo "sensato" no era precisamente el deber ser de su comportamiento, por lo que se abalanzó a hacer todo lo contrario. Salió corriendo hacia donde estaba Kotetsu, le tomó por la pierna y dejó que su brazo derecho se inflara con los fluidos de su cuerpo, convirtiéndose en una monstrosa extremidad, con la fuerza suficiente como para arrastrar al peliblanco de un solo jalón y llevarlo hasta la seguridad de su propio resguardo.
—!Despierta, bribón!