4/05/2017, 17:28
Akame no pudo evitar soltar una ligera carcajada ante la réplica de su compañera kunoichi. Noemi parecía exactamente eso; una belleza cautivadora tras la que se escondía una fiera tan peligrosa como excitante. Estaba claro que Noemi no se andaba con tonterías. «Vaya, ahora empiezo a pensar que es Haskoz-kun el que juega con fuego estando con una chica como ella». Conocía a su compañero gennin y no tenía duda de que más de una vez habría salido malparado por desagradar a Noemi.
Luego Tamaro le contó su historia que, pese a lo aburrida que parecía al principio, dio paso a una revelación mucho más interesante y oscura. Akame se acercó al jinete para no perder detalle alguno de sus palabras. El escultor parecía no ser sólo un artista solitario y excéntrico, sino también un gran mecenas y benefactor para el pueblo y su gente. «No me extraña que todos le profesen tal lealtad y admiración. Este tipo debe haber invertido cientos de miles de ryos en Kotai... ¿Por qué un simple escultor se tomaría tantas molestias?». Tal y como sucediera en los días anteriores, cuanto más sabía de Nishijima Satomu, menos entendía lo que estaba ocurriendo.
Como en las fábulas de dioses y hombres, de espíritus traviesos que se burlan de los mortales, Tamaro no llegó a revelar qué era lo que le suscitaba tanta inquetud. No pudo. Como tampoco podría volver a casa al final del día, junto a su mujer y a su hija.
—¡Por todos los dioses!
Jinete y montura estallaron en una explosión de fuego que casi alcanzó también al Uchiha. Akame se apartó de un salto, arrojándose al suelo para evitar el abrasador toque de las llamas. Apenas levantó la cabeza, pudo ver como el caos se había desatado a su alrededor. Flechas volaban desde la espesura, los porteadores habían dejado caer las literas y a su alrededor todo eran gritos, sangre, muerte.
Por puro instinto, el Uchiha se colocó en cuclillas y, sin querer incorporarse más de lo necesario para poder andar, corrió hasta una de las literas volcadas para usarla de cobertura. Luego analizó la situación, tratando de calmarse mientras notaba su respiración agitada oprimiéndole el pecho.
«De acuerdo, tranquilo. Tranquilo. Las flechas vienen de este flanco. Esa bola de fuego... ¿Un jutsu? Vino del lado contrario de la columna, maldición...»
Desde la cobertura, sus ojos —ahora rojos por el Sharingan— trataron de identificar al emisor de aquella llamarada. Un ninja, por novato que fuese, podía llegar a ser mucho más mortífero que diez arqueros. Si de verdad estaban siendo atacados por shinobi, Akame creía prioritario identificarlos. Si no... Bueno, no quería que le cayese otra bola de fuego en la cabeza sin verla venir.
De repente vio a Noemi, a unos metros de él, con la pierna atrapada bajo su litera.
—¡Noemi-san! —gritó el Uchiha.
«No puedo dejarla ahí». Akame esperó unos instantes y luego su mano derecha formó el sello del Tigre. Desapareció en un parpadeo justo para reaparcer junto a su compañera de Aldea. El Uchiha desenvainó el Lamento de Hazama, que brilló con un resplandor rojo sangre cuando él utilizó la espada para cortar la madera y tratar de liberar la pierna de Noemi.
Luego Tamaro le contó su historia que, pese a lo aburrida que parecía al principio, dio paso a una revelación mucho más interesante y oscura. Akame se acercó al jinete para no perder detalle alguno de sus palabras. El escultor parecía no ser sólo un artista solitario y excéntrico, sino también un gran mecenas y benefactor para el pueblo y su gente. «No me extraña que todos le profesen tal lealtad y admiración. Este tipo debe haber invertido cientos de miles de ryos en Kotai... ¿Por qué un simple escultor se tomaría tantas molestias?». Tal y como sucediera en los días anteriores, cuanto más sabía de Nishijima Satomu, menos entendía lo que estaba ocurriendo.
Como en las fábulas de dioses y hombres, de espíritus traviesos que se burlan de los mortales, Tamaro no llegó a revelar qué era lo que le suscitaba tanta inquetud. No pudo. Como tampoco podría volver a casa al final del día, junto a su mujer y a su hija.
—¡Por todos los dioses!
Jinete y montura estallaron en una explosión de fuego que casi alcanzó también al Uchiha. Akame se apartó de un salto, arrojándose al suelo para evitar el abrasador toque de las llamas. Apenas levantó la cabeza, pudo ver como el caos se había desatado a su alrededor. Flechas volaban desde la espesura, los porteadores habían dejado caer las literas y a su alrededor todo eran gritos, sangre, muerte.
Por puro instinto, el Uchiha se colocó en cuclillas y, sin querer incorporarse más de lo necesario para poder andar, corrió hasta una de las literas volcadas para usarla de cobertura. Luego analizó la situación, tratando de calmarse mientras notaba su respiración agitada oprimiéndole el pecho.
«De acuerdo, tranquilo. Tranquilo. Las flechas vienen de este flanco. Esa bola de fuego... ¿Un jutsu? Vino del lado contrario de la columna, maldición...»
Desde la cobertura, sus ojos —ahora rojos por el Sharingan— trataron de identificar al emisor de aquella llamarada. Un ninja, por novato que fuese, podía llegar a ser mucho más mortífero que diez arqueros. Si de verdad estaban siendo atacados por shinobi, Akame creía prioritario identificarlos. Si no... Bueno, no quería que le cayese otra bola de fuego en la cabeza sin verla venir.
De repente vio a Noemi, a unos metros de él, con la pierna atrapada bajo su litera.
—¡Noemi-san! —gritó el Uchiha.
«No puedo dejarla ahí». Akame esperó unos instantes y luego su mano derecha formó el sello del Tigre. Desapareció en un parpadeo justo para reaparcer junto a su compañera de Aldea. El Uchiha desenvainó el Lamento de Hazama, que brilló con un resplandor rojo sangre cuando él utilizó la espada para cortar la madera y tratar de liberar la pierna de Noemi.